Es Menor Que Yo

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Cuando llegué aquí era como el, una estudiante universitaria, me comprometí con mi novio de la universidad y compramos este pequeño departamento cerca de la universidad, pero no funcionó, ni siquiera duró un año. Un día solo se fue. No me quedé por nostalgia, es un buen lugar cerca de mi trabajo. Ahora tengo 25 años y soy una profesional titulada y si me hubieran preguntado hace seis años si me sentiría atraída por alguien menor que yo seguramente hubiese hecho una mueca.

El llegó hace unos meses como estudiante universitario, lo cual es habitual en el edificio puesto que la mitad de los pisos los alquilan a estudiantes, pero el es distinto, al menos para mi. Delgado, de cabello oscuro y piel blanca como la luna llena, incluso parece un chico tranquilo con sus gafas. Realmente es muy guapo —En serio espero tenga 18 años —me digo a mi misma al cruzarme con el en las escaleras.

Supe que había perdido la cabeza cuando antes de salir, me aseguraba de maquillarme y peinarme bien mientras me decía —espero le guste como me veo hoy. No soy una modelo, pero se que me veo bien y adoro verlo sonreírme tímidamente cuando lo saludo cada mañana. Se llama Eduard, pero muy poco más se de él. Tampoco se como abordarlo —quiero comérmelo— me digo extrañada al recordar que siempre me habían gustado los chicos mayores.

El fin de semana fui con mi amiga a un bar —vamos a conocer hombres de verdad, así olvidas a ese niño —me dijo— sabiendo ella lo desesperada que ya me encontraba. Casi sentía que le estaba siendo infiel —que tonta ¡si no somos nada! —me recuerdo a mi misma. Bailamos, tomamos y escuchamos buena música en un bar de esos donde hacen karaoke. Incluso conocí a un chico, de esos que se hace los rudos, me dio su numero, pero solo fingí que lo guardaba —tonto, yo solo quiero sus manos gentiles —reí para mis adentros.

Al final, mi amiga se cansó de mi así que me trajo de vuelta hasta las puertas de mi edifico. Nos dependimos cariñosamente como siempre, creo que me dijo algo más, algo sobre centrarme en la vida, pero la ignoré, el alcohol hacía estragos en mi. Subí como pude hasta el quinto piso, donde vivía, ya era tarde, casi media noche, no encontré mis llaves en mi bolso —¡Malditasea! —me recriminé— pero por más que busqué no hubo manera.

No se si fue el alcohol, no lo se, pero bajé al tercer piso y toqué la puerta del departamento de Eduard.

—Hola... No se como decir esto —reí— perdí mis llaves y no puedo entrar a mi apartamento ¿Puedes darme alojo esta noche?— pregunté tratando de no parecer tan tomada.

—Hola —el titubeó— ¡Claro! Pasa, estamos para ayudarnos —respondió algo nervioso. Era un chico tierno, no había dudas.

Le conté lo absurdo que había sido perder las llaves, pero el se lo tomó como algo gracioso, incluso me contó alguna anécdota propia. Su gentileza y cortesía me enamoraba con cada segundo —pasa, por favor— o también —dejame que te prepare algo de cenar— me tenía boba. Después de todo, ser así de amable con una chica que apenas conoce solo puede ser cosa de un ángel como el.

Después de comer lo que el me ofreció —reconozco que moría de hambre—, me levanté del sofá, quería darle un abrazo y cuando estuve frente a el, no lo pude resistir. Le planté un beso en los labios y pude sentir como su rostro hervía de calor, seguramente se sentía apenado, ni siquiera noté que se moviera o respirara. Me alejé un poco y lo vi, rojo como un tomate, entonces sonreí.

Lo tomé del rostro y lo besé de nuevo, deseaba tomar sus mejillas rojas con mis manos —¿está bien que te bese? —le pregunté entre besos y, el apenas sin aliento solo asentía con su cabeza. Me sentí feliz al descubrir que sus manos se movían por mis caderas —esta noche te comeré— me dije a mi misma justo antes de comenzar a besar su cuello y oreja.

Dulce PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora