El libro de los secretos

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Sam, les siguió a prisa. Llegaron a Scotland Yard junto al inspector para explicarle lo sucedido, pero este se mostraba de nuevo apartado.

— ¡Tenia la misma marca que Lukis y VanCoon! Ambos eran parte de una operación de contrabando. Alguno robó algo de China muy valioso. Los artistas de circo son los miembros de la banda, enviados aquí para recuperarlo.
— ¿Recuperar, que? —preguntó el inspector, pareciendo realmente cansado.
—... —y Sherlock se quedó callado.
—No sabemos —se atrevió a responder Jo.
— ¿No... saben? ...Sr. Holmes, he hecho todo lo que me pidió. Lestrade parece creer que su consejo es valioso —se sentó en su silla y le miró con severidad—. Di una orden de allanamiento, por favor dígame que tendré una respuesta, además de pagar demasiado dinero en horas extras.

Regresaron al departamento, agotados –Sherlock más bien estresado- y se quitaron los abrigos y chamarras.

—Volverán a China mañana —se apresuró a deducir Johanne desde la cocina, buscando algo.
—No, no se irán sin lo que vinieron a buscar —se acercó de nuevo a la pared, observando—. Tenemos que encontrar la guarida... un lugar de encuentro; en algún lugar de este mensaje debe decírnoslo.
—Bueno, creo que tal vez debería dejarte con esto —dijo Sam.
—No, no tienes que irte. Quédate —dijo Jo con rapidez, al mismo tiempo que Sherlock lo siguiente:
—Sí, sería mejor que te fueras ahora.
—Está bromeando —y Sherlock le miró lentamente, estupefacto—. Por favor, quédate si lo deseas.
—... —con una sonrisa confundida, les miro—. ¿Soy solo yo, o alguien más esta hambriento?

Sherlock torció los ojos sin que lo observaran, regresando su vista a la pared.

—Dios —susurró, siendo escuchado de cualquier manera por ambos.

Jo rebuscó en los almacenes y el refrigerador, pero no encontró nada para prepararles. Mientras Sherlock continuaba investigando el posible código, y Sam miraba la pared llena de pistas.

—Así que esto es lo que hacen... tú y Jo, resuelven enigmas —observó el apuesto doctor, fascinado.
—Detective consultor —le corrigió Sherlock, aun dándole la espalda, algo harto de su intromisión.
—Ah... — le miró un momento, luego regresó su vista a la pared.

La rubia buscaba el bocadillo perfecto para comer, pero no había absolutamente nada.

— ¿Qué son esos símbolos?
—... Son números, un antiguo dialecto chino —contestó, fastidiado por el doctor entrometido. Le recordaba a Johanne en ocasiones, pero por alguna razón, la rubia le caía mucho mejor si comparaba.
—Oh. De acuerdo, debería haberlo sabido.

En esos momentos, la señora Hudson entró por la puerta que daba a la cocina.

—Prepare ponche y unos bocadillos para ustedes mi niña, el joven debe estar hambriento —susurró, mientras dejaba la charola en la mesa de la cocina.
—Abuela, eres una santa —soltó aire aliviada, mientras le miraba con sumo agradecimiento.
—Si fuera Lunes, hubiéramos ido al supermercado.
—No, gracias. En serio gracias —la tomó del rostro y depositó un beso en la frente de ella.

La mayor sonrió.

—No es nada pequeña —salió por la misma puerta a la parte baja.

Sam observó todas las pistas en el escritorio, tomo una fotografía dentro de una bolsa de evidencias. Cuando Sherlock lo miró haciendo eso, torció los ojos, irritado de tener otro entrometido.

—Estos números, ¿son una clave?
—Exactamente —dijo, como si el médico supiera lo obvio.
— ¿Y cada par de números es una palabra?

Y ante esa pregunta, el detective abrió los ojos con sorpresa y lo miró.

— ¿Cómo supiste eso?
—Bueno, dos palabras ya fueron traducidas, aquí —apuntó, dejando en la mesa la foto para que el la viera. Este siguió con la mirada, atento.
—Johanne —llamó a la rubia.
— ¿Qué pasa?
—Mira esto —y empezó a sacar la foto del empaque—-. Soo Lin en el museo, empezó a traducir el código para nosotros.
—Y no lo vimos.
—Nueve mil.
— ¿No significa millones? —acertó a decir Watson.

El acompañante de Jo les miraba con atención.

—Nueve millones de libras, ¿para qué? —miró a la nada, intrigado—. Tenemos que saber el final de la frase —y se encaminó hacia su abrigo, para ponérselo y salir.
— ¿A dónde va? —preguntó Watson, mientras le miraba con Sam.
—Al museo, a la sala de restauración.
—Debió estar delante de nosotros.
— ¿Qué? —preguntó Sam.
— ¡El libro! ¡La clave para romper el código! —Jo tomó la foto de evidencia—. Soo Lin lo uso para resolver esto —volvió a tirarlo en la mesa—, mientras corríamos en la galería. Empezó a traducir el código, debe estar en su escritorio. Y lo hubiéramos sabido antes si yo no hubiera olvidado nada de lo sucedido —se culpó, acongojada.
—No es momento para lamentarse, solo hay que encontrar ese libro ahora —y salió corriendo del departamento.

Al salir de ahí con rapidez y llamar a un taxi, empujó el libro de uno de los guías que pasaba en ese momento con una turista. Pero aunque se disculpó, el guía le reprochó y perdió su taxi. Empezó a caminar de un lado a otro, y cuando dio vuelta para volver por donde vino y continuar, observo varios turistas con diccionarios. Recordó que tanto Lukis como Van Coon tenían en su poder dichos diccionarios.

¨Un libro que cualquiera tendría¨

— ¡Por favor, espere! —y corrió a toda velocidad detrás del guía con el que se había topado al salir.

Este volteo junto a su acompañante, extrañado. En cuanto el detective llegó a su lado, le quitó el diccionario, ante un más que furioso guía. Sherlock le ordenó que esperara en ruso, y al final ambos (tanto como la turista como el guía) optaron por retirarse y dejarle el diccionario. Comenzó a rebuscar entre las hojas, con desespero.

—Claro, digo... es lo que me recomendó ¨el doctor¨ —bromeó Sam, dentro del departamento. Mientras conversaba con Johanne para distraerla y comía los bocadillos—. Una noche tranquila.
—Cierto.
—Digo, me gusta salir una noche y luchar con algunos chinos mafiosos, generalmente —ella rio ante el chiste—. Pero un hombre debe descansar.
—Bueno.

Rieron ambos.

— ¿Deberíamos pedir comida? —apuntó Jo.
— ¡Si! Definitivamente.
—Pagina quince, primera entrada —continuaba buscando el detective, y entonces lo encontró, levantando la mirada—. Hombre muerto. Amenazaba con matarlos. Es la primera clave.

Siguió descifrando los demás números, mientras que Johanne y Sam esperaban la comida, luego de pedir algo a domicilio.
No muchos minutos después, la puerta del departamento sonó, sorprendiendo a ambos.

—Eso fue rápido —con una sonrisa curiosa, la rubia miró a su jefe—, aguarda aquí.

Apresurándose a la entrada, con la misma energía abrió la puerta. Encontrándose con un hombre encapuchado que le noqueó con la culata de su arma. Por su parte, Holmes terminaba de codificar el mensaje en el muro, capturado en la foto que había tomado Jo.

—Nueve millones por horquilla de jade... guarida del dragón, vía de tren negra —no tardó mucho en correr de vuelta al departamento, llamando a su asistente con euforia—. ¡Watson, la clave, el libro. Usaron la guía de calles en Londres!

Pero lo único que encontró fue un sitio silencioso, el jefe de Johanneinconsciente en la cocina y un mensaje en la ventana en coreano. Los focos dealerta del detective consultor se encendieron al instante.

SHERLOCK edDonde viven las historias. Descúbrelo ahora