Un nuevo comienzo*

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Mamá y yo decidimos mudarnos de casa y aunque extrañaría demasiado mi ciudad natal,un cambio de vida nos vendría bastante bien.

Apenas hace un par de días mi madre vendió nuestra casa y compró una nueva en la capital. Hoy terminaríamos la mudanza y esta misma noche a más tardar, estaríamos en la que sería ,nuestra casa, comenzando una nueva etapa.

En cuanto terminé de guardar un par de cosas en una caja, subí a mi antigua habitación para despedirme de ella.

Entré y me senté en el piso, justo donde hasta hacía poco tiempo aún estaba mi cama. De inmediato, miles de recuerdos llegaron a mi mente. Sin duda extrañaría mucho este lugar.

Pasé muy buenos tiempos en esta casa, pero ya era momento de decir adiós. Con ese pensamiento decidí despedirme de aquel lugar.  Me levanté del piso, salí de la habitación, bajé las escaleras y salí de la casa, cerrando la puerta detrás de mi.

Mi madre ya me estaba llamando para que subiera al auto, por lo que caminé hasta ella, abrí la puerta del copiloto y subí cerrando la puerta del auto. Me acomodé en mi asiento y abroché el cinturón de seguridad, mientras mi madre encendía el motor, dispuesta a arrancar. Poco a poco nos alejamos de aquella casa y al cabo de un tiempo, la dejamos atrás, junto a todos los buenos momentos que vivimos en ella.

La noche no tardó en caer, oscureciendo por completo el cielo. Y poco a poco, tornando frío el paisaje, nublando el cielo estrellado, hasta que por fin, comenzó a llover.

Mientras avanzaba el auto, en medio de aquella carretera, mi madre me volteó a ver, con aquella sonrisa cálida y amorosa que solo mi madre poseía.

–Todo estará bien, cariño– continuó diciendo mientras sonreía amablemente como siempre lo hacía.

Yo, únicamente me dediqué a devolverle la sonrisa, en un intento por hacerla sentir bien de haber tomado tal decisión.

Después de aquel emotivo momento,  aquella señora de cabello negro medio canoso, siguió conduciendo por la carretera león—Guanajuato.

No pasó mucho tiempo cuando por fin llegamos a Guanajuato capital. Una vez en la ciudad, condujo por unas cuantas calles hasta detenerse  frente a una vieja casona.

Bajamos del auto, con sumo cuidado de no pisar los charcos de agua. La casa era de color amarillo, con una gran puerta de madera y ventanas del mismo material. En la entrada, unos pequeños escalones de cantera desgastada, llevaban a un pequeño descanso, con un par de viejos  barrotes de metal oxidado.

En la parte superior derecha de la entrada, había un pequeño farol que apenas y alumbraba en la oscura noche. Caminamos hacia la entrada y abrimos la  gran puerta de madera.

Antes de entrar, nos miramos fijamente el uno al otro, respiramos hondo.

No sé lo que sentí al poner el primer pie, dentro de aquella casa. No estoy seguro si fue nostalgia, un mal presentimiento o el frío que provenía de dentro de aquel recinto. La casa era realmente hermosa pero se sentía vacía, incluso deprimente.

Era raro pero se sentía demasiado frío dentro, incluso más que afuera; dimos unos cuantos pasos por el largo pasillo, tratando de no tropezar con algo, hasta llegar al salón.

Al entrar a la estancia, encendímos las luces, dejamos nuestras cosas en los muebles, dispuestos a descansar un momento.

Mamá se estremeció del frío.

—Hace mucho frío aquí, iré a buscar la calefacción, no tardo –salió de la habitación dejándome completamente solo.

Mientras regresaba, decidí recorrer un poco la casa.

Era algo antigua sin duda, pero además de ello, aquel sitio tenía cierta peculiaridad. Sus paredes eran de color amarillo con blanco, tenía muebles de madera y piso igual.

Pasé mis dedos Sobre un mueble Viejo y estos de inmediato se llenaron de polvo.

—¿Qué haces cariño?—preguntó la voz de mi madre a mis espaldas.

volteé a verla rápidamente. Esta se encontraba en la puerta del salón, viéndome detenidamente.

Caminó hacia mí y dijo—No estés triste, se que es difícil pero te aseguro que dentro de muy poco todo estará bien–dicho esto, me abrazó fuertemente.

Podría jurar que necesitaba ése abrazo, mucho más de lo que estaría dispuesto a aceptar.

No fue hasta ese momento, que comencé a llorar, no solo por el cambio de vida, si no que en realidad eran muchas cosas. El recuerdo de un padre ausente, una ruptura amorosa y ahora un cambio de vida me tenían entre la espada y la pared. Mamá tomó una manga de su suéter de tejido, color amarillo y secó mis lágrimas con tal delicadeza y ternura, solo como una madre puede cuidar de su hijo, sin importar nada.

—En mis manos está el darte una buena vida, o al menos lo mejor que pueda. Lamentablemente, no está en mi poder el hacerte feliz toda la vida, y créeme, me gustaría poder quitarte todo ese dolor que sientes ahora mismo. Quisiera lograr que seas feliz, que nada te atormente, pero simplemente no puedo hacerlo— prosiguió para después secar una pequeña lágrima en su ojo.

No sabía que contestarle, si bien, era cierto que sentía mil cosas y que aún tenía mucho que sanar en mi interior.

Se acercó un poco más, me abrazó nuevamente,y me hizo sentir que realmente todo estaría bien,como solo las madres pueden hacerlo con sus hijos. Así, aquella noche, en esa vieja casa,y en una ciudad que no era la nuestra, le abrí mi corazón a mi madre.

Saqué de ese viejo cofre de madera,  encerrado dentro de lo más profundo de mi ser, todo lo que sentía.

Fue bastante reconfortante poder sacar todo eso de mi ser. No sé, fue un momento muy especial, a pesar de todo. Comencé a sacar de mi ser, todo aquello que solía lastimarme, torturando me todas las noches. Mi madre, solo se dedicó a escucharme hablar mientras me veía fijamente.

Su mirada estaba llena de ternura y amor, haciéndote sentir tan cálido y querido, como nunca antes.

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2020 ⏰

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