Parte 1

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Allí estaba, corriendo de una parte de la cuadra a otra, sin importarle el tiempo. Yo y mi vecina Sara, observábamos a Aldo como si fuera un partido de tenis. Primero corría hacia la derecha y sin frenar, daba media vuelta levantando todo el polvo de la tierra seca, y vuelta a empezar. 

 -¿Qué edad tenía Aldo cuando lo trajisteis de la protectora?- preguntó Sara mientras se tapaba los ojos, para que el polvo no le entrara en ellos, de nuevo. 

 -Dos años. Lo recuerdo muy bien. Nos dijeron que estaba en medio de unos rosales y el pobre sangraba por todas partes. Tardaron en curarle las heridas. No puedo imaginar como alguien puede abandonar de esa forma a un animal- le respondí, con la cabeza levantada observando las nubes. -Pero ahora está feliz- Bajé la mirada hacia ella y sonreímos los dos. Sara vino hace tres años. Su padre fue trasladado por trabajo y tubo aceptar, con el fin de no perder su puesto en la empresa.

-Entonces es muy joven aun. Mira como corre. Si yo lo hiciera así de bien no me seguirían suspendiendo en gimnasia ja,ja,ja.- dijo ella, con esa sonrisa alegre y llena de vitalidad que siempre llevaba, a pesar de lo mucho que le dolió dejar atrás a sus amigos, su familia. -Bueno Braulio, tengo que irme a casa que mi padre vendrá mas pronto hoy y no espera a nadie para cenar. Mi madre nos quiere a los tres juntos, fingiendo ser una familia feliz- se levantó y salió corriendo colina abajo.

Mientras intentaba descifrar las formas que hacían las nubes, volví a escuchar aquel sonido que provenía de Aldo. Era apagado pero intenso. Como un ronroneo, pero mas grabe. Su mirada cambiaba por completo, me observaba indirectamente pero sabia que yo estaba allí con el. Duraba apenas unos minutos pero parecían horas. Mamá me comentó que la persona que lo maltrató dejo secuelas en su corazón, haciendo que sufriera paros cardíacos en menos nivel pero no menos importantes. Y era la cuarta vez en dos meses. 

 -Oye Aldo, que te parece si nos vamos al bosque a dar una vuelta. Con un poco de suerte encontraremos luciérnagas- fui directo a por la silla de montar mientras se lo comentaba. Teníamos el establo justo al lado de la cuadra. La construimos para que Aldo no pudiera entrar al bosque. Podría perderse con facilidad y encontrarlo requeriría de horas. Le puse la silla, subí de un salto, sin esfuerzo alguno, y entonces vi a Sara que volvía con la cabeza agachada. 

 -Ey, ¿qué haces aquí? ¿ya terminasteis de cenar?- 

 -No exactamente. Mi padre... ¿Puedo ir con vosotros?-

 -Por supuesto. Dame la mano- le ayudé a subir y nos dirigimos los tres al bosque. El sol ya estaba casi escondido entre las montañas, y la luna, hacia su presencia como cada noche.  

Un recuerdo... por siempre ( relato 2 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora