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Katsuki Bakugou ni siquiera se inmutó cuando leyó el resultado de "Omega" en la prueba que les habían hecho en la escuela media para descubrir a qué raza pertenecía cada estudiante. Es decir, era algo que ni siquiera se esperaba, —debido a que ambos de sus padres eran Alfas—, sin embargo, él no le tomó importancia al respecto. Algo tan ridículo como su raza no le impediría continuar con su vida.

Pensamiento que mantuvo hasta que cumplió catorce años y su primer celo hizo acto de presencia. Definitivamente no era nada similar a la manera en la que lo describían sus profesores en la escuela.

Se sentía sucio, deseoso, sudado, extremadamente caliente y algo asqueado. Anteriormente, el ser un Omega no le había interesado en lo absoluto, sin embargo, si necesitaba pasar por aquella tortura todos los meses solo por el hecho de no tener un Alfa que lo aliviara significaba que no iba a poder soportarlo.

Lo peor era que un 70% de los compañeros de su salón eran Alfas, incluyendo al inútil nerd que era su compañero desde que tenía memoria. No le desagradaban del todo, siempre habían sentido gran admiración hacia él y el hecho de que su raza sea Omega no la había quitado, sin embargo podía sentir la manera en que cambiaban poco a poco su trato con él, intentando ser cada vez menos bruscos y defendiéndolo de cualquier Alfa que tuviera segundas intenciones.

Aquel día, Katsuki se encontraba en la casa de Izuku debido a que sus dos madres eran muy amigas y, como siempre, habían quedado para almorzar con sus hijos, intentando recuperar aquella amistad que ambos tenían en tiempos de antaño, sin embargo, aquello parecía no dar frutos en lo absoluto, a excepción de aquel día. El rubio estaba seguro de que su celo estaba cerca o algo parecido, pues no podía evitar sonrojarse y sentirse nervioso al oler el delicioso aroma a menta característico de Izuku, aún cuando no se encontrara cerca a él, y en definitiva no se sentía bien. Sin embargo, su madre le había insistido muchas veces para que vaya y sabía que se alguna u otra manera pese a que no lo quisiera ella lo llevaría.

Era,  en absoluto, en momentos como aquel que se lamentaba por tener una madre y un padre Alfas, y, como para empeorar aquello, ser el único Omega en la familia; razón por la cual sus padres, aunque lo quisieran e intentaran mucho, no podrían entender por lo que pasaba.

Quizás su madre pensaba que él estaba exagerando para no ir o algo parecido, pero él realmente se sentía terrible.

— ¡Hola Mitsuki! ¡Hola Katsuki-chan! — Saludó Inko, la madre de Izuku, para después tomarse una pausa y continuar hablando. — Katsuki-chan, ¿Te sientes bien? — Le preguntó al rubio menor, mirándolo preocupada, pues este se encontraba sonrojado y lucía algo débil.

— Ese enano está bien, solo está exagerando todo. — Dijo Mitsuki, a lo que el menor gruñó, molesto. ¡Por supuesto que no estaba exagerando! Pero se abstuvo a gritarle de vuelta debido a que era inútil, ella no lo podría entender.

— Estoy bien, tía Inko, solo estoy un poco cansado.

— Oh... Entonces puedes pasar a la habitación de Izuku, él debe estar ahí. — Y con un asentimiento se alejó el rubio, justo a donde le comentaron que podría ir. Realmente no quería ver a Izuku, pero era mejor que soportar a su madre.

Al llegar a la habitación del pequeño Alfa, no dudó en acostarse en la cama de este, sin siquiera tomarse el trabajo de tocar la puerta o saludar.

— ¡K-Kacchan! — Gritó Izuku, nervioso. El rubio lo había asustado al aparecer de la nada.
— Maldito nerd, estoy cansado, más te vale dejarme dormir. — Le respondió, escondiendo su nerviosismo al sentir las aún más fuertes feromonas del joven Alfa.

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