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-Veo tu mente y alma -dice la joven de los ojos bicolores mirando el Rosario del cuello de su víctima para luego ver sus ojos que mostraban miedo- y veo una maldad.

La joven se sentó tranquilamente en el sillón individual de cuero.

Presenciar aquella escena donde la adrenalina se sentía en el aire, parecía impresionante y aterrador al mismo tiempo, sobre todo para la víctima de unos 30 años con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha.

-Yo creía que una de las reglas de la religión era no matar -miró el cuerpo de una ama de casas muerta por una herida en la espalda.

El silencio de 5 minutos fue eterno para quien tenía el cuchillo. Es tanto el temor que no sabía qué hacer, estaba paralizado.

-Que lindo rosario -dijo levantándose la joven intentando establecer una conversación cómo si no estuviera el cuerpo sin vida, como si no hubiera aparecido cruzando el espejo que se estaba viendo el asesino que ahora es víctima- ¿Dónde lo conseguiste?

Pasaron otros 5 minutos esperando la respuesta pero parecía no salir de lo boca del hombre.

¿Era mudo? No, claro que no.

¿Tenía un problema mental? Mato a una persona y parecía no sentirse culpable, así qué tal vez.

¿Donde quedó su adrenalina por matar a alguien? Aún sigue ahí, solo que esta ves es más por miedo. Y no el típico miedo, sino el de peligro por su vida que ya estaba por terminar.

Se acercó tanto a él que el espacio personal ya casi no existía. La única reacción del hombre es hacharse para atrás, algo que no le ayudo mucho porque se cayó tras tropezarse con el brazo del muerto.

-Al-aléjate de mi -dijo al fin.

-No eres mudo -sonrió para luego ponerse "seria"- ¿Entonces por qué no respondes mi pregunta?

El hombre al volver sus cinco sentidos, le enterró el cuchillo a 1 cm debajo de su busto, llegando a perforar uno de sus pulmones. Hizo esto 3 veces en otras partes llegando al mismo objetivo, el pulmón.

Se quedaron mirando hasta que ella tosió sangre antes de caer el suelo. No alcanzo a la puerta cuando algo lo empuja hacia adentro.

-¡Ayu~-no alcanza a terminar cuando le ponen un paño en la boca.

-No debiste hacer eso -la joven puso al hombre contra la pared para que pudiera notar los agujeros de la camisa a cuadros de color negro rojo y rojo- ¿Sabes cuánto me costo encontrar esta camisa?

Se alejó de él pasándole el cuchillo que aceptó con la mano temblorosa.

Ella empezó a ver el lugar en menos de diez segundos, sacó cada cosa que podría involucrarla, sus huellas, su sangre. Incluso saco sus pisadas, cada paso que daba no se marcaba nada.

Nadie la había visto entrar o estar adentro.

Todo estaba resuelto. Todo el mundo pensaría el se suicido después de matar a la pobre mujer.

-Ya me tengo que ir, la policía viene en camino -se acercó de nuevo al hombre y él le entregó rosario- que lindo obsequio, gracias. Cuando me vaya, quiero que tomes el ron que tienes guardado y te tomes hasta que quede vacia, luego de eso quiero que entierres tres veces cerca del corazón con el cuchillo... y qué te olvides de nuestra hermosa platica. Fue un gusto conocerte.

De un rato a otro se esfumó del lugar sin antes de ver bien El Rosario negro.

Creció en un lugar religioso y le causaba curiosidad varías de sus cosas. Por ende se divertiría un rato lo que podría ser y no hacer aquel artefacto en su habitación o consigo.

La preferida de Zalgo [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora