37. Profecía cumplida.

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Paul había descendido las escalinatas con paso lento y las manos en alto, mirándolos con una sonrisa burlona, el desprecio pintado en sus ojos, y se había detenido en el borde de la pista, aún considerando la manera de escapar.

—Acércate más, McCartney. —ordenó John con la voz peligrosamente suave

—Oh, pero ¿acaso no sabes que no se debe ingresar al hielo sin patines? —preguntó sin abandonar su tono de burla—. Lo dice el cartel de las reglas.

—Ven aquí o te disparo. Lo juro, McCartney, la próxima no habrá advertencia.

—Y él sí tiene buena puntaría, te lo aseguro...

—Cállate, Brian.

McCartney lanzó un resoplido que intentaba ser una risa sarcástica, pero ante la tangible posibilidad de una bala en el cuerpo, avanzó de mala gana hasta donde John le había indicado.

—Ahora dime qué demonios estás haciendo aquí, basura.

—Me divierto viendo cómo te disparan.

John no se molestó en responder; simplemente quitó el seguro del arma. McCartney elevó más las manos con una sonrisa nerviosa.

—¡Hey! ¡Creo que estás algo tensionado, necesitas relajarte, campeón! No puedes ir disparándole a la gente sólo porque no te gusta, como hace tu entrenador... ¿Qué es lo que te pasa? ¿Fue el estrés de los Olímpicos o es mi hijo que no te satisface como quieres? ¡Ok, ok! —agregó al ver que John volvía a elevar su arma, calculando el lugar del impacto—. ¿Qué hago aquí? Sólo respondo a una cita, claro que debió haber un error, porque ninguno de ustedes es Sally, ¿o sí?

—Mentiroso.

—Es verdad, tenía una cita —insistió, pero esta vez no fue la voz de Jim la que habló, sino la de Brian. Los tres se volvieron a verlo. Lejos de su nerviosismo anterior, ahora lucía tan tranquilo que el sólo verlo exasperaba—. Y no hubo ningún error, yo te cité, McCartney. Y hubiera sido un encuentro estupendo, realmente, si no hubieras llegado tarde. Era de prever que fueras impuntual.

—¿Un encuentro estupendo? Qué pretendías, Epstein, ¿violarme?

—Duerme tranquilo, no tengo tan mal gusto.

—No me hables de tus gustos. En verdad me repulsa imaginarte chupando una...

—¡Basta! —los detuvo John, pero McCartney se echó a reír groseramente.

—Eres increíble, Lennon. No te importa que te penetren por el trasero, ni hacer vaya uno a saber qué sarta de inmundicias con este viejo, pero te escandalizas al escuchar malas palabras.

—Es curioso —continuó Brian, como si no hubieran sido interrumpido, mientras un profundo rubor cubría las mejillas de John—, tú no tienes que hacer nada para darme asco. Eres tan vulgar que simplemente verte allí parado ya es desagradable.

—Ya, basta de idioteces. ¿Qué querías conmigo, entonces? ¿A qué se debía tanto misterio, Sally?

—Digamos que quería matar dos pájaros de un tiro.

—Que ingenioso...

—¡Silencio, los dos! ¡Basta! Si no quieren que los llene de agujeros van a hacer lo que yo les diga —Lennon estaba furioso, apuntando a uno y a otro con el arma, intentando asumir el control de la situación. Paul, en cambio, parecía nervioso y agitado, como si sólo deseara escapar de allí—. Brian, tú quédate donde estás. McCartney, muévete hacia allá, vamos. ¡Muévete! ¡Ahora!

Jim McCartney obedeció a regañadientes, disparando miradas cargadas de rencor. Sus posiciones formaron un rombo, con él y Epstein en los extremos más alejados, John y Paul, uno frente a otro, separados por unos pocos pasos.

Sangre sobre hielo. [McLennon] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora