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"El Amor a una Rosa"

Aquella flor en el vasto prado era la más hermosa de todas ellas, no por su color único, si no por su pureza. Al verla mi alma sentía paz, tranquilidad, su olor era indescriptible. Sus pétalos suaves cual algodón. Su belleza, incomparable que las demás flores a su alrededor. Era el preludio de un amor infinito.

La adoraba demasiado, quería tenerla en mi hogar, cuidarla, amarla, protegerla de la gente que quería arrebatármela. Entonces un día, una preciosa tarde de primavera, me acerqué al prado. Observé detenidamente la hermosa rosa y empecé a arrancarla lentamente sin ninguna fuerza, poco a poco parecía estar poniendo resistencia, sus raíces se aferraban a la tierra con cada estirón que provocaba. Quería que quedara intacta, pero mi egoísmo, mi hipocresía y mi miserable existencia deseaban con anhelo la pureza y perfección de esa flor.

Con todas mis fuerzas y sin escrúpulos...
Arrebaté la flor de la tierra.

Semanas pasaron desde que la rosa llego a mi vida, le cedí un bello lugar en mi maceta, al lado de la ventana, la regaba todos los días, observaba con atención toda la belleza que desprendía de ella. Me tenía hipnotizado, podía verla por horas y horas, pero lo inevitable se aproximaba cual termitas sobre la madera. Con el paso del tiempo, lo hermoso de siempre se convirtió en una aburrida triste rutina. Su decencia ya no era como hace mucho tiempo fue. Mi amor por ella disminuía poco a poco, al igual que su inocencia y pureza, se extinguía.

Tarde o temprano ese día llego y todo se fue por el caño. Su existencia se había marchitado, sus pétalos yacían sobre el suelo de madera, su belleza cual tinta de un bolígrafo, manchada de sucias mentiras. Una despedida fue lo único que le dije. Una lágrima fue lo único que salió de mi. Y con un simple movimiento desapareció de mi vida.

¿Acaso el amor es así? ¿Por qué ese afecto no puede ser para siempre?