Capitulo I

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Hola semidiós, criatura mitológica o monstruo. Si estás leyendo esto ponte cómodo, porque esta historia va a ser larga. Coge tus armas, siéntate y coge un aperitivo, porque esto puede llegar a ser muy tedioso, estás a punto de leer mi vida.

CAPITULO I

Normalmente si lees una autobiografía o cualquier otro libro sabrás que se suele empezar por el principio. Eso me aburre y me resulta estúpido, por lo tanto, voy a escribir este libro como me apetezca. Iremos a lo importante: el día que un vendedor de helados casi me mata.

Todo día que sale mal empieza igual: me desperté pronto y de muy buen humor. Abrí la ventana de mi cuarto perfectamente soleado y saludé a mis vecinos.

¿Casi parece real, no creéis? Ojalá fueran así mis días. Me desperté tarde por haberme quedado jugando a videojuegos con mis compañeros hasta la madrugada. Me giré y vi que eran las ocho y media. Me levante de golpe de mi cama y como saludo matinal mi precioso gato me saltó a la cara. Timmy, mi gato, es muy activo y siempre que conoce a gente nueva se aleja de ellos. Como si quisiese averiguar si eran de fiar. Con el tufillo a gato me dispuse a cambiarme mientras recogía el desastre de mi cuarto. Guardé mis libros a toda velocidad mientras me lavaba los dientes e intentaba hacerme paso entre las bolsas semivacías de snacks que yacían desordenadas en el suelo de la habitación. Salí a toda velocidad e intenté no atropellar a mis amables vecinos en el intento. Me choqué con Marcus, un universitario que se creía el centro del mundo solo por tener las zapatillas más caras y llevar la ropa más cutre y patética que te puedas imaginar. Con un claro y alto: - ¡Mira por dónde vas imbécil! – me hizo saber que le había arrugado su magnífica camiseta deportiva. Bajé saltando los escalones de tres en tres intentando no caerme mientras cerraba mi mochila deshilachada. Abrí la puerta que daba a la calle de un empujón y me dirigí a la parada del autobús a toda velocidad. Para mi mala suerte el conductor, John, un hombre fornido con unos ojos enormes y azules, no me había esperado y se marchaba sin mirar atrás por la avenida del pueblo. (El nombre del pueblo no es relevante así que no intenten averiguar dónde está.)

Haciéndome a la idea de ir corriendo me dispuse a caminar por la acera de la carretera. Con suerte llegaría para la segunda clase. No llevaba ni dos minutos desde que había empezado cuando un Camaro Chevrolet rojo se puso a mi altura. Hacía tanto ruido que me giré a ver quien era el descerebrado que iba a quince kilómetros la hora por una carretera regional. Cuando miré, Anna me saludó. Anna es una chica que va a mi instituto y va a la clase paralela de mi curso. Es alta y delgada y tiene ese tipo de mirada que parece que se sepa todos tus secretos. Detrás de esa mirada guarda unos ojos azules penetrantes, divididos por una nariz puntiaguda y pequeña. Su cara queda enmarcada por un cabello rizado y de color chocolate que le llegaba hasta los hombros. Me sonrío divertida y bajó la ventanilla dejando que pudiera escuchar una canción de rock que sonaba a todo volumen

- ¿Subes, o te quedas ahí? – gritó para hacerse escuchar por encima de la música. Sin pensármelo dos veces subí.

– Genial. Ahora haz mis deberes de historia o te tiro. – me dijo, mientras giraba por el desvío correcto.

– Eso se llama chantaje. Además, deberías hacerlos tú, para eso sirven los deberes. - mascullé.

– Pero tú los haces mucho mejor, N. – sonrío a la vez que indicaba los asientos traseros de su coche. Cogí sus apuntes y saqué los míos para pasarlos a sus notas.

Siempre había sido así. Yo le echaba una mano en los estudios y ella me daba consejos para mi patética vida social. Solo tenia dos amigos: Anna y Junior, mis amigos de toda la vida. Solo hablaba con ellos exceptuando cuando Roy, el capitán de hockey de nuestro instituto, venía a preguntarme cuando tenían partidos. Era el presidente de actividades extraescolares de nuestra escuela, lo que me adjudicaba la etiqueta de niño repelente que quiere tener todo bajo control. Aun así, todos los capitanes de diferentes deportes y asignaturas extraescolares venían a preguntarme sobre cambios horarios y aulas. Es irónico: les ayudo con sus dudas, les brindo información por el simple hecho de ser el presidente ellos me responden con burlas, bromas de mal gusto y cuchicheos a mi espalda. En realidad, no me importa.

¿Encontraste la mentira? Si lo hiciste, prémiate, lo mereces. Claramente me importa que me traten mal. A todo el mundo le gustaría que fueran amables con ellos, o como mínimo, que les dejasen en paz. Duele que te llamen cosas horribles y que no puedas hacer nada en contra.

- Ey, genio. ¿Te vas a poner a hacer algo o te has muerto? Historia es a primera hora y el señor Hitchcock cree que soy buena estudiante, o algo así. – me sobresalté cuando mi amiga me habló.

- El viejo verde solo quiere saber que hay debajo de tu falda. – respondí mientras empezaba a copiar mi respuesta en su hoja. Recibí un puñetazo, que se pasaba de amistoso, y me lanzó contra la ventanilla.

- Deja de pegarme cada vez que intento hacer un chiste. – murmuré mientras me sobaba el hombro. – Deberías dejar de ser tan agresiva, te hace fea... -

Volví a salir disparado, pero esta vez fue hacia delante. Golpee mi frente de lleno contra el salpicadero con una fuerza brutal. El dolor no llegó de inmediato. Simplemente toda mi visión fue sustituida por una luz blanca cegadora. Intenté moverme, pero mi cuerpo no quería responder. Empezaba a notar el dulce sabor de la sangre en la boca como si de miel se tratara. Oía un pitido seco e irritante y por encima, sonidos amortiguados de golpes y gritos, mientras la música seguía sonando. Lentamente perdí la consciencia.

Soñé que estaba al lado de un río enorme. Llovía con muchísima intensidad, lo que provocaba que el inmenso río fuese a una velocidad vertiginosa y se saliera de su cauce. Arrastraba rocas del tamaño de coches y todo tipo de objetos. Vi varias balsas hechas de madera, unos carruajes como los del viejo oeste e incluso varias esculturas de monos y todo tipo de pájaros. Aun cayendo aquel torrencial no notaba ni el frío ni el viento que levantaba tornados de arena y hojas caídas. El cielo encapotado sobre mi parecía querer succionar todo, como una gran aspiradora gigante. Un movimiento desde mi visión periférica llamó mi atención, un chapoteo frenético que sabía que provenía de alguien que había tenido la desgracia de haberse quedado atrapado en aquel temporal. Me obligué a mirar impotente como la figura descendía en la dirección que la llevaba el torrente de agua turbia. Era la figura de una mujer entrada en la mediana edad ya que tenía una cara joven y hermosa, contraída por el horror que estaba viviendo. Seguí con la mirada como intentaba frenéticamente mantenerse a flote agarrándose a diferentes escombros. Estos parecían estar demasiado lejos en cuanto intentaba alcanzarlos. Intenté centrarme en la persona, pero cuando una ola la zambulló bajo del agua no conseguí volver a encontrarla. Cuando había abandonado toda esperanza de que siguiera viva, una explosión sacudió el agua cual geiser varios metros delante de donde se la había visto por última vez. Una figura claramente no humana la tenía cogida la cintura y la dejaba recostada en la orilla contraria. Desde el otro lado no podía ver con claridad lo que era aquella figura, tenía la complexión vagamente humana. Su espalda sería del tamaño de una mesa de billar, pero su cintura y piernas eran más delgadas, por lo que parecía un muñeco mal dibujado. Una cabeza tan grande como un frisbee para perros gigantes giró hacia mi dirección y aun estando alrededor de cien metros de distancia pude ver el odio reflejado en su mirada.

Abrió su gigantesca cabeza para proferir un grito gutural que quedó silenciado por el rugido del agua. Noté como cogía carrerilla para impulsarse y saltar hacia mí. Lo único que pude pensar en ese momento fue: - No quiero morir aplastado por un mono con las piernas más delgadas que yo. Sería poco glamuroso. –

Solo porque estoy vivo puedo decir eso y con orgullo. Mientras la masa de pelo descendía hacia mí a cámara lenta, empecé a sentir que no podía respirar, que me dolía toda la cara y que empezaba a hiperventilar. Cuando debería sentir que el mono con piernas de Barbie me aplastaba simplemente abrí los ojos e inhalé. Mi cara contra el salpicadero, el cuerpo atrapado entre la puerta y el asiento de un Camaro rojo mientras una canción de AC/DC retumbaba dentro de mi cabeza.

"Highway to Hell..."

*Guapuras, siento no poder publicar esta semana. El viernes puede que haya, pero no estoy segur@

La Vida De Un Sin NombreWhere stories live. Discover now