Primer y Último Capitulo

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El día en que fui dado a luz, no lloré. Crecí sin sentir nada, sin saber lo que eran las emociones, pues nací sin ellas.

A causa de eso mis padres me rechazaron y nadie quería ser mi amigo, porque, ¿quién iba querer a alguien que no tiene la capacidad de sentir y todo le es indiferente? Así que me acostumbré a estar solo durante diecisiete años, y un día tuve una idea. Esa idea consistía en crear una caja de donación para que la gente pudiera donar sus emociones no deseadas y así lo hice, creé esa caja pensando que sería buena idea, pero no fue así, al menos no para mí.

Y la caja se llenó, se llenó mucho más rápido de lo que esperaba, pues al día siguiente ya no había espacio para más emociones. Yo estaba perplejo, no entendía porque había tantas emociones, no lo lograba entender hasta que las sentí todas y cada una, en ese instante comprendí porque la gente se había deshecho de todas esas emociones, eran negativas y hoy en día nadie quiere sentir emociones negativas, ¿verdad?

Pasé mucho tiempo así, sintiendo el dolor, el temor y el rechazo de personas desconocidas, personas que no querían sufrimiento en sus vidas. Y me arrepentí durante muchos años de la idea que tuve a mis diecisiete años, de haber creado esa estúpida caja, por su culpa mi mundo se había sumado en una intensa y dolorosa tristeza de la que no podía salir a menos que alguien donara una emoción positiva, pero, ¿quién iba a hacer eso?

Y viví, me acostumbré al dolor y aprendí a convivir con esas emociones que solían desgarrarme por dentro, como lo hace un león a su presa. Y os preguntareis ¿por qué iba a acostumbrarme a algo que me estaba matando? La respuesta es simple: no podía estar luchando siempre contra las emociones negativas que me dejaba la gente en la caja, pues eran demasiadas y yo solo era un simple e insignificante ser humano, que, de no ser por la caja, seguiría sin sentir emoción o sentimiento alguno.

Así que con el tiempo dejé que esas emociones me consumieran lentamente, como lo hace un cigarrillo a los pulmones de quién lo fuma.

Y sumido en la desesperación y el caos puede que llegase a pensar en acabar con todo algún día, en algún momento. Pero no lo hice.
Y aunque estuviera ya cansado de todo, decidí darle otra oportunidad a la vida.

Y cada día pedía el mismo deseo a la luna y sus amigas las estrellas: «Antes de desaparecer, antes de que todos me olviden y antes de que nadie recuerde mi nombre, deseo poder sentir una pizca de felicidad.»

El tiempo pasaba, se podía ver por la ventana como las flores nacían, como el sol resplandecía y como las hojas de los árboles caían hasta dejar al árbol desnudo, pasaron los años y yo ya me había convertido en un anciano, estaba en una habitación, estirado en una cama, sabía que mi hora había llegado.

Y así, como por arte de magia, alguien donó el sentimiento de felicidad en la caja, y en ese momento fui feliz aún sabiendo que ese iba a ser mi último suspiro. 

ÚLTIMO SUSPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora