★ Hugo había salido temprano en la mañana, estaba lloviendo fortísimo y el clima no presagiaba ninguna suerte para los transeúntes que cruzaban las calles tumultuosas y ruidosas, pero esto no detenía al hombre. Tenía que llegar a la tienda de arte más cercana a su casa. Una vez allí sacó apresuradamente el dinero de su bolsillo, compró las pinturas que se le había acabado de anteriores trabajos pictóricos y se marchó, adquiriendo más material como nunca lo había hecho.
Hugo era pintor, siempre hacía obras de arte y los pedidos nunca cesaban en su agenda. Tenía cierta obsesión por la figura del ser humano, más aún, el de las mujeres, por lo que su estudio siempre era recorrido por figuras féminas que pasaban por allí y por allá, desnudándose ante los ojos del artista, esperando ansiosas verse inmortalizadas en la tela y en la vida del pintor. Él vivía de su arte, de lo que creaba sobre el lienzo y expresaba con sus manos. Reconocía ser cansador las horas que debía invertir en la elegancia y perfección que conllevaba un retrato naturalista y sumamente hiperrealista, pero ya estaba acostumbrado a la presión, hasta aquel día.
Hugo había recibido un correo de una mujer extraña, con un peculiar pedido que no tardó en provocar gestos de asombro en el artista. Ella pedía en un escrito plasmado de urgencia y desespero un total de ocho cuadros, de su retrato. Cada uno debía ser creado en un periodo no tan largo de tiempo y todos debía ser exactamente iguales. Hugo no había experimentado el arte como en ese tiempo, y no creyó que aquel pedido extravagante iba a cambiar completamente su vida. El nombre de su futura musa era Helena.
Helena era una mujer que cruzaba los treinta años, morocha, de ojos extremadamente azules, algo que encantaba al joven pintor.
Muchas musas habían pasado por los ojos de Hugo y por sus cuadros, pero aquella musa, Helena, que posaba ligeramente en el asiento de madera, era especial, algo ocultaba que la hacía misteriosamente intrigante y hermosa. Era extraña, y para Hugo no había belleza más única y transcendental que la extrañeza, lo misterioso, y aquella Musa de palabras escritas impacientes, pero de poca habla en persona, invocaba la perfección misma, el santo grial, la mujer perfecta.
Y su duda había crecido más aún cuando la vio recorrer el estudio observando en silencio sus anteriores creaciones. Hugo siempre necesitaba saber por qué sus clientes querían tal pintura, cual era el motivo que los llevaba a ir por un artista y no por un fotógrafo. Él reconocía con cierta pena que sus trabajos se habían vuelto escasos por el avance de la fotografía, por ello, la intriga cada vez era más fuerte. Helena no le respondió, prefirió callar en aquel instante y en los que seguirían, solo limitándose a posar para él.
En las pinturas, Helena uso el mismo vestido azul que había comprado exclusivamente para las obras, el cabello atado detrás de su espalda y un pequeño collar brillante y delicado. Se acomodaba en el banco de madera de un marrón claro con la compañía de un florero con rosas que ella misma llevó el primer día del retrato.
En una semana, Hugo terminó la primera pintura, se la presentó a Helena con una brillantez idéntica a la de un niño el día de su cumpleaños. Esperaba que Helena, silenciosa e imperturbable, dijera algo, tan solo una palabra que haría a Hugo el pintor más feliz del mundo, pero como si todo lo que deseaba se revirtiera y se presentase lo opuesto, Helena solo sonrió e inmediatamente arregló con él la próxima cita para la siguiente obra.
Las semanas pasaron y Hugo ya había completado las 5 pinturas, le faltaban tan solo tres para satisfacerla y terminar el trabajo. Pero, a partir de la visita de una colega, el joven pintor cayó en una realidad que él había ignorado durante mucho tiempo. Esta luego de ver las cinco helenas le preguntó:
— ¿Has dejado la pintura y ahora te pones a dibujar?
Hugo la miró intrigado, la colega le señaló la cuarta y quinta pintura, escasas de colores, con más trazos de carbonilla y lápiz que óleo. Hugo parecía estar perdido, confundido, sin entender cómo había dejado los pinceles tan repentinamente, cómo había ignorado las pinturas que tanto le costaron el viaje en momentos de lluvia hacia la tienda. No supo cómo explicarlo.
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La Musa ©
Short Story★Hugo es un pintor prestigioso y popular. Su talento Hiperrrealista lo condecora como uno de los artistas más honorables y deseados por miles de hombres y mujeres que se entregan para inmortalizarse en sus obras. Muy capaz de plasmar los minuciosos...