Sonríe, siempre

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Nadie escribe de esas veces en las que haces lo correcto y te sientes como un gilipollas. Nadie escribe ya del miedo. De que le paso a Neruda cuando se acabaron los cerezos y la primavera. A nadie le interesa la gente que está sola. La gente que se abraza a si misma a oscuras porque tiene miedo de encender la luz y darse cuenta de que nadie vino para salvarlos de otra noche de precipicios.

¿ Por qué no se habla de aquellos que se esconden en un verso porque es la única manera de poder entender todo lo que llevan  a sus hombros?

Aquellos que sienten que sonreír es únicamente otra que excusa que darles para que les partan los dientes.

¿Quién les dicen: para, a los que necesitan velocidad para hacer latir su corazón?

Los que se enganchan a los precipicios, se hacen adictos al vicio que supone vivir sin frenos.

Besos, versos, noches que son precipicios, caídas libres que te hacen palpitar, tan, tan rápido, que no puedes contar el latido por segundo.

Y la razón te pide que frenes, te recuerda que no sabes volar, que vas a caer en picado, que esta vez no te puedes enamorar.

¿Qué te hizo pensar que podías ordenar este caos de cabeza y corazón? ¿Qué te hizo creer que podías reemplazar el dolor de un papel en blanco por un atraco a beso o muerte?

El tiempo te ha enseñado que yo soy más de versos y de buscar la suerte en los lugares menos apropiados.

Que la busco en bocas que contaban mentiras y que miras por donde miras solo vas a encontrar a una persona perdida.

Cielo, no es culpa tuya todo esto. Yo ya estaba perdida antes de conocerte, ya era un desastre en las noches con copas de por medio. Ya era demasiado niña para la vida y demasiado mujer para un hombre.

Y aunque es cierto que contigo aprendí a ver el vaso medio lleno, deberías saber que tan solo me has servido para ahogarme.

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