Deidad era la persona que estaba a su lado mientras dormía, pérfido esclavo de su entrepierna, él, de lenguas viperinas. Desde el primer hasta el tercer día, todas las noches antes de dormir, se comían por el odio, se bebían, se arañaban y morían, de hecho, se pasaban el día muriéndose. Bombas atómicas y guerras vietnamitas.
Sabía que era el animal cuando gritaba tigre y tigre rugía para ella.
Se podría decir que la idolatraba desde lo largo de sus piernas, aunque no supiera distinguir entre el corazón y la polla. Aquella necia trascendental estaba completamente seducida por sus ropajes de pitón, por sus abrazos de osezno, por sus apologías hermosas, (y letales) por su perfil desnudo y por el centro del huracán que se impregnaba, pues era él, aquella criatura mitológica que algún día se proclamó dios al vencer a Atenea.
Posado en su trono de plata acariciando a su jodida perra que llenaba su espalda de caricias y arañazos a cambio de padecer un idealismo, de padecer ese veneno alucinógeno que le otorgaba subsistencia, que le permitía permanecer en el suelo y
a cambio de ser suya.
Pero cuando Deidad colocó la pistola justo encima de su cráneo ella comenzó a oscilar;
"¿A qué sabe la alevosía?"
(dijo mientras se relamía los labios)
al principio tan sólo fueron unas convulsiones, pero, luego ella empezó a caminar con piernas en vez de pezuñas y con garras afiladas como agujas, unas que le embistieron: empezando por su abdomen, acabando por su cabeza, succionando sus vísceras y dejando para el final el último foco humano: sus ojos.
Al parecer esa necia trascendental había mutado a pantera.
Y así la el gato disfrazado de pantera había vencido al tigre.
"Cras".
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Prostitución literaria.
RomanceYo que sé, me vendí a cambio de cuatro centavos. Finalizada.