- Hoy voy a matar a una persona.
Dijo mientras observaba su reflejo en el espejo. Dijo mientras apretaba sus nudillos de aquella forma que tanto le excitaba. Dijo mientras posaba sus labios en una sonrisa majareta. Dijo mientras apretaba los dientes de forma agónica.
El sol brillaba y los pajáros cantaban con su cínico sonido del demonio, un domingo fantástico y una vajilla nueva fantástica que había comprado en una subasta de vajillas turcas por culpa de aquel trastorno obsesivo que le llevaba a depender del consumo y a comprar más de cincuenta vajillas en lo que viene a ser un día. Desde vajillas hasta lavadoras y desde lavadoras hasta pendientes de mujer.
"Me gustan las cuerdas, sí, parecen bastante solidas, le darían un toque original, y hasta podrían aplaudir en vez de llorar . No. Un revólver, sería algo más rápido, menos sucio y más eficaz. Inyección letal, bah, si el revólver no es humano, eso lo sería mucho menos. Quizá arrojarlo por un terraplén. O rajándole el cuello de oreja a oreja, aunque... Sería una muerte demasiado lenta, tampoco me apetece ver mucha sangre por el suelo."
Estaba mascando la parte inferior de un lápiz mientras apuntaba aquellas difamaciones. La ceja derecha bailaba a veces, en forma de compás de dos cuartos o en compás de cuatro octavos pero la gente le suele llamar tic.
"El escenario será la noche, no hay nada como esas tinieblas abrumadoras para un asesinato como Dios manda, a la luz de la luna, emana gran romanticismo sublime y usaré como requiém El Caos con una 'c' mayúscula para que lo admiren esta noche, para que lo veneren esta noche."
La gente, la verdad es que la gente no se solía fijar en sus cejas ni en su cabello desaliñado rojizo, pero miraban hacían el suelo cuando el caminaba por las avenidas hasta llegar al psiquiatra.
"No debería darle vueltas, me decanto por la cuerda y sin más. Sería una creación insólita y por fin podrían llamar artícife y no loco".
Aquella noche, vestido de traje, y con una cuerda cargada a espaldas, vagó por aquellos andenes mientras cantaba:
En Montjoy cárcel lunes por la mañana
de alta en el árbol de la horca,
Kevin Barry dió su jóven vida por la causa de la libertad
Sólo un muchacho de dieciocho veranos,
(...)
La cuerda flotaba entre la bruma y no había ni una gota de savía vital, ni una silla fuera de su lugar. Pues estaba de pie en ella, inclinando el sombrero hacia el público.
Un redoble de tambores.
Y de pie ante la cuerda, el famoso mago que podía flotar entre gravedades.
-Damas y caballer...
Mago muerto, mago vivo.
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Prostitución literaria.
RomanceYo que sé, me vendí a cambio de cuatro centavos. Finalizada.