1. El rostro

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—Alaya —Daniel me miró a los ojos con tranquilidad sonriente.

El mismo que siempre me había calmado en mis días más oscuros. Aquel con el que había entrado en un curioso estado de paz desde la noche en que mi vida cambió, pese a que, en mi mente, la confusión por la aparición de los dos extraños seres, las vidas pasadas y la relación de la grieta y lo que vivía entre El Castillo de Morfeo y La universidad se hacían cada vez más mayores, generándome dudas en mi interior.

¿Cómo no había caído? Daniel era el que había estado más cerca de mí en casi todo el momento en El Castillo de Morfeo, incluso cuando le pedí a Morfeo que pudiéramos entrar en La sala de seguridad para comprobar si las visiones de La persona encapuchada y El individuo de la túnica negra eran reales. Hubo un tiempo que llegué a sospechar de mi mejor amiga, Emily; pero en el instante en que quedó inconsciente supuse que no podía estar en todos sitios, y más, teniendo en cuenta que Mar se había quedado a su lado. A veces, el lobo se disfraza de oveja blanca y sabe actuar para acercarse a sus presas sin que se den cuenta.

Se escuchaba llover fuertemente. Los cristales de las ventanas estaban salpicados por el agua; Caían lentamente llenas de tristeza hasta difuminarse en las sombras. Las nubes violetas ocultaban cualquier rastro del bello nocturno que nos había acompañado desde que quedamos atrapados, y, poco a poco, fue ganando terreno formando tras de sí, un tornado encima del castillo; sabía que era cuestión de tiempo a que el tiempo de afuera se llevara todo lo que le era conocido a Morfeo y dejándonos indefensos ante la amenaza de Daniel y sus cuervos. Se vio otro rayo resonando en todo el lugar; Iluminó de color amatista la estancia y el rostro de Daniel. Solo cuando caía algo se podía ver la pequeña habitación llena de estanterías y una gran ventana a un lado de donde se encontraba Daniel.

Los cuervos permanecían cerca de las llamas alrededor del asiento que se había levantado justo antes de descubrir quién se ocultaba debajo de aquel disfraz. Orgullosos y atentos a cualquier movimiento que pudiéramos hacer.

Por un momento, pude ver a todos mis compañeros de mesa, a Mar, la profesora de La universidad y la que protegía a Emily y a Morfeo, el jefe del Castillo. Estaban extrañados y en guardia por cualquier cosa que pudiera suceder de ahora en adelante. Miraban fijamente donde se encontraba Daniel y los cuervos.

¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Se suponía que Daniel estaba para que no sufriera ningún mal, pero si era el causante de porqué estábamos aquí, tendría que cuidar de mí misma y de los demás. Debía cambiar y buscar las respuestas.

Los cuervos nos miraban amenazantes desde los lados y la cabeza de Daniel. La silla era alta, tanto que tenía levantar la cabeza para poder ver el verdadero rostro de la persona encapuchada por primera vez.

—¿Por qué Daniel? —quiso saber Morfeo—. Somos familia. Te di trabajo, un techo, amigos. Cuidé de ti cuando no tenías a nadie más, te traté como mi propio hijo, igual que los demás compañeros, la gente que sueña y las flores, ¿Por qué? —miró a Daniel enfurecido y entristecido a la vez que daba un golpe a una de las torres donde estaban las llamas. Daniel no se inmutó.

Los demás observamos a Morfeo preocupados, pero sabíamos que teníamos que tener mucho cuidado con lo que hacíamos. Cualquier paso en falso podría ser el final.

Seguramente, Morfeo debía estar irritado y sorprendido por quien resultó ser La persona encapuchada. Y no solo eso, además había sido gracias a él que ya no existían Los jardines de Morfeo y nos resguardábamos como podíamos en el lugar más alto del castillo.

Se escuchó en la lejanía como la lluvia apretaba con más fuerza. Diría que era la naturaleza de fuera del exterior. En el momento en que cayó otro rayo violeta eléctrico, se vio como desaparecían un par de árboles que estaban asomados en la ventana.

El pasado de AlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora