¿Hay trato? (Revisado)

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Narra Abril

Me paso la mano por el pelo una última vez. Intento verme bien, pero es en vano. Cada vez que miro mi reflejo en el espejo me siento sucia y deteriorada, como si se tratara de un recordatorio constante de que mi cuerpo se está muriendo.

Además, aún tengo los ojos un poco hinchados y la nariz en carne viva de tanto llorar. Mi aspecto en general es un cuadro. Lo único que se salva es mi pelo porque lo tengo limpio, ya que ayer decidí meterme en la ducha y desahogarme durante la humilde cantidad de tiempo de dos horas. En otras circunstancias mis padres me habrían matado, o yo misma me hubiera sentido mal por el medioambiente, pero ni ellos ni yo estábamos como para centrarnos en el agua malgastada. Luego me sentí un poco mal, pero teniendo en cuenta que en tres meses voy a dejar de consumir cualquier tipo de recurso natural, estoy segura de que el universo me perdonará.

Salgo del baño completamente desganada y bajo las escaleras de forma perezosa encontrándome a mis padres en la cocina. Mi madre está terminándose el café con la mirada perdida mientras mi padre prepara nuestros desayunos. Ambos lucen un rostro igual de cansado al mío.

—¿Cómo estás, cariño? –pregunta mi padre tiernamente encerrándome entre sus brazos.

—Bien– contesto sin más –. ¿Cuánto te falta? –me dirijo a mi madre.

—Ya estoy lista, vámonos –me dice cogiendo su bolso y dirigiéndose al garaje.

Nos pasamos todo el camino en silencio. Desde que me enteré de la noticia no estoy muy comunicativa, así que mi madre tampoco insiste en sacarme conversación. Cuando llegamos al instituto, mi madre se estaciona en doble fila mientras la oigo inhalar profundamente.

— Sabes que no tienes que ir si no quieres –me recuerda por vigésima tercera vez.

— Lo sé, mamá. No voy obligada, te lo prometo –la tranquilizo tratando de esbozar una sonrisa.

— Si cambias de idea, me llamas. Te quiero –dice dándome un beso en la mejilla.

— Yo también te quiero –respondo bajándome del coche y despidiéndome con la mano cuando arranca de nuevo. Una vez veo el coche desaparecer en la carretera, me encamino a la entrada del edificio en el que llevo cuatro años largos de mi vida.

Lo cierto es que los únicos motivos por los que he venido hoy son para hablar con Blake e intentar que la rutina, la cual nunca me ha entusiasmado, me haga olvidarme un poco de la situación en la que estoy ahora.

Dado que llego unos minutos tarde, decido entrar directamente al aula, comprobando que el profesor aún no está dentro puesto que la gente está esparcida por toda la clase.

—Hola –saludo a mi grupo de amigos. No es que seamos como hermanos, y tampoco pondría la mano en el fuego a que es esa clase de amistad que dura para toda la vida, pero por lo menos cuentan conmigo para algunos planes y no me quedo sola en los descansos.

—¡Abril! – me saluda Carly abrazándome –¿Tienes sueño? Tienes mala cara –me pregunta preocupada.

—Sí, no he dormido muy bien esta noche –miento devolviéndole el abrazo. En realidad he dormido como un tronco. Poco después de mi primer encuentro con Dylan, el doctor me llamó para hacerme más pruebas, eso sumado a que mi enfermedad no es común y a que ni ellos sabían qué tratamiento me venía mejor, hizo que mi madre, mi padre (que se unió más tarde) y yo, nos pasáramos toda la noche del viernes y parte del sábado en el hospital. Una vez llegué a mi casa, ninguno de los tres quisimos profundizar mucho más en el tema, así que me fui a mi habitación, me tumbé en la cama y ahí me pasé el resto del fin de semana.

Tres meses para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora