POEMA EN PROSA: NUNCA VOLVER

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Kyoto.

El fin del mundo, la luz del sol que cayó sobre la tierra era cálida,
un viento cálido soplaba a través de las flores.

En un puente de madre, el polvo esa mañana silenciosa, un buzón rojo y brillante
todo el día, un cochecito solitario en la calle, un molinete solitario.

No había nadie alrededor que viviera allí, ni un alma, ni niños jugando allí,
y yo sin nadie cercano o querido para mí, sin obligación alguna de mirar el
color del cielo sobre una veleta.

No es que me aburriera. El sabor de la miel en el aire,
nada sustancial pero suficiente para comer y vivir.

Fumaba cigarrillos, pero solo para disfrutar su fragancia. Y extrañamente solo
podía fumarlos al aire libre.
Por ahora mis bienes mundanos consistían en una sola toalla. No tenía una
almohada, mucho menos un colchón de futón. Es cierto que todavía tenía un
cepillo de dientes, pero el único libro que tenía no tenías más que páginas en
blanco. Aún así disfruté el peso cuando lo sostenía en mis manos de vez en cuando.

Las mujeres eran objetos preciosos, pero ni una vez intenté ir con una.
Fue suficiente soñar con ellas.

Algo indescriptible me instaría, y luego mi corazón, aunque mi vida no tenía
ningún propósito, comenzó a latir con una especie de esperanza.

En el bosque había un parque muy extraño, donde mujeres, niños y hombres
paseaban sonriendo salvajemente. Hablaban un idioma que no entendía y
mostraban emociones que no podía descifrar.

Mirando hacia el cielo, miré una telaraña, plateada y brillante.

Poemario Nakahara ChuuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora