EN LA TUMBA DE NAKAHARA CHUYA (1907-1937)

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Nota: Este poema no es escrito por Chuuya, más bien es escrito en su memoria por Hiromi Ito, espero lo disfruten.

Yamaguchi, Japón.

Por Hiromi Ito.

El niño con el sombrero redondo
cantó audazmente. Y audazmente
demasiado agobiado por su soledad estaba.
Y sintió como hielo el suelo blanco
debajo de su zapato.
El camaleón también llevaba chaqueta deportiva,
pasta de dientes untada,
dientes negros como los de las geishas que
señalaban el espacio vacío.
Y fantasmas.
... Se había ido a vivir con fantasmas,
pero llevando una bandera negra
nosotros lo vimos por lo alto de nuestras cabezas.
Niños perdidos a su lado,
la bandera negra en su mano
estaba ondeando en una marea de banderas.
... Y ranas.
Una rana que no se atreve a ver la luna,
es como la luna misma.
Un sombrero redondo que usa el niño,
que mueve a la pandilla de poetas
Cabeza a cabeza,
martillan un clavo contra una piedra.
Un hueso contra un viento,
esta creciente duda que lo dejó
flácido como un puerro verde.
Habla a su oído a todo pensamiento,
dulce papá que cantó y lloró
las lágrimas de Napoleón en la noche.
Pero no encontró libertad,
tuvo que traer de vuelta los huesos del bebé.
Gloria de la mañana,
reflejos de cuerpos de mujeres que se
transforman en caballos blancos,
fríos como la piedra
o historia.
La voz de Rimbaud demasiado para sus oídos,
así que se pregunta si los huesos fueron realmente
puntas blancas que emergieron del suelo
a su alrededor.
Huesos que se sentaron en los comedores,
que comieron berros y arroz saludando
a la multitud de jinetes.
Huesos que usaban lenguaje como una bandera.
Vertió el té profundamente en un cigarrillo.
Buscó a una mujer con los senos pintados
con un pezón, para la nariz que trajo la
nostalgia del paracaidista
a ebullición.
Seguido de un circo, a las afueras de la ciudad
donde se involucró en guerras marrones.
Y el chico que cantó
y vestía un sombrero redondo
cayó en un sueño roto.
Y salió de su tumba,
y se sentó con nosotros.
Y cantó en un sueño roto.

[La canción]

Como los abrigos deportivos son para la pasta de dientes.
Como la boa es a escamas.
Como los dientes negros son fantasmas demasiado juguetones.
Como las estaciones son sonrisas.
Como los teléfonos para para tostadores.
Como los ángeles están al aire.
Como las ruedas de carreta son para altibajos.
Como los caballos deben apresurarse.
Como buda es para Buda.
Como una uña del pie es de vidrio,
ya que la forma en que hacemos el amor es así.
Como las ascensiones son para cobrar.
Como los puertos son para las horquillas.
Como napoleones son de alegría.
Como las bicicletas son para los carámbanos,
los huesos son para un joven padre.

Después de Nakahara Chuuya.

Él es su dios padre
y se queda allí sin zapatos
con su sombrilla extendida.
Lo que sea que se derrame de él
levanta burbujas
sobre el camino inundado.

"Mi amigo", llora "Mi vida
es como la lluvia".
En cubos aquí, donde se debe
encender la vela,
y dentro de tu habitación
está más seguro.

Las mujeres entran en la calla blanca
de a dos. Acercándose a ellos
en la lluvia, mira como sacuden
sus sombrillas verdes.

Las macetas se mueven hacia arriba y abajo
y los canales se deslizan.
Los estanques son abandonados por sus carpas,
un mundo de mensajeros y lluvia.
Y desaparecen las ciudades.

No hay zapatos y no hay sombrillas.

Las velas iluminan mi cuarto.

Mi chicle pegado a mi oreja.

Para siempre.

En la luna.

"Si sientes tu cuerpo como una simple partícula,
no te importará nada" -Nakahara Chuuya.

Es por ti que venimos aquí,
sesenta años después de tu muerte.
Y vierte una jarra de sake
en tu lápida.
La voz grave del sacerdote,
el lamento sacerdotal sonando
alto sobre las colinas.
Los palillos de incienso se hundieron,
como los juguetes de los niños
en la tierra.
El siglo que nos rodea se desvanece,
su mayor terror es la ausencia de tu vida
pero entrando en tus sueños.
Como el mío, la noche pasada en el que
esperé en una azotea
vi una ciudad abriéndose delante de mí.
Un mensaje publicado en los azulejos de mansarda,
la esperanza de salvación del papa escrita en grande.
Esa que nos dice
"Jesús mata"
Hasta que pierdo el control de mis dedos,
apenas aguantando,
tus palabras se repiten en mi mente:
la gente es extraña cuando está a punto de morir.
Como tú, pobre chico.
Pobre extraño,
nunca serás el hombre de noventa años.
El sabio antiguo,
víctima de desastres chamuscados.
En la carne,
en vuelo sobre una ciudad desaparecida.
Profecía del señor
y decreto del papa,
fusionándose en sus secuelas.
Pero mañana en tu pueblo natal,
sin nada mejor que el aire
y nada peor,
un grupo de poetas se para junto a tu tumba.
La botella ha pasado,
sabiendo la sucia verdad,
los números que nunca han sumado.
Los dioses evocados por las palabras,
ausentes en la vida.
La dulce rendición al toque de otros,
quienes van y vienen.
Ahora listo para nuestro baile como niños,
poetas para siempre.
Amantes,
quienes hacen una caída libre al espacio vacío.
Desapareciendo en el cielo oscuro.

Poemario Nakahara ChuuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora