Estaba bastante seguro de lo que había escrito y me parecía que así se iba a poder comprender el punto al que quería llegar. Mientras él leía mi texto apoyado sobre el escritorio yo estaba acostado en su cama prestando muchísima atención a mis pies, que jugaban a frotarse fuertemente por turnos. Mientras tanto, intentaba seguir su lectura.
<<La ruta le había empalagado así que optó por buscar los poquísimos árboles que aún se le aparecían en el camino de vuelta. Pensaba en la relación de colores que veía; la tierra, que el sol flamante del verano teñía de naranja, acariciaba al azul inminente del cielo que no paraba de alardear su despejado esplendor a sus vecinos menores, las nubes y los árboles.
Lo que realmente hacía era esquivar cualquier idea relacionada al espantoso viaje que venía de compartir con sus padres en la costa.Con la cabeza apoyada en la ventanilla apenas abierta cerró los ojos y se propuso pensar en mujeres que le excitaran. Sus anhelos de una noche de placer con ellas fueron interrumpidos por la voz de su padre, que quería dar una charla sobre el alcohol, las drogas y otros excesos.
La "conversación" se tornó un monólogo redundantemente paternalista que incluso llegó a aburrir a su madre, que hizo como él y apoyó, anteponiendo un sweater, su cabeza en la ventanilla. El sermón habrá durado quince minutos de los cuales diez fueron usados por Tomás para recordar su infancia. Lo único que escuchó de su padre se le quedó en la mente esos diez minutos y de hecho, fue el disparador de aquel recuerdo.
El viento refrescante que entraba por la ventanilla lo llevó a la combi que lo traía del colegio. Le entraba ese mismo vientito y recordaba muy bien cómo entraba a su casa corriendo por el patio delantero una vez abierta la reja de su gran casa en Vicente López. Tomaba la leche viendo de reojo el gran patio trasero, que se diferenciaba del otro por tener muchísimas plantas y algunos árboles, una pileta, una pequeña baulera al fondo, una casa del árbol y lo más curioso de todo, que estaba debajo de aquella guarida: un gallinero.
La verdad es que fue idea de ambos, pero Tomás siempre sostuvo que el responsable de aquella decisión fue su madre. Un día, vio a su padre traer maderas, alambres, varios tipos de tornillos y clavos y como, acompañado de una agujereadora y un martillo, empeñó todas sus tardes de domingo en construir aquel predio. Una vez terminado, fueron a adquirir a las protagonistas de la cuestión; las gallinas.
Era tarde y el rancho era oscuro y sucio. Una linterna iluminaba las densas jaulas que se llenaban de ruido y movimiento generados por las poblaciones incalculables de gallinas. El dueño sacó cuatro y su madre le pagó cincuenta pesos por cada una. A Tomás le concedieron el capricho y dejaron que les ponga el nombre, solo recuerda el nombre de la más blanca de todas, Coca.
Eran parecidas, sus plumas variaban entre el marrón naranja y el blanco, sus crestas y papadas eran rojas y sus patitas amarillentas. Poco a poco fueron creciendo y nos fueron dando huevos riquísimos, pensaba. Nosotros les cambiábamos el aserrín del gallinero y ellas nos cagaban el borde de la pileta.
También se dio cuenta de lo surrealista que resultaba aquél patio trasero, como si se tratara de un paraíso hippie. Tomás sonreía apoyado en la ventanilla y recordaba cómo había continuado la historia de aquellas gallinas.
No se acordaba bien a quién mierda se le ocurrió traer un perro a la casa. Encima de la calle. Una mancha negra que bordeaba su ojo izquierdo determinó su nombre; Pirata. No era feo, es más, de chiquito hasta daba pena envuelto en una mantita y con cara de pobrecito, expresión que le hizo recordar a Tomás todos los mendigos que pasan en el subte cuando viaja al colegio.
Se adelantó bastante en la historia para alejarse de la imagen del subte.
Un día dejó de volver del colegio en combi debido a que su padre había quedado desempleado, de esta manera pasó a cumplir el rol de combi y de ama de casa. Pirata estaba más grande y furioso que nunca. Corría a una velocidad increíble por el pasillo principal de la casa para ladrarle a cualquier persona que tocara el timbre. A todo esto Tomás se entretenía más en el patio. Alejado de Pirata y de su padre tenía su lugar tranquilo, se tiraba en la reposera a contemplar el árbol de quinotos a medida que pasaba la tarde mientras paseaban las gallinas por ahí.
Pirata no era un mal perro, en realidad lo que sucedía era que estaba un poco desenfrenado y tenía mucha hambre. La saliva le chorreaba de esa boca asimétrica de perro de la calle. Se le dibujaba una sonrisa siniestra al apuntar su mirada a través del ventanal gigante del living que daba al patio trasero. Era obvio que algún día el bueno para nada de su padre iba a cometer el terrible error de dejar la puerta del patio abierta.
No tuvieron otra opción que mandar al perro al campo y dárselo a un conocido.
Tomás se había enterado hacía poco del truculento fin de las gallinas que lo habían acompañado tantas tardes de su infancia y no podía quitarse ese maldito concepto de la cabeza. Trató de acomodarse luego de aquel final y cambió sutilmente la manera en que estaba sentado. Recordó -esta vez más cercanamente- lo que venía de decir su padre hacía diez minutos, era una estupidez, pero una estupidez con un espíritu profundo y lleno de significado. Le había dicho -y no para darle una lección importante, lo dijo simplemente porque sonaba paternalista- algo que nunca, pero nunca, debería hacer: Mezclar alcohol con otras drogas.>>
Terminé de acordarme el texto mucho antes de que él lo terminara de leer, me pareció que seguía teniendo sus puntos fuertes aunque ahora quizás usaría un narrador un poco más difuso o difícil de encontrar.
Al cabo de unos minutos terminó de leer y sin permitir que opine ni acote nada le dije: "Por esto mismo, tenés que hacerme caso, no podés mezclar tantos temas en un cuento, va a ser un desastre. Si escribís una historia dentro de otra y dentro de otra y así, quizás una historia se come a la que más te gustaba. Escuchame, chabón, hay cosas que no se tienen que mezclar.".
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El curioso manjar que es la mezcla
Cerita PendekCuento breve. El narrador le muestra un texto que escribió a su amigo para que entienda su punto. Dentro de este, Tomás, a partir de un sermón de su padre, recordará su infancia.