Pablo tenía de regreso que pasar obligatoriamente por la granja de su amigo. Al igual que de ida miraba atento la propiedad desde el camino que la rodeaba. Al bajar por la empinada cuesta de concreto observó que en el terreno que antes había visto silencioso y vacío ahora pastaban las cabras. Sonriendo comenzó a contarlas mentalmente, las cabras estaban dispersas mientras las arriaba un hombre a unos doscientos metros de distancia, un hombre encorvado que hacía ruidos con la boca y balanceaba los brazos. Era delgado, llevaba puesta una gorra amarilla, franela manga larga como un swetter de tela delgada, jeans desgastados y sucios, calzado con botas de caucho color crema.
<<Debe ser Servando>> pensó Pablo, su amigo de la infancia, que a pesar de vivir tan cerca tenia un par de años sin ver. Aún así al verlo Pablo no quería entablar conversación. Aprovechándose que Servando estaba lejos, aceleró el paso en descenso. Pensó en bajar la empinada cuesta al trote pero la inclinación era tal, que temía lesionarse las rodillas o caer desparramado sobre el concreto. Paso frente al viejo y oxidado portón de entrada a la granja, que en algún tiempo fue de color blanco, sostenido por gruesos tubos circulares y una malla de metal con forma de rombos que se abría en dos puertas. El portón usualmente estaba cerrado, era como una puerta colocada en la cima de la montaña o en medio de una planicie, una puerta inútil, una puerta figurativa, decorativa, rodeada por mucho espacio que podía bordearse fácilmente. Una puerta que viéndola solitaria en medio de la nada, despierta la curiosidad como si esta puerta fuera un portal hacia otra dimensión u otro universo.
A la derecha del portón había a una paded de tierra por donde pasaba el inclinado camino de concreto, a la izquierda una depresión algo profunda en cuyo fondo en un tiempo paso un hilo de agua natural. El borde del camino estaba cercado con alambre de púa amarrado a débiles y delgados troncos de madera intercalados.
Se proponía seguir de largo, pero al pasar frente al portón mirando de reojo vio que había alguien parado allí, alguien que había entreabierto una de las puertas del portón y parecía esperarlo.Aquel hombre que lo esperaba no era otro que Servando, Pablo avanzó unos pasos extrañado, no podía ser él, no podía explicarse como había llegado hasta allí tan rápido, si instantes atrás lo vio a lo lejos.
<<Tal vez sea una mala percepción del tiempo>> Se justificó Pablo, achacandoselo a que por momentos se distraía y no sentía el paso del tiempo. A lo mejor buscando no lesionarse al bajar la inclinada cuesta se había tardado más de la cuenta sin percibirlo y en ese periodo a Servando le había dado tiempo suficiente de caminar tranquilamente hasta el portón y esperar a que Pablo pasase.
-¡Hola Pablo!- Se escuchó desde el portón, mientras Pablo de espaldas a él intentó hacerse el sordo y seguir de largo. Pensó que sería tonto hacerlo, ya lo había visto, lo había llamado, tenía que enfrentarse a él, por lo que no tuvo más opción que detenerse en seco.
-¡Que tal Servando!, ¿como va todo?- dijo Pablo, disimulando lo mejor que pudo el tedio mientras giraba sobre sus pasos en dirección a Servando.
Pablo advirtió cierto cambio en el rostro de Servando, este siempre había sido más alto que Pablo, era delgado, encorvado, de piel morena, tenía rostro triangular, labios finos, nariz perfilada, ojos negros y grandes orejas, orejas que siempre fueron objeto de burla entre sus amigos de juventud.
La última vez que se vieron a Pablo le pareció que el rostro de Servando adquiría cierta similitud con el rostro de las cabras, pero aquella impresión pensó que era debida a una relación que su mente había construido entre Servando y el oficio al que se dedicaba, algo así como: "los animales se parecen a sus dueños", pero, versión invertida.
Pablo se acercó, al tenerlo de frente dio un salto del susto al ver que los rasgos de Servando habían cambiado por completo, su rostro se había alargado un poco más y se estrechaba en la quijada, en el mentón había dejado crecer la barba, una barba larga y escueta. Sus labios eran solo una línea, sus fosas nasales se ensancharon, las concavidades de sus ojos se habían reducido, así como los globos oculares, la esclerótica se mostraba inyectada de sangre con una ancha pupila de color negro. Sus ojos tenían algo diabólico, las orejas le crecieron más de la cuenta, su piel era más oscura, casi negra. Mirándolo con atención se dio cuenta que no tenia piel, la piel de su rostro era un pelaje negro.
Su viejo amigo se había convertido en una especie de minotauro, con la diferencia que en vez de cabeza de toro era una cabeza de cabra, cuyos cuernos ocultaba la gorra amarilla que llevaba puesta con la víscera hacia atrás. Pablo abrió y cerro con fuerza los ojos varias veces, los enjugó con sus dedos para alejar la visión de su mente. Pero la imagen seguía allí delante de él. Sobre el cuerpo de su amigo había puesta la cabeza de una cabra macho, de un chivo, de pelaje negro y rasgos malignos.
-¡Todo bien!- respondió Servando - Aquí trabajando un poco- continuó con voz monótona.
-¡Ah..! ya veo- Dijo pablo mientras apartaba la vista de su amigo hacia el lugar donde pastaban tranquilas las cabras.
Pablo quería salir corriendo, se pregunto el origen de la visión, había dormido bien, llevaba años sin beber ni consumir drogas, el paseo había sido sofocante, pero no hasta el punto de alucinar.
-Veo que te esta yendo bien -continuo Pablo esquivando el rostro de Servando - bajando no conte menos de doce cabras, la granja a crecido desde la última vez que hablamos- dijo intentando mostrarse amigable.
-Si, ha crecido un poco- dijo Servando con la mirada fija en Pablo.
Pablo se sintió incómodo con la intensidad de esa mirada, una mirada escrutadora, inquisitiva, curiosa, animal. Una mirada como la de las vacas que estan pastando y al pasar a su lado interrumpen su labor para mirarte fijamente hasta que te alejas y aún a cierta distancia puedes sentir su mirada en la espalda.
La voz de Servando era monótona, sin tono ni expresión, sin acento, ni emisión, daba la impresión que solo sus labios se abrían y tras ellos estuviera activado un parlante, una bocina, como si Servando fuera un títere mecanizado o una marioneta robótica.
Servando hizo una pausa y luego continuo:
-¿Porqué no pasas?, quiero mostrarte las cabras, hay un macho en especial que quisiera que vieras.
Pablo no hallaba como negarse, no quería entrar, el rostro caprino de su amigo le daba miedo, sabía que era una falsa percepción, una mala jugada de su mente, pero en su interior algo le decía que se fuera de allí cuanto antes. Pensó en varias excusas: <<estaba cerca el medio día y tenía hambre>>; <<debía atender a un cliente>>; <<tenía que trabajar para terminar un encargo>> o simplemente un <<¡No!, me da fastidio entrar>>. Una frase sincera, muy clara que haría desprenderse del compromiso y la incomodidad de hacer algo que no quería. Pero al hacer esto último quedaría como un grosero, orgulloso y pedante. En el mundo de los adultos la sinceridad se toma la mayoría de las veces como un gesto grosero.
Pero en realidad no tenía tanta hambre, no quería volver tan pronto a casa a encerrarse en soledad, la verdad es que si tenía tiempo para perder, tal vez una conversación con un viejo amigo le sirviera de distracción, a lo mejor recordarían viejos tiempos y no la pasaría tan mal.
La presión, el frío, el vacío en su estomago, asi como el rubor en sus mejillas y el sudor en la frente le advertían que no traspasara el portón.
Tras vacilar por un instante avanzó unos pasos hacia Servando diciendo:
-Esta bien, no me voy a quedar mucho rato, ya casi es medio día y tengo hambre. Igual usted esta trabajando, no quiero quitarle mucho tiempo- Dijo Pablo de manera impersonal como si hablase con un desconocido.
-¡Nada de eso!, pase para mostrarle las cabras- insistió Servando mientras señalaba el camino hacia la granja.
Al mirar el camino Pablo sintió de nuevo esa sensación de hacer lo que no se debe, esa sensacion de silenciar por un compromiso o quedar bien la voz tenue de la conciencia que te grita que no hagas algo y que al final terminas lamentando.
<<¡Tengo miedo!>> pensó mientras traspasaba el umbral del viejo portón oxidado, por delante de Servando que se había quedado fijo mirando el camino. Pablo avanzó dos pasos dándole la espalda a Servando <<¡Tengo muchísimo miedo!>> se repetía, <<pero ¿porqué?>> se preguntó.
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El Cabrio Negro
HorrorPablo es un artesano treintañero que decide salir de paseo por la montaña un Domingo por la mañana. Recorre el trayecto que usualmente hace cuando libre de trabajo puede salir a tomar un respiro. Por el camino pasa frente a la granja caprina de un...