Capítulo 7: Zoológico de Recuerdos

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Cuando Ariel y yo teníamos 8 años, fuimos al zoológico por primera vez y fue una experiencia increíble. La variedad de animales era exorbitante, fue la primera vez que vi a los majestuosos elefantes y a las altas jirafas, y también a los feroces leones y a los tiernos pingüinos. Fue un bello momento y uno de mis recuerdos más atesorados, pero esta vez, ese no sería el único que aparecería. "¿Quieres revivir los recuerdos?", dijo con una voz calmada. "Podría revivir hasta los que ya han desaparecido, vieja amiga", le respondí aún con lágrimas en los ojos. "Bien, el miércoles, a las tres, en el zoológico, sabes bien cuál; bueno, adiós", y luego de eso colgó. Los recuerdos volverían de nuevo, pero con más intensidad, tanta que me producía una profunda melancolía. Los días pasaron, el verano dio paso al colorido otoño, las hojas que caían revoloteaban en el aire antes de finalmente caer y se iban apilando. Al llegar al zoológico pude apreciar que no era tan grande como solía recordarlo, talvez al crecer y por el pasar de los años, las cosas que yo recordaba como enormes ahora mucho menos gigantescos; además la gran y majestuosa estatua que se encontraba en la entrada era ahora una simple y bien decorada estatua. "¿Me estaban esperando?", dijo mientras me abrazaba por atrás. "No realmente, acabo de llegar", le respondí devolviéndole el abrazo. "Bueno, ¿y que esperamos?", dijo con un considerable entusiasmo. Luego de comprar las entradas, nos dirigimos hacia la primera zona donde estaban todo tipo de felinos, los feroces leones y los nobles tigres yacían allí, y los otros felinos (no pude aprenderme sus nombres porque eran un tanto desconocidos para mi) establecían sus territorios en diferentes partes de esa zona; y entonces recordé: "¿Preferirías que te comiera un tigre o un león?, a lo que respondí: "¿Qué clase de pregunta es esa?, digo, ¿no me comerían cualquiera de los dos de todas formas?", a lo que ella respondió: "No sería así, porque si preferirías que te comiera un león yo te salvaría, pero si eligieras que lo haga un tigre sería la primera en salir corriendo, los tigres me asustan mucho más que los leones", me dijo mientras al ver sus ojos era como si me dijeran "Pero aun así te salvaría".
Al pasar a la siguiente zona, pudimos apreciar toda especie de aves: papagayos, loros, tucanes, pavos reales, búhos y lechuzas (y muchos otros más que, nuevamente, no pude aprenderme sus nombres). "Por cierto, nunca te lo pregunté, ¿Cuál es tu favorito, los búhos o las lechuzas?", me dijo poniendo cara de curiosidad. "Los búhos, aunque... tampoco es que haya mucha diferencia", le respondí observando atentamente a las diferencias que tenían mientras escuche que se echaba a reír y me dijo "Nunca has sido muy observador, ¿Quieres saber cuál es la diferencia?, la diferencia es en que si fuéramos aves yo preferiría ser la lechuza mientras que tu serías un aburrido búho", me dijo mientras volvía a reírse. "Los búhos no son aburridos", le respondí. "¿Que no lo son?, consideras divertido dormir tooodo el día?", me respondió aun riéndose. "Bueno, supongo que tienes razón ...". Luego de eso, pasamos a la zona de los reptiles: serpientes por doquier acompañadas de lagartijas y... "¡Cocodrilos!", exclamó asustada mientras se escondía detrás de mí, aunque no había manera en que pudiera hacer nada. "Oye, no te escondas detrás de mí, de todas maneras, somos niños y muy pequeños, el cocodrilo nos comería a los dos de un bocado", le respondí un poco asustado después de ver al cocodrilo. "Pero tu pelearías con él por mí, ¿cierto?", me preguntó aún asustada, "Si pudiera, cazaría al cocodrilo y te haría un collar con sus dientes eso te lo aseguro", le respondí con valentía. "Awww, mi héroe", me dijo mientras me besaba en la mejilla. "Siempre lo haré...", y más que un recuerdo eso para mí era una promesa, una que hasta el día de hoy sigue en pie, pero bueno, creo que ya no hace falta... ella ya tenía a alguien más que podía protegerla. Llegamos a la zona de los elefantes, las jirafas, las cebras, los bueyes, los hipopótamos, los chimpancés, los monos y muchos, muchos otros (de estos si los sabía, pero la lista sería increíblemente larga. Recuerdo que la primera vez que vine con ella y llegamos a esta zona quedamos sorprendidos por la inmensa cantidad de animales que había de diferentes especies, lo más resaltante que recuerdo fue una pregunta que ella me hizo "¿Preferirías montar un elefante o una jirafa?", "Un elefante", le respondí después de pensarlo un momento. "¿Qué tienes en contra de las jirafas?", me respondió. "Nada, nada, es solo que ... me da miedo caerme de muy alto", le respondí. "Pero los elefantes también son inmensos, y, además, si te cayeras de muy alto, ten por seguro que yo te atraparía", me respondió abrazándome. Hasta ahora recuerdo esas palabras... "Yo te atraparía", si tú lo haces, ¿Por qué yo no lo haría?, talvez porque simplemente... hay alguien que ni siquiera la deja caer. Pasamos a ver a los pingüinos justo a tiempo para poder observar la forma en la que nadaban uno tras otro y al salir se formaban en fila. "¿Si pudieras vivir con los pingüinos, lo harías?", me preguntó. "Creo que ya soy demasiado mayor como para pensar en eso", le respondí maduramente. "Bah, que aburrido eres, ¿dónde está el niño que adoraba imaginarse viviendo con algunos animales especialmente los pingüinos?", me respondió. "Yo también me lo pregunto...", le respondí pensativo. Finalmente, fuimos a ver a los peces, aquellos pequeños animales que desde pequeños siempre nos llamaron la atención; solíamos comprar comida para alimentar a los peces y también solíamos contar cuántos peces de un color específico había. Recuerdo que incluso una vez apostamos, "Te apuesto mi algodón de azúcar a que puedo contar más rápido que tú", me dijo desafiantemente. "No me gusta el algodón de azúcar, pero de todas maneras lo haré, te apuesto mi paleta a que yo lo hago más rápido que tú", le respondí de la misma manera. "Y a mí no me gustan las paletas, pero que gané el mejor". Luego de un par de minutos ella gritó "¡Gané, terminé de contar!", dijo repentinamente. "A ver, dime cuántos habían", a lo que ella respondió "12", cuando empecé a contarlos me di cuenta que uno había estado escondido por lo que eran 13. "Son 13, no 12, así que yo gano, habían 16 en el mío", pero antes de que reclamara mi premio de victoria un curioso pez salió agregando uno más a la cuenta. "Vaya...", dijimos los dos a la vez. "Bueno, parece que nadie ganó esta vez...", "Si... pero, aun así, ¿quieres que intercambiemos?", le dije mientras le ofrecía mi paleta. "Mmm... está bien", respondió y así pasamos el resto del día antes de irnos, viendo animales y comiendo dulces. Sentía como los recuerdos me invadían y aparecían más y más mientras yo me llenaba de melancolía... y a la vez, una cierta felicidad. "¿Por qué te separaste de mi todo este tiempo?", le pregunté un poco adolorido. "No me alejé, simplemente... la vida nos alejó", dijo luego de dar un suspiro. "¿Quieres intercambiar?", le pregunté. "¿Qué quieres que intercambiemos?", me preguntó. A lo que respondí: "Mis recuerdos por pasar más contigo". Ella me miró y comenzó a reír a la vez que las lágrimas de sus ojos mientras me decían: "Esta bien, hagámoslo por siempre...", "Y para siempre...", le respondí abrazándola. Talvez fue una alegre visita al zoológico, talvez fue un paseo por el jardín de los recuerdos, talvez... aquel lugar que alguna vez lo veíamos como el armonioso hogar de los animales ahora era simplemente... Un zoológico de recuerdos.

El Niño de los Cordones DesatadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora