Cuando vio el camino de flores que la guiaba de vuelta, sintió que su corazón se le salía del pecho pues las hermosas flores rojas se abrieron como un libro, para dejarle pasar, como si la reconociesen luego de tanto tiempo. Cabe mencionar que desde la guerra, sus flores sólo las había hecho llegar por un mensaje oficial que las trasladaría directamente al Patriarca Shion.
No era la primera vez que veía algo así... pero hoy, luego de tanto... hubo algo que la puso muy nerviosa.
«Estás imaginando cosas que no son» se reprendió inhalando profundo, comenzando a descender.
Vaya, ya había olvidado lo bien que se sentía un relajante baño. Lo que le ponía triste era que su padre debería ser limpiado a base de esponja y poca agua como siempre. Pero al menos, de esta forma, ella ya tenía las energías algo elevadas para trabajar mañana y hoy hacerle algo decente para la cena en cuanto llegase.
No podía verle el lado negativo a todo.
Agasha siguió caminando hasta que llegó a la entrada de Piscis, tragó saliva y tratando de ser lo más educada posible, carraspeó la garganta.
—¿Señor Albafica? —habló fuerte y claro, por supuesto, sin perder el respeto en su tono.
¿Sería muy extraño decir que se sentía cómoda en este lugar? Como si su hogar fuese este... y no la casa que compartía con su padre, a quien amaba. ¿Sería muy atrevida si confesase que la curiosidad sobre los misterios que ocultaba este templo la ponían en jaque? ¿Qué sólo por el respeto que le tenía a Albafica de Piscis, ella no iba de una esquina a otra como una polilla, en busca de puertas sus pasadizos secretos?
Agasha sabía que la Casa de Piscis ocultaba un jardín esplendoroso que no sólo era conocido por su belleza sino por su fragancia letal.
Quería verlo... quería saber cómo era ese precioso sitio... pero... con su edad y mentalidad actual, sabía que si cedía a su tentación, entonces no sólo ella acabaría muerta, su padre tendría que valerse solo con sus heridas y el señor Albafica tendría un muerto más en su haber que quizás no quería tener. Así que lo esperó sentada en los escalones de la otra entrada de Piscis, esa que daba una vista perfecta hacia las otras casas, empezando por Acuario.
—¿Te sientes mejor? —lo escuchó de pronto a sus espaldas, acercándose.
Ella por suerte no saltó en su sitio por la sorpresa, sólo su corazón estuvo a punto de explotar y eso no se notó.
—Sí —susurró manteniendo bien en su cabeza que a él no le gustaba tener a la gente cerca de su perímetro. Todo por su sangre envenenada. Así que sin duda alguna, el señor Albafica debía estar algo lejos de ella—. Yo... le agradezco sus atenciones, aunque... todavía no sé por qué me llamó.
Hubo un corto silencio antes de que él al fin le respondiese.
—Quería verte.
Agasha, impresionada porque, él no sólo pareciese ser sincero sino además le confesase algo tan... asombroso, se quedó sin la capacidad de hablar.
—¿Te sorprende? —preguntó Albafica como si hubiese dicho algo normal.
¿Cómo se supone que Agasha debía seguir funcionando normalmente si él le decía algo como esto; luego de estar prácticamente toda una vida ignorándola y pedirle que se mantuviese alejada de su vista? ¿Acaso estaba jugando o bromeando a costa suya? No... algo semejante lo creería del señor Kardia, incluso del señor Manigoldo, ¿pero Albafica de Piscis?
—La verdad... sí —alzó una ceja—. Me sorprende mucho —susurró en el mismo tono sin voltear hacia atrás para verle el rostro—. ¿Puedo preguntar? ¿Para qué quería verme?
Él inhaló profundo.
—Si lo dijese no podría retractarme —masculló un poco más cerca.
¿Cómo lo supo? Agasha escuchó sus pasos en dirección a ella. No fue tan difícil considerando el enorme espacio vacío y el hecho de que esta noche apenas y soplaba el viento.
—¿También debe ser un secreto? —bajó la mirada hacia sus pies.
—Tiene que serlo por una simple razón —y aunque no la dijo, ambos supieron a qué se refería—. Pero el día que deje de serlo, es muy probable que al fin haya sucumbido al deseo de ser un simple hombre.
Con el corazón palpitando alocadamente, Agasha de pronto escuchó los pasos de Albafica aproximarse hacia ella, sin embargo, en vez de su masculina mano haciendo contacto con su hombro; ella se estremeció cuando los dedos de él rozaron criminalmente su cabello. Se llevó un par de mechones pequeños hacia él, y luego de estirarlos sin brusquedad alguna pero con una lentitud que simulaba una caricia, los dejó caer para luego retirarse.
—Ten cuidado al volver a casa. Y por tu padre no te preocupes —decía mientras se marchaba—, su Ilustrísima pronto hará venir a los mejores médicos de Grecia para atender a las personas que aún están heridas y por supuesto, tu padre no será la excepción.
No fue hasta que Agasha al fin se dio la vuelta que se encontró sola, sin embargo a sus espaldas se hallaba una pequeña bolsa color café la cual topó con su mano derecha al girarse y buscar apoyo en el suelo. Ella la tomó con curiosidad porque no oyó cuando eso fue puesto ahí.
Pero al tomarla, Agasha supo, por el sonido tintineante que hizo el contenido de la bolsa, que el señor Albafica le había dado una suma impresionante en monedas de oro.
Estuvo tentada a buscar al señor Albafica para devolvérsela pues a pesar de que él era un Santo Dorado, sus ingresos debían ser mínimos... sin embargo la necesidad, la carencia, pudo más con ella. Así que se llevó aquella bolsa consigo, pensando y pensando en que debía devolvérsela.
Cuando arribó al fin a su casa, Agasha ocultó aquella bolsa y trató de dejar el tema a un lado. Pudo atender a su padre; quien obviamente le preguntó por sus asuntos además de notar la toga nueva y su delicado olor a vainilla, sin embargo ella desvió con facilidad el tema restándole importancia.
Antes de irse a dormir, Agasha abrió la bolsa y con ayuda de una pequeña vela, contó las monedas pasando del asombro a las lágrimas, pues con lo que había ahora en su poder, ella podría comprar provisiones, y quizás, en un futuro... la reconstrucción de su casa. Claramente a nadie le diría nada de este regalo y por supuesto, una vez que terminó de contar, finalmente acercó su temblorosa mano al pequeño trozo de papel que se hallaba apartado del oro.
Agasha no había querido leerlo antes puesto que temía que fuese algo malo... o algo demasiado bueno, casi imposible. Y no es que le haya importado más el dinero, pues cada cinco segundos movía los ojos hacia esa hoja de papel, sino porque seguía sin creerse que esto haya sido un regalo... de él.
No debía prolongarlo más.
Inhalando hondo, Agasha acercó el papel a la vela, la desdobló y leyó con el corazón palpitándole al mil.
Sit amet die statuis hominum... quod die, ego amare... sit mihi quod nunc est id scelus.
Agasha frunció el ceño.
¿Qué diablos significaba esto? ¿Acaso era... latín?
Con cierto desánimo dobló la hoja otra vez. No tenía sentido que intentase leer algo que evidentemente no comprendía ni por un pelo.
Lo que Agasha ignoraba, era que su padre sí sabía leer y hablar en latín.
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𝓐𝓶𝓪𝓶𝓮 𝓮𝓷 𝓢𝓲𝓵𝓮𝓷𝓬𝓲𝓸
Romance『Albafica x Agasha』El corazón de Agasha pareció llenarse de vida. Ella sintió sus mejillas colorarse mientras procesaba lentamente las palabras escritas por el puño y letra de un hombre que supuestamente no toleraba la compañía... o quizás, estaba o...