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Agasha respiraba agitada luego de pasar por la onceava casa, Acuario, viendo con la frente perlada por el sudor el siguiente templo en su camino.

—Estoy tan cerca —exhaló con cansancio. El sol estaba comenzando a meterse por lo que debía darse prisa.

En vez de quejarse, como era su deseo, Agasha se dio un respiro. Movió los dedos de sus pies y comprobó que seguían teniendo fuerzas así que comenzó a subir las escaleras hacia Piscis.

A ella le gustaba visitar este sitio... de hecho, le sorprendía que por primera vez desde que se le era permitió entrar a las 12 Casas, el llamado que se le había hecho viniese... desde aquí. De este sitio

Ayer por la noche, sin previo aviso, un Santo de Bronce tocó a su puerta sin u.

»¿Aquí vive la mujer llamada Agasha?

»¿Agasha... quién? —cuestionó con cautela.

»La florista que vive aquí, ¿quién más? —replicó con enfado—, la misma que llevaba flores a la diosa Athena y su Ilustrísima.

Por el irritado tono que parecía incluso recriminatorio, Agasha se preocupó. ¿Acaso su Ilustrísima había tenido alguna inconformidad o problema con el último envío? ¿Habría gusanos en las flores o alguna otra plaga? ¿Alguien en el santuario alérgico a algo y no se había dado cuenta de eso? A pesar de todo lo que pensase, Agasha consideró todo aquello imposible. No había mandado nada diferente a lo anterior y las flores que iban al Santuario siempre eran meticulosamente revisadas; casi pétalo por pétalo.

Con temor, Agasha se identificó con el santo creyendo que le iban a decir alguna mala noticia o un citatorio para que le cortasen la cabeza por algún desperfecto en sus flores, por las cuales ya le pagaban bastante bien.

»El señor Albafica de Piscis requiere su presencia mañana al atardecer en su templo. Pide que no tarde demasiado.

»¿Cómo? —Agasha se descolocó, ¿acaso había oído bien?—, ¿el señor Albafica?

»Sí —respondió con fastidio—. Así que no se vaya a demorar.

Luego sin más que decirle, la dejó sola. Sola y confundida con su padre dormido, quien todavía se recuperaba de ciertas heridas provocadas por el espectro Minos de Grifo.

Al terminar la arrasadora guerra contra Hades, los Santos Dorados, con varios huesos rotos; moretones y heridas, pudieron volver a sus posiciones. Claro, se extrañaba mucho la presencia de la diosa Athena, quien volvió al Olimpo hasta la próxima guerra, y también del joven Tenma de Pegaso, quien la siguió al más allá, quizás hasta que su presencia también fuese necesaria en otro tiempo. En otra guerra.

Por lo demás. Las cosas volvieron a la "normalidad".

Se hizo un entierro general de personas y santos muertos. Unos encima de otros y varios cuerpos sin poder haber sido identificados debido al estado deplorable en la que los encontraban. Lamentablemente si alguien tenía un pariente desaparecido, con toda seguridad, estaba en una fosa común junto a otros cadáveres irreconocibles.

Rodorio y los otros pueblos cercanos al Santuario poco a poco salieron adelante.

Ahora ella estaba procurando seguir adelante comprando y vendiendo semillas, plantas medicinales y ayudando a cultivar verduras por las tardes junto a otros chicos y chicas que se les pagaría con comida por todo un día de trabajo. De ese desgastador día a día, ella y su padre podían sobrevivir, pero la chica esperaba que en al menos un par de años más, sus vidas volviesen a ser las de antes.

Por la mañana temprano, Agasha salió a trabajar en los campos dejando a su padre, quien tenía una pierna rota y algunas otras heridas superficiales, en casa. Horas antes de su final de jornada, ella pidió permiso para asistir a su llamado al Santuario. Afortunadamente no tuvo problemas en convencer a nadie de ello pues sus contactos públicos con los altos mandos de éste la respaldaban.

Agasha estaba tan cansada después de días y días infernales, que lo único que quería era dormir un poco en el suelo con su única frazada delgada muy raída que ella solía sacudir para intentar limpiarla un poco. Asegurarse de que su padre estuviese bien y luego prepararse para otro día como este.

Era tan duro tener hambre, tener frío o calor, sentirse inútil por no proveer más para que su padre sanase más rápido... que Agasha a veces se sentía que no valía la pena que siguiese estorbando... pero su padre la necesitaba, y sólo por él seguía adelante.

Ahora, mientras subía los últimos escalones hacia el doceavo templo, Agasha meditaba en lo mucho que le gustaría darse un baño y no estar oliendo a tierra, sudor y otro tipo de suciedad debido a la falta de agua, ropa limpia y una casa más o menos decente donde dormir sin temer que una serpiente de pronto te pique y termine con tu miseria.

Para variar, Agasha no podía pedir esa suerte si todavía tenía a su padre por cuidar.

«¿A quién se le ocurrió que este camino tuviese tantos escalones?» se quejó en su mente ya que sus pulmones y garganta estaban secos.

Hace algún tiempo no le habría importado caminar todo este trayecto. Después de todo, al final de su camino, se encontraba con una sonrisa de su Ilustrísima y otra de la diosa Athena... además de que también... podía verle a él.

Sin embargo, ahora que era precisamente él quien la llamaba.

¿Por qué?

De tener energías de sobra, Agasha se habría desvelado pensando en la respuesta a esa gran pregunta. Para su mala suerte, esas épocas en las que tenía tiempo de sobra para meditar en sus asuntos de niña, se habían terminado; pues no bastaba con superar esta difícil prueba de cosechar la paz que había dejado la diosa Athena y sus guerreros para con la gente, sino también con hacer crecer esas esperanzas y no dejar morir la memoria de nadie que hubiese peleado o sufrido en esta horrible batalla.

Sus pies sucios llegaron hasta la doceava casa, donde ella, agotadísima; se preguntó si debía anunciarse como en las otras casas para que su dueño se mostrase y le dijese el motivo de su repentina llamada.

No pudo más con su propio peso y el agotamiento, tuvo que arrodillarse para tomarse un descanso. Respirando agitada, Agasha trataba patéticamente de acumular algo de humedad en su lengua seca. Sus ojos parecían estarse nublando y lo peor es que ella misma sabía que estaba al límite.

Su cansancio se la estaba tragando en el momento menos ideal.

No pudo más.

«N-no... pued...» su cerebro se desconectó al instante en el que una sombra se visualizó a lo lejos.

𝓐𝓶𝓪𝓶𝓮 𝓮𝓷 𝓢𝓲𝓵𝓮𝓷𝓬𝓲𝓸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora