Capítulo 2: El cuervo

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Tal y como Kurapika había esperado, la fiesta era insoportable para él. De por sí no le gustaban las fiestas, y notó que al estar disfrazado de mujer era mucho peor. Los hombres le veían como un objeto, arrinconandola para invitarle a bailar o entablar conversación con él.

Estaba harto de los coqueteos infernales, así que escapó al único lugar que sabía que estaría solo. Los jardines.

La oscuridad de la noche, el sonido de los grillos y el aire fresco despejaron su mente de todo el estrés que había vivido en los pocos minutos dentro de aquella horrible mansión.

Estaba tan en calma que ni siquiera había notado la presencia detrás de él.

–Disculpa mi atrevimiento, no deseaba asustarte- dijo el hombre.

Kurapika lo había reconocido de inmediato, aunque llevaba una máscara y una capa que asimilaba a las alas de un cuervo, sabía quién era. Kuroro Lucifer, el hombre que había arruinado a su familia.

En aquel entonces su padre era un joyero bastante famoso y reconocido. Todo iba bien, hasta que Kuroro apareció, acaparó el mercado y robó los clientes de su padre.

Su padre había caído endeudado, y pronto su fortuna se vio reducida. Poco tiempo después  su padre decidió suicidarse.

En un principio había decidido escapar, no soportaba estar en su presencia. Kuroro le detuvo,  él insistió para que se quedara. Quería hacerle pagar, y pensó que la mejor forma era humillarlo, tal como humilló a su padre.

Así que decidió seguir el juego de Kuroro, quería provocarlo y después dejarlo deseando por más.
Y lo hizo, Kurapika se sintió tan victorioso por haberlo dejado en medio del jardín, esperando por él.

Se sintió aún más satisfecho al notar que lo perseguía y aún así no logró atraparlo.

Kurapika pensó que no encontraría diversión en aquella fiesta, pero vaya que se había divertido dejando en ridículo al pelinegro, era una lástima que solo él lo hubiese presenciado.

Pensó que probablemente pasaría mucho tiempo antes de volverle a ver, cuando escuchó el ruido de un carruaje que se aproximaba a la entrada.

Kurapika se asomó por la ventana del segundo piso, para encontrar que el hombre que bajaba del carruaje era nada más y nada menos que Kuroro.

Rápidamente volvió dentro, ocultándose de la presencia del hombre. Solo esperaba que no lo hubiese visto.

¿Lo había descubierto? ¿Sabía quién era? Era imposible, llevaba una máscara además él había creído que era una chica.

Bajo las escaleras con cautela, y se escondió. Podía escuchar la conversación desde ahí.

–Lord Kuroro, a qué se debe el placer de su visita – dijo su tía Oito.

–Vine a discutir un asunto urgente e importante – anuncio el pelinegro.

–Oh, por supuesto. Venga pase, haré que nos sirvan un poco de té–

Kuroro y Oito se trasladaron a la sala principal, y Oito cerró la puerta. Los nervios comenzaron a inundar su piel, pensando lo peor. Pensando en que Kuroro lo había descubierto y venía a exhibirlo con su tía. Comenzó a pensar en cosas peores, tenía que escuchar lo que decían.

Afortunadamente conocía un escondite dónde podría escuchar discretamente la conversación, se dirigió a la habitación de al lado. Había un pequeño ducto de ventilación, donde podía escuchar lo que decían al otro lado. Incluso mirar un poco.

–¿Qué es eso tan importante que tiene que decirme?- dijo su tía, bebiendo un poco de su taza.

–Hace aproximadamente una semana tuve el honor de asistir a un baile de disfraces, y en él he conocido a su sobrina.

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