Revelaciones

3.2K 226 509
                                    

Los niños jadeaban con pesadez; era indiscutible que el ejercicio les estaba pasando factura. Sin embargo, todos sonreían; realmente había sido un tiempo agradable el que tuvieron. Ni siquiera las quejas de Rusty por no poder atrapar a alguien, o el pequeño ataque de asma que tuvo Clyde a medio juego impidieron que los niños aprovecharan al máximo el enorme patio trasero de la casa de Lincoln. También fue una suerte que nadie chocara con una de las mesas que estaban colocadas por el césped; más de una vez, el peliblanco aguantó la respiración al ver que varios de sus amigos pasaban peligrosamente cerca de la mesa que tenía el pastel de chocolate. Al final, nadie resultó lesionado, y las golosinas seguían intactas. Una victoria más para el muchacho.

Lincoln se repuso más rápido que sus demás amigos y aprovechó el cansancio de éstos para observar un momento a Lucy. Verla saliendo de su zona de confort había sido algo interesante para él, por no decir sorprendente. Desde que la conocía, y aún antes de siquiera hablarle por primera vez, siempre la veía sentada en una banca durante el recreo: sola, alejada del Sol. No es que ella no hiciera algo, siempre leía. El contenido de sus libros era muy diverso: desde terror, hasta suspenso; desde drama, hasta aventura; y desde fantasía, hasta romance.

Recordó como la chica le confesó entre tartamudeos y sonrojos lo mucho que disfrutaba de leer novelas románticas; entre más hablaba, más confianza iba adquiriendo y explicaba con lujo de detalle aquellas historias que habían llegado a embelesarla de un modo que ella no podía comprender. Poco a poco, Lincoln también fue interesándose en aquellos libros que tanta felicidad le traían a su pequeña amiga, y cuando menos lo esperó, ya tenía en su propio librero varios títulos que Lucy le había recomendado.

Si era honesto consigo mismo, confesaría que, al principio, sólo empezó a leerlos para seguir hablando con aquella enigmática chica. Él tenía otros gustos literarios y libros favoritos, más los que compartía con su hermana. Sin embargo, los temas de conversación de Lucy eran realmente interesantes, y su forma de expresarse le parecía sumamente linda; nada parecido a la forma de hablar de sus demás compañeras —Haiku siendo la única excepción de su generación—.

Quizá fue casualidad, destino, suerte, o cuestión de gustos; pero al muchacho le terminó gustando genuinamente la literatura que la chica amaba. Era algo inexplicable para él en realidad, pero sabía que, por medio de todos esos mundos que ahora compartía con la niña, estaba conectado con Lucy de alguna forma. Era su lenguaje. Un idioma exclusivo para los dos.

Eran historias tan ricas y excelsas que imponían su importancia. Algo digno de Lucy, pensó. Sin embargo, también debía de admitir que todos esos libros no se parecían en nada al que él una vez le devolvió, el día que hablaron por primera vez.

El día que conoció a Lucy Loud y la vio mostrar emoción por primera vez: tristeza.

Lincoln no se consideraba un genio, pero ver a una niña llorando con la cabeza entre las rodillas significaba algo para él.

Agradecía el hecho de haberla conocido y convertirse en su amigo; sin embargo, las imágenes de su rostro empapado en lágrimas y sus labios temblorosos de tanto llorar seguían haciendo eco en sus recuerdos. Tocaban fibras sensibles dentro de su corazón; fibras que le causaban una serie de sensaciones no muy agradables: desde impotencia por haber presenciado la desdicha, hasta furia por recordar la razón del estado de la niña.

Él nunca entendería cómo es que alguien podía encontrar sentido alguno en atormentar a personas que no les han hecho nada. Y menos a una niña como Lucy.

Lincoln cerró los puños con fuerza y apretó la mandíbula de tal forma que su músculo masetero era muy prominente. Ésto no pasó desapercibido por Clyde.

Lincoln PingreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora