Capítulo Único

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—Eiji —murmuro Ash con la respiración agitada. Estiro, todo lo humanamente posible, la mano por entre los fríos e insalvables barrotes que lo mantenían preso, lejos del japonés.

Sus ojos verde jade clavados en la estampa frente a él no lograban hacer que terminara de aceptar la situación en la que se encontraban. Porque de alguna manera Ash quería pensar que estaba alucinando, quizás se había golpeado la cabeza o tal vez estaba en cama delirando después haber recibido varios impactos de bala.

—Eiji —volvió a llamar sintiendo el ardor en el hombro por la fuerza que imprimía sobre su carne al desear traspasar las rejas, se apretaba con tal desesperación que incluso en algún momento pensó se rompería los huesos, todo con tal de llegar a Eiji.

—Ash —susurro el japonés, sus hermosos ojos lo miraban con dulzura. —Solo cierra los ojos. No es necesario que mires...

—EIJI —grito Ash con tanto dolor que el pelinegro solo pudo menear la cabeza de derecha a izquierda, y mientras le aseguraba que todo iba a estar bien dejo salir un suspiro casi mortecino.

—Cierra los ojos, cuando los abras todo abra terminado.

Ash apretó los dientes, sus manos aferradas al metal estaban blancas debido a la presión que ejercía y su cuerpo temblaba.

—Todo va a estar bien, confía en mi —susurro Eiji con el cariño que pondría una madre para arrullar a su hijo. —Nada va a lastimarte otra vez. Te lo prometo...

Ash parpadeo varias veces intentando apartar sus lágrimas y así poder contemplar mejor a Eiji. Se veía tan hermoso. Como un ángel caído. De rodillas sobre el húmedo y sucio piso de un sótano hediondo, Eiji  lo contemplaba con dulzura, sus mejillas rojas delataban la fiebre que hacía varias horas había comenzado a torturarlo y que en algún punto le hizo delirara. Sus rodillas estaban en carne viva fruto de sostener su peso y el del asqueroso monstruo que lo ultrajaba sin piedad vez tras vez desde su encierro.

Con las manos atadas a su espalda y el estertor permanente de su cuerpo, a Ash le parecía aún más indefenso. Su piel antes impoluta, blanca como la leche llevaba los estigmas repugnantes de la lujuria de su carcelero.

De haber sabido que esto iba a terminar así, hubiera tomado su lugar. Se habría ofrecido sin reparos a saciar el rijo de la bestia que era Dino Golzine, y a la que, para su infortunio prácticamente estaba acostumbrado.

Eiji no.

Eiji nunca debió conocer ese suplicio.

El sonido de las bisagras que anuncian la apertura de la puerta al final de las escaleras hace temblar a Ash y encogerse en una de las esquinas al japonés. No hay donde huir. Donde esconderse.

—Entonces... ¿cómo está mi hermoso conejo? —pregunta el gánster sin retirar el puro de su boca. Sus ojos pequeños acarician al japonés con deseo.

Tan delicioso. Tan apetecible. Un bocado exótico que no cederá a nadie, porque es para su disfrute.

Ha retirado casi todas las prendas, permitiéndole solo cubrir su desnudez con una de sus camisas que en otro tiempo fue blanca.

Eiji se muerde los labios y se encoge aún más.

—Si mientras te follo gritas que eres mío y suplicas por más, puede que después te deje en paz —ofrece el proxeneta.

Eiji baja la cabeza y se hace bolita negando desesperadamente.

—Eres un bastardo necio —insulta lanzando el abanó en dirección incierta. —Si así lo quieres... entonces no te quejes después —gruñe y su voz está acompañada del característico sonido de la bragueta del pantalón abriéndose.

BanaterrorfishWhere stories live. Discover now