Baile

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Tony está en el baile, aunque a regañadientes. Su padre lo ha sacado de la cama hace apenas unas horas, incluso, lo ha obligado a tomar una ducha. El traje que lleva esa noche, negro, y la corbata que le asfixia un poco, roja, la ha escogido su progenitor. Tony quiere irse, pero sus amigos parecen contentos de que esté ahí.

Bruce no lleva a nadie, pero no se preocupa, sólo quiere disfrutar de la noche. Loki tampoco tiene cita, pero Tony puede ver como sus ojos se desvían hacia el otro lado del salón, donde su hermanastro, aquel mastodonte que juega en el equipo de fútbol americano charla con su pareja, Jane, recargado en la pared y bebiendo despreocupadamente de su vaso de ponche. En perspectiva, su amigo, quizá, tiene un problema más difícil que él suyo. A Tony se le ocurren mil maneras de tomarle el pelo a, pero no tiene ganas. Pepper, su amiga, baila a una corta distancia con aquel pomposo de Strange, ese chico sabelotodo que, a veces, le cae mal. Más allá, Rhodey hace lo propio con Carol. Tony siente envidia, Carol es rubia como Steph, aunque, claro, no tan bonita. Es la capitana del equipo de softbol del colegio y también aspira a entrar al ejército. Tony no puede evitar recordar a Steph. Suspira y se deja caer en la mesa. Sus dedos empujan un poco más hacia el centro la caja con al arreglo floral que su padre ha comprado para su inexistente cita.

La quiniela se ha cerrado, todos se dan cuenta que el chico popular del colegio no tiene pareja. Loki piensa que, dentro de lo malo de esa noche cursi y molesta, al menos, obtendrá un beneficio monetario. Pero, en eso, ocurre lo inesperado.

Clint, un chico chistosillo y parte del equipo de tiro con arco, se abre camino hacia la mesa de Tony. Parece azorado y está rojo como un tómate.

—¡Stark! —le grita—¡Stark!

Tony levanta la vista, pero sigue derribado en la mesa, deprimido.

—¿Qué? —masculla, está a punto de decirle que lo deje en paz.

—¡Te buscan! —Clint se detiene un poco agitado, pero le sonríe con cierta picardía— Que callado te lo tenías.

Tony frunce el ceño confundido.

—¿De qué jodido hablas, Legolas? —Tony se siente molesto.

—Una chica—le dice Clint señalanado hacia atrás—, en la entrada, pregunta por ti. ¿Quién es? Es hermosísima.

Tony abre la boca, pero no sabe que decir. Sólo hay una chica que responde a esa descripción. No lo piensa, se levanta de su asiento. Teme que sea una mentira, teme que su padre le haya jugado una mala pasada y le haya contratado a una actriz o modelo de esas que conoce tantas. Pero, por otro lado, su corazón palpita esperanzado, y corre hacia la entrada del salón.

Justo ahí siente que va morir, una vez más, todo en su interior se estremece. En la entrada de la puerta, está ella. Su Venus, su sueño, su anhelo. Stephanie también repara en él y le sonríe. Tony cree que realmente ha muerto y está en el paraíso. Ella luce más hermosa que nunca, lleva un vestido rojo de hombros descubiertos, entallado a la cintura, amplio en la falda y que deja al descubierto la mitad de sus largas piernas. El pelo dorado está recogido de un lado y cae en cascada sobre uno de sus hombros, ondulado como el de una sirena. No lleva mucho maquillaje, no lo necesita. Tony se acerca a ella, estira su brazo para alcanzarla. Ella no lo piensa, sin dejar de sonreír su mano encuentra la del muchacho. Él no puede asimilarlo del todo, pero está contento, más que eso, está saltando de felicidad por dentro.

—Steph—dice y a pesar del sonido de fondo, ella puede escucharlo.

—Lo siento, Tony—dice ella—. Tuve algunas cosas que arreglar antes de venir, y se me hizo tarde.

Tony niega con la cabeza, no tiene palabras, pero le da a entender que no le importa. Entonces, lo recuerda, el corsage sobre la mesa. Con más firmeza, envuelve la mano de Stephanie en la suya, tira de ella y la conduce al interior del salón, esquivando a compañeros que se le quedan viendo anonadados. Tony ya no está deprimido, se siente increíble. Frente en alto, pecho henchido, espalda recta, mirada orgullosa, nadie puede negar que el gran Tony Stark se ha llevado la noche.

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