Caminaba entre los árboles buscando en las lejanías de la eternidad la esperanza de la compañía.
Día tras día sumido en la desesperación observaba a su alrededor sin encontrar nada, nadie estaba y nadie estaría, el camino que había escogido tomar solo le llenaba con la eternidad de la soledad, pero estaba bien, él así lo quería, no tenía más opción ni meta que seguir.
Hacía años que lo había abandonado todo, solo por una promesa que sabía no sería cumplida.
Cuando se fue y decidió no volver a su mundo, a su felicidad solo pensó en una cosa “Esta es la forma, la única forma en que ella puede seguir sin mirar atrás. Desaparecer no es lo mismo que no estar.”
Desde un principio él nunca debió haber estado allí, nunca debió haber anhelado más de lo que le estaba destinado por quien quiera que fuera su deidad.
Tortuosa fue la consecuencia, pero dichosa la equivocación, cuando ese día salió de casa y habló con quien no debía, solo para pedir un favor que le cambiaría su no vida, el presentimiento lo guiaba, aun así no se arrepintió.
Él llevaba muerto ya seis años en ese entonces, pero no fue eso impedimento para aprender a querer desde las sombras de la inexistencia de lo sobrenatural. Cuando ella bajó del humeante auto tan negro como la oscuridad de su pensar, y le miró sin mirar enfrente de lo que desde ese día se convertiría en su hogar comenzó el pobre a obsesionarse sin siquiera darse cuenta.
Como una costumbre casi religiosa, noche tras noche le veía caminar en sus paseos acompañados solo por las canciones que dejaba a veces escuchar la luna cuando no había alma alguna para apreciarlas. Eran solo los dos entre la melancolía de la noche y la vida invisible de la naturaleza, pero sabía bien a pesar de todo que la realidad era distinta, ella estaba sola, y él lo estaba también.
Sin poder aguantar una sola hora más lo injusto y desafortunado de su situación, corrió y corrió hasta encontrarse con quienes los vivos llaman “Él maldito” y le rogó desde el fondo de su corazón las plegarias que Dios le había obligado a callar “Quiero que ella me vea” le dijo con la valentía del que no piensa más que en el momento en el que está.
“El innombrable” mediante señas y palabras vagas que no pudo nunca recordar aceptó serle de ayuda. Desde ese día hasta la siguiente luna llena sería para la mujer una persona más, aunque solo mientras la noche durara, el pago sería cobrado después, pero eso era lo que menos le importaba.
El hombre contento, eufórico y orgulloso de su pecado avanzó con rapidez para llegar hasta la silueta de quien le consideraba un desconocido más. Cuando la encontró las cosas se hicieron mucho más fáciles de lo que cualquiera habría podido esperar, parecía como si entre ellos hubiese pasado un largo tiempo de encuentros y desencuentros que nadie podría descifrar. A las semanas ya ambos en silencio, se convirtieron en algo necesario para la existencia del uno y del otro, pero la luna llena se acercaba otra vez y el sueño de felicidad se disipaba entre la expectativa de la consecuencia esperada.
Quiso decirle la verdad, pero no fue capaz, no quería hacerle daño, ni continuar con su mentira, todas las opciones eran negativas, todas las opciones les dejarían a ambos atrapados en la soledad del abandono voluntario de la compañía.
Antes de que pudiese decidir llegó el final de la última luna permitida, y no había siquiera tratado de explicar qué le ocurriría.
El diablo se le acercó, antes de lo que él habría deseado y le pidió con imponente presencia el pago de su trato, pero para su sorpresa no era algo tan malo, solo debía seguirlo hasta el infierno, y el maldito le otorgaría además, como muestra de algún tipo de bondad el beneficio de desaparecer de la vida de la mujer, sus recuerdos sobre él se esfumarían de su mente como el humo de los inciensos de las ofrendas, sin embargo él le recordaría por la eternidad, en el infierno que se merecía.
Cuando esperaba con la cabeza gacha, dispuesto a sufrir su mejor error, la vio entre los árboles, mirandolo, llorando en inmóvil terror, entonces con una voz que no podría haber sido escuchada por nadie más que a su único destinatario le juró entre lágrimas “Volveré”.