Un final sin principio...

33 8 1
                                    

 -Cuando te conocí ya era demasiado tarde para mí.- Le dijo el hombre con los ojos aún cubiertos por el ala del sombrero. -Los días eran lentos y las noches eternas, me revolcaba en mi inutilidad de revolucionario encarcelado, mientras tú, poseías más valor que cualquiera de nosotros…
Él estaba siendo atormentado por sus propias palabras, cada una de ellas mantenía el cruel dejo de una despedida forzada y amarga.
Ella no respondía, ni daba señal de compasión. Parada, silente y digna daba la impresión de ser una estatua, más que una mujer a punto de abandonar egoístamente por otros su última oportunidad de felicidad.
-Sé que siempre fui el menos apasionado, pero me gustaría que por lo menos tú supieras, que si hubo un momento en el que pensé, sería esta la solución de los problemas que han continuamente aquejado a nuestras sociedades desde el inicio de los tiempos humanos. Mi falta de fe no nació de ustedes, sino del resto, de esos en hombres en cuyos ojos no se leía más semblante que ansias desesperadas de poder.- Bajó un segundo la vista hacia el piso, quizás con el objeto de recordar, quizás con la idea de que así evitaría llorar.
A pesar del frío, ella llevaba puesto su vestido blanco con azul favorito y un gran sombrero que debía haber sido para atrapar los rayos de sol y no la nieve que con sigilo había comenzado a caer sobre ellos minutos antes para adornar la conversación.
Él, como nunca iba vestido de negro, puede que lo hiciese para demostrar el luto que guardaba hacia quienes abandonaba por  lealtad a sus valores familiares, por lealtad a su propio concepto de moral.
Los adoquines húmedos aún no eran amenazados por verse completamente ocultados por el frío, pero reflejaban con romántica ironía las cálidas luces de los faroles del alumbrado público.
-En el inicio, cuando decidí ayudarlos, mi corazón no estaba totalmente domado por la política a la que ustedes veneran constantemente como un culto más. Creo, fui participe de “la causa” solo por la ingenua necesidad de querer incluirme en la formación de algún tipo de revolución, más que por la utópica imagen de igualdad que en cierto punto yo mismo llegué a adoptar como Dios… No me arrepiento, pero ya fue suficiente ¡Estoy harto de confiar en ficciones, en novelas de fácil venta para analfabetos con sueños de esfuerzo! Desde que te conocí en adelante todo estuvo mal. Ni a ti ni a mí nos faltó nunca nada, entonces ¡¿Por qué nuestras vidas están arruinadas por una causa como esta?!- El hombre se quitó el sombrero y la miró fijamente tomando sus hombros fuertemente entre sus manos, para asegurarse de que le escuchara. - De lo único que sí me arrepiento es de haber contaminado mis escritos ¡Mi propia libertad! Para convertirlos en basura política que cantaba discursos que ninguno de nosotros creía ¡Y no trates de negarlo, porque yo lo sé! Ni  uno de los “intelectuales” metidos en esto se compró totalmente el cuento de que la desigualdad desaparecería ¡Ni tú, ni Adrián, ni siquiera los líderes! Ustedes, al igual que yo vieron esto como una oportunidad de rebeldía, después de todo nunca, hasta hace unos días habíamos sido nosotros los que huían para resguardar sus vidas.-
Ella lo miraba sin emoción alguna, como si una invisible pero gruesa pared se interpusiera entre ellos, impidiendo que la voz de su interlocutor llegase hasta sus oídos. La mujer solo podía observar con serenidad los labios del hombre moviéndose sin comprender el significado de sus inflexiones. No lo escuchaba, ni lo escucharía.
Con violencia él la soltó y volviéndose a colocar el sombrero y tomando la maleta con su mano izquierda terminó por decir -Espero que me sepas perdonar por haber despertado antes, por haberme marchado sin esperar verlos a ustedes preparados para salir de aquella seguridad que solo los sueños pueden brindar. No creo que volvamos a vernos, a donde voy no hay ni lápices ni política, solo locos que por lo menos saben escuchar.-

Cuentos para no aburrirse Donde viven las historias. Descúbrelo ahora