Se te acaba el Tiempo
Misma pieza, misma cama, misma alarma, mismo mensaje...
Martes 03 de septiempre, igual que cada día, tristemente sofocado por entes desconocidos, al borde de la locura, sin saber que hacer por cambiar, sin saber porqué debía cambiar.
Cada día la misma rutina se repetía, en un círculo que por más que quisiera terminar me era imposible...
¿En qué momento se habrá convertido ir al colegio que tanto amaba una tortura?
No recuerdo bien cuándo comenzó todo, al principio me pareció una simple broma, pero con el pasar de los meses entendí que se estaba saliendo de control.
Lunes 03 de marzo, veinticinco años recién cumplidos, primera práctica haciendo clases, la felicidad que sentí es incluso hasta hoy algo inolvidable.
El quinto año B fue uno de los cursos en el que me fue designado trabajar. Recuerdo perfectamente su sala de color amarillo, con unos cuantos recortes infantiles que daban un aire de ternura como primera impresión de los alumnos. Eran treinta tres muchachos, pequeños e inquietos, que al verme por vez primera citaron aquel patrón aprendido de memoria, casi como un adoctrinamiento, parados detrás de sus sillas a coro: “Buenos días profesor”.
Miércoles 04 de Septiembre, misma cama, misma alarma mismo mensaje...
Tenía ocho años y poco o nada sabía de la vida ¿Cómo iba a entender el daño que le estaba haciendo?
Todos le decían “eso” cada mañana al entrar en la sala, si no lo hacía era a mí a quien iban a molestar, pero jamás fue mi intención dañarla, de ninguna forma.
Al comienzo de la tercera semana, junto con el despertador llegó la primera advertencia. A mi número de teléfono privado una persona había enviado un texto diciendo “Se te acaba el tiempo”, y nada más. Pensé en el momento que se trataba de una broma, pero las cosas comenzaron a cambiar cuando cada día recibía más y más mensajes desde diferentes números con la misma cita, ni más ni menos.
Traté cambiando mi compañía telefónica, e incluso mi celular, pero nada parecía detener la perseverancia inocente de aquella agresión.
Un día traté de hablarle a la chica que entre todos habíamos aislado, quizás porque sentía en mi corazón algo de remordimiento, quizás porque incluso si trato de justificarme en mi edad de aquel entonces, sé que estábamos equivocados.
Ella había sido mi amiga desde hacía unos años, pero no fui nunca capaz de defenderla de sus agresores, por miedo, y por miedo también callé esto a sus padres y a los míos. Temía más de perder al resto de mis amigos que de maltratar a un inocente.
Los muchachos se portaban cada vez más extraño, pero nunca decían nada directamente, solo se reían a mis espaldas cada vez que me volteaba a escribir en la pizarra, o cuando trataba de hablares para explicar algo. Cada día sus burlas empeoraban.
Las risas, los mensajes, las risas, los mensajes, las risas, los mensajes. Algo estaba mal y estaba seguro, mis alumnos tenían que saber porqué.
La volví a ver tiempo después, era alguien totalmente diferente. A pesar de su juventud, sus ojos parecían cansados y vacíos. Su cuerpo -marcado de formas que prefiero no recordar- estaba demasiado envejecido para nuestra edad casi adolescente, y el niño -que sin afecto parecía llevar entre los brazos- me dejaron pensando si debía o no saludarla.
Venciendo mi culpabilidad me acerqué, le comenté que estaba estudiando pedagogía y bueno, que era feliz, pero ella no se dignó a decirme palabra alguna. Comprendí que no deseaba saber nada de la vida que llevaba y bueno, era entendible, yo fui uno de los que le hizo el día a día imposible, aunque tenía la esperanza de que entendiera que yo solo era un niño que no supo reaccionar.
Ahora que lo pienso, sus ojos estaban llenos -y no fui capaz de verlo- estaban llenos de enojo, pero no sé si habrá sido por nuestro encuentro o por cómo la vida desde la infancia la había estado tratando.
Jueves 05 de mayo. Entré enojado a la sala, no lo soportaba más, ese día había recibido treinta y tres mensajes diciendo “Se te acaba el tiempo” y ya no me cabía duda alguna de que habían sido los niños jugándome una broma demasiado cruel.
Era como ser perseguido por una masa desconocida. No importaba donde estuviese, el tiempo se me estaba acabando, por algún motivo ¡El tiempo se me estaba acabando! y algo tenía que hacer antes de que ocurriera.
“¡Sé bien que fueron ustedes! ¡Esto ya se pasó de la raya! Puede que a ustedes les parezca divertido, pero han convertido mis noches y mañanas en un infierno por esta broma sin sentido ¿Acaso les he hecho algo? ¡Díganme porqué alguien consideraría justo que trataran a un profesor así! Voy a dar aviso a sus apoderados y a la Dirección.”
Para mi sorpresa, ninguno pareció inmutarse frente a las posibles represalias que podría tomar para asegurarme de que no le hicieran algo así a nadie más.
Uno de los chicos, bajo con ojos grandes, pero algo opacos, me dijo con prepotencia “Hágalo no más, seguro le van a creer. Ninguno de los números era nuestro así que no importa.”
Quedé shockeado con la liviandad que el niño se sacaba de encima la responsabilidad, como si mi sufrimiento le fuese ni siquiera causa de diversión, sino más bien de indiferencia, como quien cree justa la condena de un ladrón.
“Pero profe no me mire así. Si usted era igual ¿O no? Mi mamá me dijo que usted era el más cruel de todos cuando estaba en su curso.”
¿Cuándo comencé a unirme también a los abusos físicos contra esa niña? No lo recuerdo, pero creo debí haberme disculpado, debí haberlo hecho, pero como siempre me faltó valor.
“¡Usted era el que le pegaba a mi mamá cuando chicos ¿Con qué cara nos reclama ahora?!
Traté de decir lo ocurrido al Director, pero nadie creyó en mi palabra. Todos y cada uno de los niños dijeron en sus casas que yo los maltrataba y reprobaba a propósito.
Me despidieron unos días después del incidente. La última mañana de mi labor como educador recibí un mensaje diciendo “Y se te acabó”.
No he vuelto a encontrar trabajo, ni como profesor ni como nada, ahora estoy aburrido en mi casa, solo. Nadie me escuchó hablar, ni siquiera mi familia, la etiqueta de “maltratador” no se borrará nunca de mi nombre. Sólo ahora comprendo que ella debió haberse sentido así, que si yo hubiese estado con ella como el amigo que dije ser podría haberlo parado todo, pero preferí unirme y callar.
Estos días he llegado a sentir que me merecía todo lo que me hicieron pasar…
En el fondo sé que no importa quién sea ni lo que haya hecho, el bullying es algo que no debería ocurrir, pero me es difícil pensar lógicamente cuando grabaron a fuego en mi conciencia quien debía por castigo ser, como una sombra que no se separa nunca de mi pensar, como un maltrato hacia mí mismo.