Capítulo 2

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El Profesor supo que era ella con toda certeza al reconocer el número de su contacto de emergencia sobre la pantalla. Respondió al instante, sin poder dejar de pensar en cómo iba a afrontar aquella llamada.

- Profesor, Tokio ha requerido su ayuda. Solo usted puede resolver su pequeño problema- susurró el comunicador a través de la línea. Sabía que esto ocurriría, no tardaría en recibir información sobre la atracadora.

- ¿Qué problema?- su respiración se había vuelto cada vez más rápida, no podía controlar aquella incertidumbre. Necesitaba saber si sus alumnos se encontraban en buenas condiciones.

- Ella misma será quién se lo cuente. Se encontrarán en unos días. En Tailandia. Sabrá cómo afrontarlo, profesor, confiamos en usted- y tras esto, el comunicador cortó la llamada sin dejar responder a Sergio.

Éste se revolvió el pelo, nervioso, se levantó las gafas más de una vez en los últimos cinco segundos. ¿Qué coño iba a hacer ahora? ¿Irse sin más? Suspiró profundamente deteniéndose en las olas. El mar estaba en calma. Y Raquel seguía dormida en aquella hamaca tendida sobre dos palmeras que parecían tocar el cielo.

Sergio se acercó hasta ella, le acarició la mejilla con su pulgar y susurró para sus adentros

"No pienso volver a perderte, Raquel"

Se detuvo en su piel erizada por el frío que cubría Palawan de madrugada.

Rápidamente se adentró en la casa de madera en busca de la vieja manta beis que adquirió días atrás en el mercadillo de Puerto Princesa. Solía viajar hasta la capital para hacerse con algunas antigüedades de Filipinas. Una noche cuando la luna llena lucía entre las estrellas, decidió tumbarse sobre la arena, bajo el calor de aquella manta de color beis. Soñando con Raquel, pensando que jamas le encontraría. Esa fea manta supuso un refugio para él, se escondía bajo ella cuando la oscuridad acechaba, cuando las pesadillas le ganaban en la batalla. Su niño interior salia de él. 

Raquel se estremeció al sentir su piel rozar esa cálida textura. Sergio permaneció a su lado, intentando evitar derramar aún más lágrimas.

Un olor a quemado le llegó de golpe a sus fosas nasales y como consecuente recordó que había dejado la sartén en el fuego. Corrió hasta la isla de la cocina, se puso el delantal y continuó preparando el mejor desayuno de sus vidas. Colocó el puntero sobre el tocadiscos haciendo sonar una vez más su canción. Una mattina...

Una gran masa de harina crecía a su alrededor cuando empezaba a esparcirse por la encimera. Empezó a alterarse al ver que continuaba creciendo debido a la extrema cantidad de levadura que había echado sobre la mezcla. Se tensó de inmediato y comenzó a buscar soluciones en su cabeza. Se frotó los ojos con desesperación, depositó sus características gafas sobre la encimera y dejó que la impotencia lo invadiera de lleno. Se le oprimió el pecho solo de pensar que no estaría a la altura de Raquel, que jamás podría hacer una derechas.

Como última opción decidió, finalmente, tirar la masa de sus deliciosas tortitas que tanto tiempo le habían llevado preparar. Resignado, abrió el frigorífico recibiendo el frío helador de este, improvisando. Descartó los huevos que comenzaban a pudrirse en el interior de la nevera y se decantó por el batido de fresa que le sobró hace un par de días. Consiguió alcanzar dos vasos de cristal y rellenarlos de batido combatiendo contra el pulso en sus dedos. Una vez hubo terminado de servir se relamió estos, degustando el dulce sabor de la fruta picada.

Al instante recordó haber dejado sobre un tupper, un par de tortitas. Maravillado ante aquella iluminación en su maquinada mente, abrió de nuevo el frío de la nevera y rebuscó su delicatessen. La saco con extremo cuidado, con miedo a romperla por dentro. De nuevo la bombilla se iluminó sobre su cabeza y colocó los batidos en forma de acompañamiento.

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⏰ Última actualización: Mar 14, 2020 ⏰

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𝐂𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚𝐬 𝐑𝐞𝐠𝐥𝐚𝐬 | 𝐒 & 𝐑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora