t r e s

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Aithérios estaba aburrido.

Emilio lo había dejado con la puerta cerrada a llave, su excusa fue que "en cualquier momento podrían llegar sus padres" y "no quería que ocurriera algún problema", también había apagado las luces, con lo cual no podía seguir con su tarea de revisar las cajas.

—Estoy seguro de cayó por un área abundante en árboles, pero aquí hay muchas de esas, tardaré en encontrarlo—murmuró, luego negó repetidamente—. No puedo hacerlo, a menos que quiera que no solo me maten ellas, si no él.

Hizo una mueca de preocupación, la cual se convirtió en una de dolor al sentir una punzada en su espalda.

—Mierda.

Se sentó con dificultad, las heridas volvían a sangrar. Sus ojos se cristalizaron, en la tarde había creído que se curarían fácil, pero claro, eso era momentáneo, al ser un artefacto mágico estaba seguro de que aquello se abriría recurrentemente.

—¡Maldita seas Ránide!

Aquella ninfa siempre le había odiado, y haber perdido "eso", le dio la excusa perfecta para herirle. Sabía que no era popular entre las néfeles, era el único hombre entre cientos de mujeres, pero jamás habían intentado ir más allá de lastimarle verbalmente.

Suspiró sin saber qué hacer, no podía salir de ahí. Se levantó con desgano buscando algo que pudiera detener el sangrado, lo único que creyó podría servir era una pequeña manta que cubría lo que parecía ser un cuadro dentro de una caja. Sin más demora la tomó y la pasó sobre su espalda, apretando con fuerza, luego tragó pesado sintiendo un nudo en la garganta, no lloraría. Se acostó nuevamente, y el tiempo pasó.

*

No se dio cuenta en qué momento amaneció, pero estaba seguro de no haber cerrado los ojos ni un momento en toda la noche. El sol era brillante y las pisadas de alguien fue lo que le sacó del trance en el que se había metido. Sus sentidos se agudizaron y aumentó su defensa, hasta ver una mata de cabello rizado alborotado entrar por la puerta, ahí fue cuando se tranquilizó.

—Emilio—suspiró su nombre y se levantó.

—¿Qué pasa?, no te ves nada bien—se acercó con rapidez, examinándolo de pies a cabeza.

—Las heridas volvieron a abrirse anoche, perdón manché con un poco de sangre tus cosas.

—Aithérios, me hubieras hablado, no hay problema con eso—sonrió amable poniendo una mano sobre su hombro, tratando de transmitirle confianza. 

—No te preocupes por eso, no moriré tan fácil, no soy un humano como tú.

—Déjame ver—pidió, tratando de ignorar el tono que había usado el otro en su última frase.

El castaño dio media vuelta y quitó la manta que tenía alrededor, Emilio levantó la playera lo suficiente para revisar, frunció el ceño.

—¿Pero qué rayos?—se preguntó a si mismo—. No tienes absolutamente nada, ni siquiera una cicatriz.

—¿Qué?—dijo sorprendido—, ¿me lo juras?

—Lo juro.

—Perfecto—sonrió abiertamente, su rostro brilló más de lo normal aturdiendo a Emilio—. Eso significa que puedo irme ya. ¿Tomaste tu decisión?

Aithérios                         (ᴱᵐⁱˡⁱᵃᶜᵒ)   [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora