—¿Qué vas a querer entonces? —preguntó a su novio frunciendo el ceño, viendo cómo no se podía decidir por qué comprar de ese estante lleno de golosinas.
—Es difícil. —suspiró.
Sus ojos dieron una vuelta a la vez que soltaba un suspiro, cruzándose de brazos mientras se quejaba dentro de su cabeza de la indecisión de su novio. Miró a su alrededor, era tarde, casi las 12 de la madrugada y el lugar estaba casi vacío a excepción de los dos encargados que estaban limpiando para ya cerrar las puertas, ellos eran los últimos clientes para luego atender al resto por una ventana de la tienda de conveniencia. Ese era el plan.
Sin embargo la quietud y la concentración del joven se vieron interrumpidas por fuertes golpes a la puerta, desesperados —¡DEJENME ENTRAR, DEJENME ENTRAR! —suplicó una voz masculina. Asustados, la pareja se apegó volteando a ver a las puertas de cristal, percatándose que el chico en caja también se miraba asustado, así como su compañera que tenía una escoba en mano— ¡AYUDENME! ¡ME VA A MATAR!
Era un hombre que quizás rozaba los 40, si no era que solamente se veía más grande debido a las drogas que consumía. La trabajadora le reconoció, era un hombre que vivía por la zona y por lo que sabía, vendía drogas y las consumía, no pensaba dejarlo entrar, sus ojos se veían tan desquiciados que no dudaba de que estuviera bajo el efecto de alguna sustancia tóxica.
—¿¡Qué no lo vas a ayudar?! —gritó el joven que sostenía a su pareja, observando con preocupación el pavor en el hombre que volvió a golpear.
—Se-seguro está drogado. —le explicó.
Su compañero sin embargo no conocía al hombre, por lo que se agachó tomando las llaves de debajo del mostrador y corrió hacia la puerta para abrirla, sus manos temblando —¡Apúrate! —suplicó sin dejar de golpear la puerta. La trabajadora apretó la escoba entre sus manos, lista para usarla para defenderse si era el caso, también tenía en el bolsillo de su pantalón un gas pimienta.
La pareja se ocultó ligeramente tras uno de los estantes, teniendo vista a la puerta que se abrió violentamente dejando al hombre entrar casi cayéndose, resbalando por el suelo lo que traía dentro de su sudadera, el arma rodó hasta que se detuvo por sí sola, apuntando el cañón hacia donde la pareja estaba. El grito que iba a soltar por su garganta fue frenado cuando su novio le tapó la boca, agachándose más y comenzando a caminar para esconderse en otro pasillo.
—¡Cierra, cierra! —escucharon que exclamó el hombre, entonces los ojos de la chica se fijaron en el espejo que se encontraba en el techo, en la esquina, fijándose en el reflejo del hombre apurándose para cerrar la puerta, sin ver a la trabajadora y notando que el empleado se había congelado viendo el arma en el suelo.
Tres disparos se oyeron.
Ella gritó apegándose a su novio empezando a llorar junto a él, apartando su vista del reflejo del espejo para no ver la sangre salir del hombre que cayó al suelo sin alcanzar a cerrar la puerta. Muerto, el empleado lo supo apenas vio el orificio entre sus cejas, aparte de los otros dos en su pecho. Corrió a resguardarse del peligro, alejándose del cristal y de la entrada.
Justo frente a la puerta, una figura delgada con un abrigo verde obscuro que le llegaba hasta la pantorrilla, el gorro del mismo le cubría a nivel de los ojos, sólo siendo visible de su piel las manos que sostenían el arma homicida. Observó el cuerpo, sus manos temblaban ligeramente y el estallido hizo que perros ladraran. Se sintió mareado, con nauseas. Bajó y guardó la pistola retrocediendo al asegurarse de que había acertado y había cumplido con su misión, dándose la vuelta para caminar hasta la calle, subiéndose a una motocicleta elegante, deportiva, y personalizada con colores rosas. Se abrazó al conductor que le esperaba —Casco. —ordenó.
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Sweet / OS YOONMIN /
Short Story- Déjame hombre, por favor, es todo lo que tengo. - suplicó queriendo librarse del asalto, viendo con impotencia cómo su mochila era arrancada de sus brazos, teniendo que dejarla ir debido al arma que apuntaba a su pecho. El ladrón le golpeó en el r...