Confesionario

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El confesionario.
Parte 1.

El confesionario.

Faltaban tan sólo quince minutos para que fueran las ocho de la noche, horario en el que, según se había informado, comenzaba la celebración de la Santa misa. La hora que marcaban las manecillas del reloj alrededor de su muñeca; nada hizo a Adley replantearse la idea de asistir a la Iglesia para encontrarse con Mary-Anne, la joven novicia con la que había entablado un coqueteo indiscreto dentro del convento que había visitado semanas previas; llevando consigo una caja de rosquillas, como ella le había pedido expresamente que hiciera.

Sabía que estos no eran tiempos demasiado buenos para la muchacha, todo contrario, estaba padeciendo una época difícil debido a su reciente integración a la congregación de monjas, la cual había terminado siendo totalmente obligatoria como consecuencia de su mayoría de edad en el orfanato. Desde luego, era totalmente consiente de que un simple aperitivo no solucionaría absolutamente nada, pero quizá su compañía, a pesar de no ser la mejor, podría ser de ayuda.

Sin más preámbulos, partió rumbo a alguna panadería que ofreciera su servicios a tales horas de la noche.

Fijó el rumbo hacia la Iglesia, ya que recordaba vagamente haber divisado un comercio de éstos, sin embargo, la suerte seguía sin estar de su lado. Irónicamente, cuando el hombre estaba por desistir y comprarle un chocolate o alguna cosa que fuera de su agrado, alcanzó a ver el cartel luminoso de una panadería que fue el indicio divino (vaya hipocresía para el ateo) que salvó aquella noche. Se bajó de la motocicleta y compró una caja repleta de rosquillas de todos los gustos disponibles.

A velocidad poco prudente, el hombre se precipitó en su Harley para llegar lo antes posible a las escaleras del edificio gótico. Cuando se encontró frente a la inmensidad de la puertas abiertas de par en par, no dudó en subir los peldaños rápidamente e ingresar por la derecha, realizando de manera hipócrita un alabo; persignándose en dirección al altar, al igual que los fieles que ingresaban, anunciados por las campanadas. Desde donde se encontraba, poseía una visión de todos los bancos dispuestos por el espacio, por lo cual sólo basto un recorrido visual para dar con el paradero de la pelirroja. Para fortuna del hombre, había un sitio disponible junto a Mary-Anne, por lo que apresuró el paso para poder sentarse a su lado.

—Buenas noches, Anne. —Masculló, inclinándose hacia ella para depositar un beso en la comisura de su labio, sin darle demasiada importancia y alejándose de manera despreocupada,como si nada hubiese pasado. Por el lado contrario ella aguantó un chillido por temor a que alguien más hubiese notado tal gesto. Desde luego, antes de llevar a cabo ese saludo, había corroborado que ninguna de las monjas los observase, para evitar que la adolecente fuera castigada por su indiscreción. Acto seguido, depositó sobre las piernas de la joven, la caja de rosquillas encubierta por papel madera, y dejó su mano sobre su rodilla, realizando una leve caricia con su pulgar sobre la misma, mientras escuchaba que el padre daba inicio a la celebración.

Por el otro lado, ella estaba harta de oír las misas, de sentarse por horas en el mismo banquillo hasta realizar lo que ahora era una rutina diaria, hincarse cuando se solicitara, hacer caso pues mostrar un desinterés significaría un gran reñimiento por parte de las monjas, no girar su rostro más tiempo de la cuenta en dirección a cualquier hombre que se le acercara, persignarse, orar, maldecir, maldecir y maldecir.

Cuánto odiaba su situación actual y a su persona por no esforzarse en dar más.

—Le juro que si ellas hubiesen notado eso me habría metido en un gran lío y ya estaría vetada de esta capilla, tenga más cuidado, es el único techo que poseo. — bajó la mirada ante la caja, su estómago pareció contraerse en gusto porque sabía el contenido en su interior, cuánto había extrañado el dulce, apenas volvió a mirarlo con un suave brillo en sus ojos, pronunció un "gracias" antes de sin importar las consecuencias abrir la caja para sacar una de las rosquillas y prácticamente desaparecerla en cuestión de segundos, ¿A quién le importaban los modales en ese momento? El hombre esbozó una sonrisa irónica al ver como la joven se atiborraba de los tan aclamados postres, debido a que, minutos atrás había sido reprendido por ella misma tras su falta de disimulación, cuando en realidad si que había pensado antes de actuar, lo cual podría no decirse de la manera en la que Mary engullía cada una de las rosquillas.

HoneycombDonde viven las historias. Descúbrelo ahora