Confesionario

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El confesionario.
Parte dos.

Mary-Anne entró al confesionario como si el mismo diablo la persiguiese queriéndola arrastrar hasta el infierno a causa de sus pecados; una vez en ese pequeño cubículo intentó a toda costa de deshacerse del enredo de sus faldas, deseando esperar al mayor en su mejor estado. Sin embargo le tomó por sorpresa la rápida llegada de su acompañante, que con un indiscreto movimiento rasgó uno de los botones de su blusa y de dicha forma se hizo presente.

—Esos labios harían enloquecer a cualquier ser, Anne. — había llegado desde su espalda y de esa manera era aprisionada, con una mano dentro de sus prendas y sus labios rozando su oreja; motivo por el cual la joven sintió que sus vellos se erizaban uno a uno. En cualquiera de los casos ella habría renegado, no sintiéndose capaz de tener a alguien rendido por ella, pero había una viva evidencia de que sus capacidades apretándole el trasero con firmeza. Se removió haciéndole saber cuánto le gustaba sentirlo y solo recibió un gruñido como respuesta. Sus faldas ya habían sido removidas exitosamente, yaciendo en el suelo junto a sus zapatillas y una de sus medias arrugadas mientras la otra permanecía reacia a desaparecer, pero ninguno le tomó tanta importancia a esas prendas que aún permanecían adheridas a las pieles de ambos.

—Adley... — rogó en un susurro, ¿pero qué? ¿Qué era lo que tanto pedía esa joven? Lo tenía como quería y aún así rogaba por más. La apretó contra él, al ya no tener tanta tela encima hacía que lo percibiera aún más: —Por favor... — sus labios entreabiertos permanecían expulsando suspiros por inercia y no fue hasta que los del hombre se unieron a los suyos en un beso sediento que fue consciente de cómo sus pulmones se achicaban por la falta de oxígeno; ciertamente su posición podía no ser la más cómoda, mucho menos al tener tan escaso espacio para moverse o hacer ruidos. Pero encontraron la manera en la que sus cueros funcionaran para aprovechar el mayor espacio posible.

Mary tenía la ventaja de ser una muchacha pequeña, pero él se alzaba ocupando la mayor parte del espacio, al final de cuentas decidieron que la mejor posición sería que él ocupara el banquillo reservado exclusivamente para los pecadores listos para expulsar todas esas hipocresías realizadas con esperanzas de que su supuesto Dios los perdonase, una conducta que por supuesto a ella le parecía de lo más boba, pero en esas circunstancias no era más que un hecho que agrandaba de sobremanera el morbo de la situación. Envueltos en lujuria y una vez expulsadas las prendas superiores del hombre no fueron más que una pareja cualquiera besándose en una escandalosa situación, la misa seguía su curso, de vez en cuando lograban escuchar cánticos, después silencio y nuevamente más palabras del padre; lo cual era para ellos un indicio de que nadie era consciente de los actos que se llevaban a cabo dentro del confesionario, dándoles más la libertad de seguir.

Hasta el momento sus labios permanecían unidos, de vez en cuando eran succionados o mordidos por ambas partes de la pareja, sus lenguas tampoco se quedaron atrás, descubriendo el interior de la boca ajena hasta que sus pulmones rogaban por oxígeno, entre esas pausas donde buscaban recuperarse sus dientes se volvían la siguiente arma; Anne mordisqueó en más de una ocasión el cuello del hombre, recibiendo gruñidos por la otra parte que la incitaban a más, mientras tanto las manos masculinas recorrían cada rincón de las piernas de la muchacha, que si bien ella siempre había sido delgada, sus caderas se alzaban con dicha y orgullo, permitiendo a Adley tener bastante piel para moldear, pellizcar y azotar a su gusto. Buscaban a toda costa callar sus propios deseos, pero conforme avanzaban en roces y caricias, les era más difícil controlarse y recordarse a sí mismos que no se encontraban en un ambiente meramente privado. Una vez que la mano del hombre regresó a la intimidad de Mary ella no pudo contener más sus gemidos, que de vez en cuando eran minimizados por los labios de él, o en otras ocasiones por la misma mano suya.

HoneycombDonde viven las historias. Descúbrelo ahora