Faltan diez minutos para las diez, ya solo diez minutos y pobre quitarme este uniforme que tanto me pesa, me pesa en el sentido de que no era como me veía a esta edad, ahora me doy cuenta que perseguir mis sueños de adolescente no era tan buena idea y que existen muchos licenciados en diseño gráfico como para que mi falta de talento brillará.
En fin soy la licenciada que terminó de mesera en la gran ciudad de las oportunidades.
No importa, a los 30 años con que no te llegue otro recibo para pagar me doy por bien servida.
Recuerdo los días que mamá me despertaba para ir a la escuela, tenía mi ropa lista y limpia, mi desayuno preparado y un hogar al cual volver sin importarme la renta, la comida, la luz, el agua, el Internet y entre otras cosas para poder sobrevivir.
Cada día veo más desesperada a la gente, se nos escapo lo humano, nos volvimos tan egoístas que ya no pensamos más que en nuestras necesidades y comodidades.
De repente lo mismo de casi cada mes.
Todos al piso esto es un asalto...
Hey tu, me grita el maldito que me va a arruinar mi noche, ve a la caja y dame todo el dinero.
Me dirijo a la caja y trato de abrirla, rayos olvide que cambiaron la caja después del último asalto.
No puedo abrir la casa respondo, solo se tiene una llave y la tiene el gerente.
Me toma por el cuello y nos dirigimos a la oficina del gerente.
No abre tiene la puerta cerrada, empiezan los gritos y me toman como rehén, el gerente se rehúsa a dar la llave y abrir la puerta.
Me van a despedir si te entrego la llave, tengo una esposa embarazada y dos hijas en casa, no te la daré.
Entonces despidete de tu mesera, me apunta y escucho dos detonaciones...
Mi sangre se riega en el piso del restaurante.
Solo espero que en el periódico al mencionar mi muerte, digan que fui licenciada y no mesera, ese es mi último gran sueño.