Capítulo Veintiuno

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La despertó una suave brisa en su rostro y sintió que alguien la llevaba en brazos, había mucho movimiento. Poco a poco fue recobrando la conciencia y se sorprendió al ver un rostro demasiado conocido, creyó que estaba soñando pero todo era tan real. Se aferró a él y colocó sus brazos alrededor de su cuello justo antes de sentir como se elevaban un poco en el aire. Miró hacia el frente y por un momento se aterró, pues estaban encima de la gran pared de piedra que rodeaba la prisión. Se agarró más fuerte del hombre que la tenía en brazos y lo miró, él le regresó la mirada cambiando el color de sus ojos grises oscuros a un celeste como el cielo. Day de nuevo experimentó una sensación de paz que siempre la embargaba cuando él estaba cerca.

—Estás a salvo, Day. No dejaré que te hagan daño de nuevo, estoy aquí para protegerte —dijo Leonard con una voz entrecortada.

—Pero, ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Cómo fue que entraste por mí?

—Las preguntas pueden esperar, sujétate fuerte y no mires hacia abajo. Te sacaré de aquí.

Day lo abrazó muy fuerte hundiéndose en su pecho y cerró los ojos, sólo esperaba que si saltaba al precipicio cayeran en un árbol lo suficientemente frondoso para amortiguar bien la caída. Leonard dio un salto y Day esperó el momento en que cayeran a gran velocidad pero este nunca llegó. Al contrario, sintió como se elevaban cada vez más y más con un suave movimiento. Se aventuró a abrir los ojos y sin mirar hacia abajo pudo saber que estaban muy arriba en el cielo: volando.

—Leonard, ¿qué está pasando?

—Vamos hacia el bosque de las hadas, espera que lleguemos ahí y podamos hablar.

Day obedeció y volvió a cerrar los ojos, pero en cuanto los cerró todos los recuerdos volvieron a inundar su mente. Podía ver una y otra vez la horrible sonrisa de ese hombre que había abusado de ella hace tantos años y comenzó a llorar, estremeciéndose como una niña a la que le habían quitado su juguete. Leonard le besó la frente y en un susurro casi inaudible le dijo que podía llorar, tenía que sacar todo ese sentimiento lejos de ella, así que ella siguió llorando pero ahora se sentía más tranquila, sentía como si tuviera que vaciar esas lágrimas para que los recuerdos se fueran con ellas. Lloró todo el camino y cuando se dio cuenta que ya no podía llorar, sintió como descendían suavemente y escuchó el inconfundible sonido de las olas rompiendo en la orilla de la playa.

Habían llegado al muelle del bosque de las hadas.

Cuando tocaron la madera vieja con sus pies casi ni lo sintieron. Leonard bajó cuidadosamente a Day al suelo y ella por fin lo vio bien, además de no llevar su usual traje gris sino uno negro, pudo ver unas alas enormes que salían de su espalda. Más que sorprendida, caminó unos pasos hacia atrás para contemplar mejor el hermoso cuadro que tenía en frente.

—No te asustes, por favor. Yo… yo te lo voy a explicar todo.

—Leonard, en realidad eres un ángel.

—Sí, Day. Tu ángel de la guarda. Lo he sido siempre, desde el inicio de la vida en este planeta, tu alma siempre ha sido mi asignada.

—La historia…

—Así es, la historia que te conté es mi historia, pero incompleta.

—¿Puedes terminarla ahora?

Se sentaron en la orilla del muelle y observaron a lo lejos la colina donde se encontraba La Roca, nunca antes había reparado en ella estando ahí. Un escalofrío le recorrió su piel y miró a Leonard esperando que él continuara con esa historia de ángeles que le había venido contando desde hacía un tiempo.

—Todo lo que te he contado es cierto, Day. Como también es cierto que lo que te pasó en… —pensó unos segundos antes de continuar—, ese día hace 16 años, fue mi culpa. Yo sólo quería que Dios me concediera una vida humana para poder estar junto a ti, pensé que si lo hablaba bien con Él lo entendería y quizá podríamos llegar a un acuerdo. Pero, en el momento en que yo esperaba pacientemente su respuesta, todo eso ocurrió y jamás me lo voy a perdonar.

LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora