Capítulo Veintidos

103 12 0
                                    

Los pies le dolían y el frío le calaba en su rostro, las lágrimas le caían rápidamente por sus mejillas hasta perderse en su cuello y el aire helado le picaba, pero ella no dejaba de correr. Sabía a dónde se dirigía y sabía exactamente lo que tenía qué hacer.

Después de un largo recorrido, llegó a la cabaña de Nick y se tumbó en la escalera de la entrada agotada de tanto correr. Se miró los pies llenos de lodo y enseguida supo que su rostro estaría igual o peor así que tomó la camiseta por la parte del cuello y se la pasó por la cara para limpiarla. Se levantó despacio, sacudiéndose la ropa, avanzó hacia la puerta y tocó pero nadie respondió. Tocó dos veces más y nada, fue en eso cuando reparó que la camioneta de Nick no estaba, así que decidió entrar en la cabaña por su cuenta, por fortuna la puerta no tenía llave.

Entró en la cabaña que estaba totalmente oscura ya que las cortinas estaban corridas y le daban un aspecto de película de terror. Encendió una lámpara de pie cercana a la puerta y buscó a su alrededor.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —preguntó, aun sabiendo que no había nadie.

Se dirigió hacia la cocina rústica e impecable y comenzó a buscar en los cajones; ella había llegado ahí con un propósito y lo tenía muy claro.

Leonard asustado le había ordenado que huyera y había dado a entender que nunca se volverían a ver, pues sería llevado al infierno como castigo por haber matado al hombre que la había violado, ¿qué había pasado con Carl? ¿Había visto todo? No dejaba de preguntarse eso, pero quizá nunca lo podría saber pues nunca regresaría a ese lugar. Nunca regresaría a ningún lugar.

Encontró lo que buscaba y se sentó en el suelo para no caerse pues el miedo la estaba debilitando. Si Leonard estaba en el infierno, ella iría allá también y sólo había una manera.

Tomó el cuchillo con su mano izquierda y sin pensarlo se hizo un corte en su muñeca derecha justo donde estaban las venas. Sintió un horrible dolor y unas tremendas ganas de gritar y de pedir auxilio, pero no lo hizo. Con su mano derecha tomó el cuchillo e hizo un leve corte ahora en el lado contrario, estaba muy débil pero aun así pudo lograr que brotara algo de sangre.

Dejó caer el cuchillo al suelo y se miró ambas muñecas, la sangre era roja pero nunca se había imaginado que fuera de esa tonalidad. Veía como le manaba suavemente e iba formando un charco debajo de ella cuando se empezó a marear un poco.

Escuchó a lo lejos un auto que frenaba con mucho ruido pero creyó que estaba soñando, todo le daba vueltas y los oídos los sentía algo tapados.

Ya voy, Leonard. Pensó, no te desesperes.

La puerta se abrió de golpe y pudo abrir un poco los ojos, Nick se llevaría un tremendo susto al verla ahí casi muerta y con tanta sangre, pero él ya no podría hacer nada, sólo podría verla morir. Quizá tomaría su cabeza en sus brazos y le susurraría al oído que todo saldría bien hasta que ella dejara este mundo.

—¡Day Lorens! ¿Dónde estás? —una voz inundó la cabaña.

Siguió con los ojos abiertos pero sin poder levantar la mirada ni poder responder, ¿quién era la persona que había hablado? ¿Era un sueño? No podía saberlo con exactitud, ya no podía saber qué era real y qué no lo era.

No sabía si se encontraba todavía viva o ya había muerta.

Los pasos resonaron más cerca y estaba luchando por no cerrar sus ojos, por mantenerse consciente un par de minutos más para poder ver quién había entrado, ¿y si era Leonard? Sin embargo no pudo evitarlo y sus párpados cayeron como cortinas pesadas. En determinado momento sintió a alguien cerca, muy cerca y algo tocó su mejilla. Una voz muy lejana se escuchó, esa voz quizá era proveniente desde otra vida aunque ella sabía que era de la persona que estaba ahí en la cocina junto a ella

—Te estás muriendo, ¿sabías?

Day trató de hablar pero no podía, también quería reconocer esa voz pero un sonido extraño se interponía, el extraño sonido era como de un canal de televisión que no tiene señal. Quería contarle a la persona lo que había pasado para que no la juzgara, quería platicarle todo: que había recordado su accidente, que había visto a su agresor, que Leonard la había salvado. Quería decir todo eso para que no culparan a sus padres o a su empleo por haberse matado, no quería que corrieran falsos rumores.

—Lo siento, —dijo la persona que estaba con ella en la cabaña, o Day creyó escuchar eso.

Sonidos extraños se comenzaron a escuchar y aunque Day estaba al filo de la muerte y todo le parecía un sueño muy raro en el cual ella estaba flotando, pudo reconocer esos sonidos, eran los de un llanto: un llanto muy lamentable.

Enseguida un golpe duro la hizo estremecer, un golpe en su pecho. A este le siguieron varios similares y el dolor que ella sintió se hizo insoportable, hasta que de pronto ya no sintió nada.

LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora