Tanto el Señor de Los Cielos como el Dueño de los Infiernos habían decidido, hace ya siglos, asignarle a cada demonio un ángel y viceversa. Una vez a la semana, cada ser se encontraría con su pareja en la Tierra. De esa forma, Dios podía asegurarse de que ningún monstruoso infrahumano excediese su nivel de maldad y, por su parte, Satán podía observar una vez por semana como esas criaturitas rebosantes de pureza perdían los estribos ante sus soldados.
De todos aquellos ángeles involucrados, Chaewon juraba ser la que más odiaba ese estúpido juego. Simplemente no podía aguantar a sus contraparte. Le habían advertido, antes de que empezase esa “rutina especial," sobre lo difícil de manejar que sería Hyejoo. Ella había nacido como un ángel, según le habían dicho, y había caído del Cielo siglos atrás , aunque nadie recordaba por qué. A Chaewon no le importaba demasiado, pues el terrible e insoportable comportamiento de Hyejoo hacían que encontrase a la otra repulsiva y no quería saber demasiado de ella. No había nada que le gustase en esa chica: su sarcasmo le incomodaba, sus ropas oscuras le daban miedo de cierta forma y la forma confiada en la que caminaba hacía que se sintiese demasiado pequeña. “Esa cosa no pudo ser un ángel” pensaba siempre que la veía “No puede ser que un alguien hermoso como nosotros se haya convertido en algo así.”
A Hyejoo, sin embargo, le parecía que Chaewon era de las mejores cosas que le habían pasado en la vida. Amaba verla una vez a la semana, y amaba observarla poniéndose nerviosa cada vez que decía un juramento o hacía algo malo. A veces, se encontraba a sí misma deseando verla más de una vez por semana o soñando con ella. Incluso había días en los que se preguntaba si hubiesen pasado más tiempo juntas de haberse quedado en el Cielo. Y también estaban los días en los que deseaba que Chae fuese expulsada del Edén para poder estar más tiempo con ella. Aunque claro, si eso pasaba, las probabilidades de que el ángel quisiese estar con ella eran mínimas. Ni siquiera después de 200 años interactuando habían compartido nunca una conversación amigable, pensaba siempre antes de verla.
Era eso lo que estaba pensando mientras caminaba por una bonita peatonal pintada con los colores del arcoíris. Cada semana, el punto de encuentro cambiaba, y según le habían dicho, se encontraba en el centro de Reikiavik, dirigiéndose a la iglesia más famosa de la ciudad. Chaewon esperaba ahí. Se acercó a saludarla, pensando en lo mucho que la había echado en falta esa semana y en lo poco que ella debía haberle extrañado. Como todas las semanas, se planteó si debería acercarse sonriendo o si cambiaría algo si mostraba una actitud más positiva, pero abandonó la idea al ver la cansada cara de la otra.
-Hola.- dijo, moviendo la cabeza.
La rubia la miró y saludó de nuevo, sin sonreír como solía hacer todas las semanas. “Intenta animarla" se dijo Hyejoo, pensando que así igual podía conseguir que la situación entre ellas mejorase.
-Bonita iglesia.- concedió, mirando al edificio, a pesar de que no le parecía bonita en absoluto.
-Todas las Iglesias son bonitas.- explicó Chaewon- Porque son la obra de Dios.
-¿Cuál es tú favorita?
-Todas son bonitas por igual, Hyejoo.- hablaba con un tono calmado en exceso, molestando a la demonio.
-Como tú digas.- le puso una mano en el hombro- Hace frío, ¿podemos ir a un café o algo? Invito yo.
Ella asintió levemente con la cabeza y caminó con Hyejoo, buscando una cafetería. Cinco minutos después, ambas se encontraban sentadas en un café, en una mesa pegada a la ventana. La morena observaba calmada como Chae se bebía su café. Si no prestaba atención a los detalles, como la visible tensión en sus manos, los ojos distantes y las pequeñas ojeras, la imagen era terriblemente hermosa, pero a la demonio se le hacía imposible obviarlos. Esas pequeñas muestras de cansancio volvían la visión algo horrible y a Hyejoo casi le dolía mirarla.