Llamada

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Adentro era todo tan claro. Era tanta la claridad, esa claridad que caracteriza a la hora de la siesta, que invita a descansar, a perderse en la pelusa que baila entre el resplandor de un rayo de sol que se asoma por la ventana. La gente caminaba por el barrio, se escuchaban algún que otro ladrido, o vendedores ambulantes que pasaban por mi vereda, pero aparte de eso todo estaba callado en la casa. Me tumbé en la cama y dejé el celular en la mesita.

Decidí que esta vez le iba a contestar, iba a esperar despierta cada minuto, porque ya hacía mucho que me llamaba, y la verdad es que me daba pena seguir ignorando su interés.

Siempre a la misma hora, 14:15. Ni un minuto más ni un minuto menos... Seguro ya sabe que odio hablar por teléfono, pero quien dice, puede que entienda lo que necesito, y no pierdo nada en intentarlo, pensé mientras esperaba ese momento, mientras miraba el teléfono y peinaba mi cabello hacia atrás. Hasta que al fin, sonó.

Atendí, y cerré los ojos.

Nos quedamos así, en la maravillosa decisión de silencio, frenando las palabras antes que chocasen, ahogando las frases antes de que emerjan. Había entendido lo que necesitaba, y eso me tranquilizaba. Así estuvimos muchos días, comunicándonos por teléfono, para no decirnos nada.

Pero el silencio se rompió, y mi estómago se contrajo, al escucharme con tan firme decisión en la voz. Nunca antes había tenido tal fuerza en las consonantes, y las vocales parecían ligarse entre ellas, formando una gran burbuja que explotó en mis oídos: 

-Tenemos que hablar- Mientras, seguía eligiendo el silencio. Pero insistió. Insistió como insistió todos estos días, como insistí yo en no contestarle. -No tengo la más mínima voluntad de dejar de llamarte. Voy a seguir haciéndolo, y ya no voy a seguir regalándote silencios. Hay algo que te urge hacer si de verdad buscás el verdadero silencio, para que se quede para siempre...- Podía sentir mi sangre ardiendo, la bronca electrizándome el pelo - Salir de ahí es lo único que podrá salvarte.- Le corté.

La indignación me desafió y me levanté. Tomé mi abrigo, las llaves, el teléfono, algo de dinero y me miré al espejo. Mi cara estaba tan clara, mis ojos querían decirme algo pero no hallaban las palabras, permanecían en silencio, cómplices aguardando por algo que estaría por suceder, dejando que sea yo quien sacara mis propias conclusiones. Me observé cuidadosamente para recordar mi rostro y permitir que se quedara grabado para siempre en mi memoria. Sentía que no tenía que hacerlo, el corazón corría por todo mi cuerpo una maratón incontrolable, el sudor comenzó a caer por mi frente como caen esos objetos que tienen poco peso. El ambiente era tan liviano, la claridad seguía iluminando cada rincón de la sala de estar, y entonces dirigí la mirada a la puerta, inspiré todo ese aire puro de la casa llenándome los pulmones y cuando la aguja del reloj dio la hora en punto mi mano se congeló al tacto del picaporte de metal que con una leve inclinación hacia abajo me apartó de mi más preciado lugar. Era el mono más horrible que había visto en toda mi vida. Me dispuse a cerrar la puerta con llave, pero la puerta ya no estaba. Esa no era mi calle, ni mi barrio. El mono me miraba desafiante, y le llamaba la atención mi manojo de llaves. Comenzó a acercarse cada vez más, y no dudé en escapar.

Deja VuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora