Silencio

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Corrí lo más rápido que pude,
esquivando a todos los enanos que iban acarreando unos banderines de colores, me gritaron, pero no los escuché. Solo corría, protegiendo mis llaves, y esquivando a todo ese
gentío extraño. De repente perdí de vista al mono horrible. Agitada, pedí si por favor alguien podía ofrecerme un vaso de agua. Me desplomé en el piso de tierra, y enseguida una joven acróbata me saludó y se ofreció a ayudarme. Agradecí por el vaso, y en esos segundos en que el agua corría por mi garganta me empecé a transformar en el objeto extraño del circo al que todos los payasos, equilibristas, enanos, y extraños personajes observaban. Uno de
los ellos comenzó a gritar llamando a los demás integrantes del circo, para que vinieran a verme. Tres niños payasos me miraban asombrados, una hermosa señorita rubia vestida de azul con colgantes y joyas preciosas se peinaba al mismo tiempo que me observaba con soberbia y desprecio, ignorando completamente que a dos centímetros de su cara estaban
los ojos de un viejo de cuello duro, con un ramo de margaritas componiendo un olor casi nauseabundo. Un perfume exquisito rodeó la gran reunión de circenses convocados por mi aparición, y de repente, en un segundo todos se alejaron de mi e hicieron silencio. Sus rostros
se apagaron, parecía que todo se volvía gris, era un cuadro, una pintura inmóvil, un sueño de terror. -La estábamos esperando.- Dijo una voz varonil, firme, y encantadora. Me di vuelta y mi cara se encontró con una mano que se ofrecía a levantarme del suelo. Era una mano pálida, y al levantarme, deduje al verlo que se trataba de una especie de mago, alguien importante por su forma de vestir, y por su forma de asustar. Estaba amaneciendo, y una tormenta comenzaba a pintarse en el cielo que era testigo de todo este encuentro. -Venga conmigo, no creo que quiera mojarse con esta lluvia inoportuna. Bien nos hubiera venido un día soleado, un amanecer de verano que invitara a una fiesta de bienvenida ante tal visita.
Pero a veces me doy cuenta que no todo lo puedo controlar. Sígame.- Su voz era tan
tranquila, hablaba tan lento y articulado, que asustaba pero a su vez transmitía una confianza embrujadora. Lo seguí. No me pregunto por qué. Todos se abrieron ante el primer paso del mago, era como si de sus zapatos negros y brillantes se desprendiera una onda expansiva que despejaba todo estorbo a su paso. El viejo de cuello duro ya no miraba a su enamorada rubia, la preciosa rubia engreída había dejado de peinarse y bufaba en silencio, los payasos no se reían, los equilibristas tambaleaban su torso, nerviosos. Los enanos y todos los demás se miraban entre sí, asustados. Pero yo lo seguí. Nos fuimos alejando de todo ese grupo hasta que llegamos a un sector donde todo era más tranquilo. -No debe hablar con nadie, más que conmigo. No deje que nadie le pida información. Aquí adentro no hacen más que chismosear
y armar problemas donde no los hay. Debe permanecer en silencio durante toda su estadía. Es una órden. Sólo hable conmigo. Soy el único que la puede mantener a salvo en esta pocilga.- Asentí con la cabeza, asustada, pero tratando de que mi miedo no fuera tan evidente. Seguíamos caminando entre las carpas, algunas más grandes que otras, mientras todos los habitantes se asomaban de sus tiendas y me miraban en silencio. El mago me sonrió y me pidió que lo esperara ahí, en un banco de madera que se encontraba en medio de todas las carpas. Tenía que irse un momento, pero regresaría a mostrarme mi habitación y supongo que ya tendría pensado qué funciones iba a cumplir como nueva integrante del circo. Sentada, en silencio, observé mi calzado, todo sucio por la tierra del circo. Algunos
raspones y manchas que seguro me las había hecho en la persecusión que me había hecho el mono. Entonces sentí un breve toque en mi hombro. Me sobresalté y miré quién era… me hizo un gesto de enfermera, para que guardara silencio. Era el mimo. Me sonrió y comenzó a hacerme unos gestos que no pude comprender. Por momentos me decía que no con la cabeza, hacía unos gestos extraños con su brazo, y saltaba como un animal payaso que simulaba colgarse de árboles o vaya a saber qué. -Por favor, no te entiendo, si hablas ahora el mago no se va a enterar. Me dijo que se iba un momento… no voy a decir nada.- Tuve que
pedírselo, porque realmente no entendía lo que quería decirme. Pero el mimo me miraba con
desesperación, agitado, comenzó a mover sus manos señalando a alguien detrás mío. Señalaba al mono que venía directo a atacarme, a quitarme las llaves de casa. Grité tan fuerte y volví a correr. Corrí un largo camino pero en un momento mis piernas se volvieron cemento, y me rendí. El mono tomó mis llaves, y con lo poco de aliento que me quedaba grité por ayuda. El mago apareció de la nada, y en mi desesperación le obligué a que hiciera algo por mis llaves, explicándole entrecortadamente que el mono me había robado y que sin esas

llaves no podría volver a entrar a mi casa. Mis gritos eran incontrolables, por lo que él se
enfureció. Pero su suave voz salió de su boca que se acercaba a mi oreja, para decirme en
tono burlón: -Le dije que no todo lo puedo controlar.- Lo empujé con fuerza, y comencé a correr para atrapar a ese maldito mono. Pero no hubo éxito. La gente del circo quería
ayudarme pero yo no hacía más que llorar y gritar que me dejaran en paz. Encontré un lugar solitario y saqué el celular. Teníamos que comunicarnos, esto no podía quedar así. Pero no había tono. El mimo me encontró, y me señaló hacia el este. Su rostro me transmitía una confianza pura, su mirada no me mentía. Comencé a correr en la dirección que el mimo me había indicado, porque los gritos del mago que me llamaba se escuchaban cada vez más cerca. Encontré la puerta de salida. O de entrada. Y por fin salí.
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Nota del autor: Quiero agradecer a todos los lectores que recientemente se acercaron a mi perfil y leyeron mi historia. Esta es la parte II, pronto subo la tercera y última parte. Que sean felices!
Erika.

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