Ésta será la penúltima carta, y la última acuchillada con tu nombre.
Para no olvidar.Quedó el vi(c)io; dejaste un alma de extremos, que jugaba con fuego sólo por el placer de quemarse en las noches de prec(i)picio.
Dejaste las risas de los guardianes del otoño esperando, y sonriendo a la primavera con el primer retoño.
Y que lento era el (c)repitar del motor cuando yo sólo quería romper el volante en metros por segundo.
Te trat(a)ba como arte y sólo eras un desorden ordenado en falsas promesas de vida y sangre.
Pero ahora, ahora vas a en(t)ender hasta qué punto el Sol del Verano de(r)ritió el tablero de ajedrez con tus soldados fugados. Que te quedaste s(i)n reina de tinta y sin versos ahogados.
Soy la bala perdida que traspasa el espejo de tu mente, y los gritos que nun(c)a te importaron hasta que sonaron demasiado fuerte.
Soy el ave de los ríos, los marcados nudillos, la seguridad de tus pupilas y el final del precipicio.
Que te h(e) sangrado en mil y un poemas esculpidos en letras suicidas.
He visto más océano entre estos versos que en tus lagrimales y menos males en el infierno que los que escondía tu sonrisa.
He visto el blanco llorar en rojo, y los pa(s)illos susurrando verdades entre cortinas largas y azulejos rotos.
Ahora bailo en blanco y negro la melodía del verano en los meses más fríos. Aprendí a volar sin alas entre otros versos, a dedicar pestañas y olvidar las arañas que formaban los lunares de tu espalda.
Y dice el lobo que ya no aúlla a la luna, que desgarra versos, que implora besos a las estrellas, que quiere ser como ellas.
Que mi nombre se quedó grabado a fuego en esa esquina.
Que la rosa dejó de serlo para convertirse en espina.
Para no olvidar.
425 cicatrices hasta la noche de luces azules.
Posdata: Los caballos no se ríen.
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