Abrazo de oso

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El recurrente y siempre presentable cansancio de Venezuela se debía solamente a una cosa.

Pesadillas.

A diferencia de su alimentación que se resumía en beber agua y comerse una galleta de soda una vez al día a causa de la culpa que sentía cada vez que ingería algún bocado, su somnolencia se debía a un millón de diferentes imágenes que surcaban en su mente cada vez que quería descansar.

En su mayoría, sus sueños se definían en gente muerta en las calles, muriendo en hospitales, niños casi tan delgados como un cadáver llorando entre rincones, muertes, tristeza, dolor, penuria, y más muertes. Pero, a pesar de todo, lo que convertía sus sueños en pesadillas era lo que él sabía.

Y era que esas personas no eran personas comunes, sino que eran nada más y nada menos que su pueblo.

Su pueblo pereciendo por sus decisiones, por su descuido, por sus errores. Su pueblo muriendo en tiempo real, pues él estaba consciente que aquella era su vida actual.

No era ningún idiota como para negar la realidad por más cruda que fuera... Por más cruda que fuera su vida ahora en la que él solo puede quedarse con los brazos cruzados.

Todas las noches eran iguales para el venezolano; las mismas malditas pesadillas, las mismas lágrimas brotando por sus ojos, el mismo dolor, la misma impotencia y el mismo estado de ansiedad, aunque claro, eso duró hasta que llegó el momento en que se cansó y decidió solucionar el problema de la manera más absurda que solo él podría pensar. Después de todo, el cansancio te hace cometer locuras.

"A partir de ahora, ya no voy a dormir más si es para no seguir soportando esta mierda."

Pactó seriamente una noche cuando despertó todo sudoroso y agitado.

Y lo cumplió.

No dormía, bajo ningún concepto lo hacía pero... Eso no significaba que no podía quebrantar sus palabras involuntariamente.

Como cualquier ser vivo, él también tenía sus límites. Cuando pasaba ya semanas sin dormir y se quedaba con los ojos cerrados por más de 5 o 10 segundos; su cuerpo agotado aprovechaba el momento para llegar a sumirlo a la inconsciencia máxima, sin importarle para nada si estaba de pie, acompañado o en alguna junta importante.

Sonaba patético, pero era cierto. Ninguna bebida energética podía ayudarlo a huir de lo inevitable por mucho tiempo.

Y tristemente, la primera vez que cayó en presencia de alguien fue justamente con sus hermanos.

Estaban en una reunión familiar sin involucrar o tocar el tema político o laboral. Todo era risas, bromas, alcohol, juegos y anécdotas. Sinceramente, fue más alcohol que cualquier otra cosa.

Sus hermanos y él yacían sentados mientras conversaban alegremente después de tanto, le dieron ganas de ir al baño, fue, y ahí no supo más nada sino lo que le contaron.

Le habían dicho que se había tardado tanto dentro del baño que cuando fueron a tocarle la puerta para saber si estaba bien, no escuchaban nada. Claro, como familia se preocuparon bastante, tanto al punto que al ver que le había puesto seguro a la puerta se dispusieron a tumbarla en lugar de buscar la llave para abrirla.

Lo peor de todo no era que tumbaron la puerta de la pobre panameña (así es, le había dolido más a él que a la misma dueña), sino el cómo fue que lo encontraron... Con los pantalones bajos y sentado en el inodoro roncando sonoramente totalmente inconsciente del ajetreo.

Kilos de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora