Vacío

930 121 72
                                    


― ¿Qué? ¿Por qué no puedo salir con los chicos?

Empezó una de nuestras típicas y habituales discusiones.

―Porque no Venezuela, no me gusta que te la pases tanto tiempo con ellos.―dije lo que siempre decía cuándo me avisabas que saldrías con tus amigos.

Y siempre que te sentías irritado y no sabías que hacer para calmarte, pisaste fuertemente el piso, al igual que un niño haciendo una rabieta―. ¡Pero si a penas me dejas verlos una vez cada maldito mes! ¡Ni siquiera me dejas visitar a mis hermanos! ¿¡Qué coño pasa contigo!?

―Nothing! But...―apreté los puños fuertemente―. Go away.―siseé.

Me sentía dolido, molesto.

― ¿Q-Qué?―te atragantaste por mis palabras. Sabía que te sentirías igual que yo, pero no me importó.

Nada me importaba.

―I do not care.―te miré fijamente, retándote―. Vete y no vuelvas. Ve y cógete a quien quieras dejando al cerdo asqueroso fuera de tu vida.―escupí.

Era un maldito egoísta y lo sabía.

Haberte hecho sufrir así Venezuela... Cuánto me detesto.

― ¿Por qué?―susurraste con la cabeza agacha―. ¿Por qué te hablás de esa manera?―tu voz se entrecortó.

Me di cuenta entonces que estabas temblando y también... Noté que estabas llorando. Las pequeñas gotas negras que caían al piso y que contrastaban con el mármol blanco eran suficiente evidencia para saberlo.

Yo no sabía el "Porqué" de tu pregunta, o más bien no quería hablar de ello. No quería aceptarlo.

―I don't no why...―apreté los dientes al igual que fruncía el ceño viendo hacia una esquina. Frustrado por todo y resentido con todos.

Y cada vez que percibías mis inseguridades, tristezas y molestias, te acercaste a mí. Tomando mis mejillas con total cariño y mirándome severamente con aquellos ojos dorados por donde circulaban todavía algunas finas lágrimas negras, me dijiste con una voz firme y sincera:

―Todas esas cosas están en tu mente mi amor.―sonreíste. Una sonrisa rota que en ese momento ignoraba que suplantaba descaradamente a las hermosas y genuinas sonrisas que me regalabas al inicio―. No eres un asqueroso cerdo, eres el catire más atractivo que he conocido.―espetaste, como si hubieses dicho algo comprobado por los mejores científicos.

Siempre que te oía elogiarme con ese amor tan palpable, me sentía el país más afortunado del mundo.

Bajé la cabeza para llegar a tus labios―. Bésame hasta que yo esté bien, Vene.

Tu aceptaste con gusto abrazándote a mi cuello y unos minutos después, ambos nos estábamos besando con ferocidad y pasión, en una de esas guerras de lenguas que teníamos y que neciamente no te dejabas perder.

Como siempre, terminábamos haciendo el amor para ignorar los problemas que sabíamos que teníamos entre nosotros.

No nos percatábamos que fingir estar bien era igual que estar peor.

Al principio no éramos así. Yo era un hombre alto, musculoso, seguro de mí mismo y -según tus propias palabras- "Más bueno que pasticho con coca cola". Siempre saliendo, siempre riendo, siempre irradiando felicidad cada vez que estábamos juntos. Y era cierto, teníamos nuestros desacuerdos ¿Qué pareja no tenía una que otra pequeña discusión? pero siempre lo solucionábamos calmadamente sin llegar a los gritos o golpes a los objetos para no descargarnos uno contra el otro y así no herirnos entre sí.

Kilos de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora