prólogo.

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Ocurrió en en la lluvia.

En París, en las gradas del colegio Françoise Dupont; fue el inicio de algo inconciso, pero hermoso, a sus ojos, claro está.

Su primer día de clases había concluido, finalmente; no había sido como ella esperado. Ahora tenía una responsabilidad que le había caído del cielo de manera inesperada: era una superheroína, tenía a un compañero gatuno y hasta su propio villano.

Lo usual, imaginaba.

Como sea, su primer día fue fatídico, si se le podría decir así. Jamás esperó que el hijo de Gabriel Agreste fuera un canalla de cuarta, intentar poner una goma de mascar en su asiento solo para humillarla era caer demasiado bajo, ¡ni siquiera se conocían! Pero qué más se podría esperar de alguien que es amigo de Chloé Burgeois.

Cuando se encontró en la salida del colegio, la tormenta la recibió, fría y despiadada. No pudo evitar resoplar con fastidio, qué día.

Ni siquiera parecía ser las tres de la tarde por lo oscuro que estaba.

Tan concentrada estaba en sus divagues que no se dio cuenta que Adrien Agreste se colocó a su lado, en sus manos tenía un paraguas negro y sostenía su mochila en un solo hombro, un poco encontrado.

─Hola... ─saludó cohibído.

Dándose cuenta de su presencia, Marinette bufó indignada, girando su cabeza hacia otro lado, escuchó a Adrien suspirar de manera triste, avanzando unos cuantos pasos y abriendo su paraguas.

─Solo quería que supieras que... solo estaba intentando quitar la goma de mascar, te lo juro ─Marinette levantó la mirada y sus ojos chocaron con los del afamado modelo, tan verdes que hizo que su corazón se detuviera por un segundo, luego él rompió contacto y miró a la nada de manera ausente─. Nunca había estado en una escuela, nunca había tenido amigos, esto es... nuevo para mí ─terminó de decir, volviéndose hacia ella y ofreciéndole su paraguas con una hermosa sonrisa que hizo que casi perdiera sus neuronas.

En ese momento no pudo evitar crear su propio ambiente de películas románticas: solo eran ellos dos, en una de tantas calles de Pairs, que eran conocidas por todo el mundo como la ciudad del amor, bajo la lluvia. ¿Era eso amor, o se estaba adelantado al sacar conclusiones? No lo sabía, pero era hermoso, de eso no había duda alguna.

Acercó con dudas su mano, pero finalmente tomó el paraguas, rozando de manera suave sus manos con las de Adrien, y todo dentro ella explotó: un extraño pero cálido sentimiento se diluyó por todo su cuerpo, estaba segura de que sus mejillas ahora eran color rosa, ¿qué debía de hacer ahora?

Y como por arte de magia, su mala suerte le respondió.

El paraguas se cerró de improvisto sobre su cabeza, Adrien no pudo evitar soltar una carcajada, una de las más hermosas que había podido escuchar en sus cortos cortos 14 años y esperaba poder escuchar el resto de su vida.

Retiró con cuidado la tela del paraguas que cubría su vista, soltando una risita avergonzada.

─Nos vemos mañana ─se despidió de ella y se fue en su limusina.

─¡A-ajá! ¡N-nos vemos mañana! ─golpeó su frente con fuerza, realmente se vio patética─ Ow, ¿por qué estoy tartamudeando? ─ preguntó a su kwami.

Lo que el amor hace | MarichatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora