Capítulo 2

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Tic, tac.

Dio dos, tres, cuatro largos pasos de forma mecánica en dirección a la columna de mármol más cercana, apoyó su espalda en esta y se deslizó lentamente, con la mirada perdida, hasta sentarse en el frío e impecable suelo de la plataforma.

Tic, tac.

Se sentía agotada, a pesar de haber despertado hace poco. Un tanto ebria y no entendía el cómo. Aquella sensación de haber sido despojada de recuerdos recientes la tenía inquieta, y de cierta forma, aportaba a su falta de rumbo; podía regresar a cualquier minuto desde su llegada a Praga a excepción de las últimas horas y no hallaba una explicación lógica que le diera sentido, todo lo que encontraba en ese prolongado lapso eran recuerdos de situaciones tan rutinarias como corrientes, pero ninguna sin aparente conexión cercana a la otra. Como flashbacks de un día cualquiera.

Tic, tac.

Frantiska era consciente de la privilegiada ciudad en la que ahora vivía, pero un atraco podía suceder en cualquier lugar, sobretodo a quienes no conocían de las zonas que era preferible no frecuentar en horas específicas del día. Sabía asimismo que, de haber contado con una advertencia previa, lo sucedido era algo inevitable.

Tic, tac.

Estaría rompiéndose la cabeza, preguntándose por qué alguien se tomaría el trabajo de drogarla —la más probable causa de su extraña laguna mental— con el fin exclusivo de tomar su mochila y teléfono para abandonarla sin más, justo como en ese instante.

Tic, tac.

Al estar por completo ilesa y sin una amenaza próxima no fue difícil llegar a la conclusión de que aquel había sido el único objetivo del ladrón, y a pesar de eso, no dejaba la idea de que allí no acababa todo.

Tic, tac.

Una densa nube gris continuó sobre su cabeza, llena de paranoia.

Tic, tac.

Lo único que importaba era que ella estaba bien, mucho más consciente que cuando recién despertó en el vagón. Una vez en casa el largo día habría llegado a su fin.

Tic, tac.

Tic, tac.

Tic, tac.



La estación subterránea pareció muy asfixiante a pesar de su amplitud, y sus pensamientos, interrumpidos por el débil repiqueteo del segundero de un reloj que no podía ver, quedaron atrás en un intento por dar con el supuesto origen de este. ¿Era tal el nivel de silencio a su alrededor? A juzgar por la nula fuerza del insistente ruido llegó a la afanosa conclusión de que se trataba de un reloj cuyo dueño conservaba en la muñeca o en un bolsillo. No muy grande para oírlo con la suficiente claridad ni muy pequeño para pasar desapercibido, dadas las circunstancias.

Había alguien cerca y no podía dejarlo marchar.

—¿Hola? —exclamó con un entusiasmo inusual mientras se ponía en pie.

El leve eco de su voz se fue desvaneciendo, lento, en el fondo del oscuro túnel que seguían los rieles y los pasillos que temía atravesar.

Pensó en la famosa cita de Nietzsche, Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti, en cuanto contempló el sombrío agujero por el que el tren se había ido. No diría que se sintiese observada, esto en cuanto al sentido más superficial de la cita, mucho menos que se encontrase en una situación tan compleja como para tergiversar su forma de ver el mundo y, por ende, los más recientes acontecimientos; se trataba de la leve corazonada de que no todo tenía una razón tan simple de ser y por ese mismo motivo le competía estar alerta. No sólo de su entorno, sino de sí misma.

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2019 ⏰

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