Capítulo 1

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Conticinium

1


Sin estar del todo consciente pudo percibir el abrir y cerrar de las puertas automáticas del vagón que ocupaba.

No oyó a nadie, no sintió nada, ni siquiera se tomó la molestia de abrir los ojos. El zumbido producido por el movimiento y actividad humana era inexistente en comparación con el del metro avanzando a toda velocidad sobre sus rieles, sin importar lo desapercibido que este podía llegar a pasar. A esa hora de la noche no se trataba de algo insólito, por supuesto, Frantiska ni se inmutó, aunque sí se reprochó al instante el haberse quedado dormida allí, por tercera vez en la semana.

No pudo evitar sentirse un poco frustrada al perder el control de una manera tan tonta, pero no podía culparse a sí misma, lo sabía, ni a la considerable distancia entre el famoso Four Seasons y el piso que había rentado junto a Marek; ni siquiera a la inocente sonrisa de este, la principal causa de su mudanza a La Ciudad de las Cien Torres — sin mencionar su determinación por llevar a cabo ese sueño que compartían desde la infancia.

Una nueva vida, lejos, en Praga.

Parecía el principio de una historia de fábula pero incluso entonces era bastante consciente de cómo serían sus vidas una vez abandonaran el lugar que era tan familiar para ellos: el doble del trabajo y esfuerzo que en el pueblo que les había visto crecer sería la deuda adquirida, por mucho, hasta que consiguieran acoplarse al ritmo de vida en la nueva ciudad.

Por ese motivo, aunque su salario no justificara las horas que dedicaba como camarera de tiempo completo en el famoso Four Seasons, se trataba de su mejor oportunidad. Mientras pudiera reunir el dinero suficiente para continuar con sus pinturas no presentaría mayores quejas a lo que sea que viniese, a no ser que se viera involucrada esa parte sensible de lo que había sido su vida.

Dicen que los nuevos comienzos suelen marcar el fin de una historia remota; en su caso, no era más que un recuerdo empeñado en no desaparecer o siquiera en darle un respiro. No sabía cómo darle cierre.

En un principio fue difícil deshacerse de los mismos pensamientos obsesivos que llevaban un tiempo quitándole el sueño: las consecuencias de la mudanza y todo lo que venía con ello, pues representaba el cambio que no se había atrevido a afrontar luego del fallecimiento de su madre, nueve años atrás. Influenciada por esto, la primera semana allí le pareció eterna. Entre adaptarse a la nueva ciudad y lo que aquel cambio implicaba, dejar atrás una vida y empezar de cero no parecía muy razonable, en especial en esos instantes en los que era arrastrada por las secuelas de la nostalgia.

Instantes reacios a abandonarla.

Y a pesar de ello, de cada una de las dudas sin fundamento lógico que en ese momento se le ocurrían, sabía que quedarse era lo que tenía que hacer. Vivir en la pintoresca ciudad de sus sueños de infancia había sido su más grande anhelo durante mucho tiempo, ahora que lo estaba viviendo no pensaba echarse atrás.

Concentrándose en la luz intermitente que pudo vislumbrar a través de la fina piel de sus párpados, se preguntó qué tan lejos de casa habría ido en esa ocasión.

Llegaría tarde, de eso no tenía duda, cuando el delicioso platillo preparado por Marek estuviera frío, y él durmiendo, luego de pretender aguardar a su llegada, una vez más. Ella jugaría con su cabello y besaría su nariz antes de cerrar también sus ojos, como las últimas dos noches, extendidas de igual modo a causa de su propio descuido.

No podía negar que había ocasiones en las que era inevitable permitir que la pesada ausencia de las viejas costumbres afectaran su impulso por continuar con esa nueva vida, sobretodo en momentos como aquel: las horas compartidas que nunca se daban. Echaba de menos el tiempo del que disponían en la pequeña Terezín, e incluso, con un poco de vergüenza, admitiría que había días en los que añoraba la tranquilidad que caracterizaba a esa población.

—Disculpe —murmuró, somnolienta y con algo más de pesadez a la anciana sentada frente a ella. Sin esperar una respuesta inmediata de su parte, preguntó—, ¿qué estación acabamos de dejar?

Nada.

El rumor del tren fue todo lo que obtuvo de vuelta.

Pese a la repentina ausencia de hasta el más insignificante ruido su tranquilidad permaneció intacta. Y muy en el fondo sabía que era tiempo de reaccionar y ponerse en marcha. Apretó con fuerza su muñeca para evitar desfallecer de nuevo, y luego de un rato, al conseguir habituar sus ojos a la intensa iluminación para abrirlos lo suficiente, le sorprendió ver que no había ninguna anciana enfrente, mucho menos en los asientos aledaños.

En realidad, no había nadie en el vagón entero.

Engañada por su propia percepción su corazón no tardó en agitarse con brusquedad, y al notar que no llevaba ninguna de sus pertenencias con ella, palideció.

Se incorporó con rapidez, como inyectada de adrenalina, sintiendo un leve mareo acompañado de pánico al apartarse de su asiento como primer impulso. Probablemente sólo había sido víctima de un robo, las circunstancias lo hicieron más que factible al arribar una zona poco concurrida de la ciudad tan tarde en la noche, motivo por el cual con seguridad tampoco había nadie a la vista.

Miró alrededor, hacia la profunda oscuridad tras las ventanillas en la que se pudo ver reflejada, cansada y con su —últimamente— habitual expresión de angustia. Notó, además, un detalle inusual en su apariencia, pero no pudo afirmar de qué se trataba.

En lo que intentaba organizar sus ideas y sopesar lo que tendría que hacer a continuación, deambuló de un extremo al otro en busca de algo, notando en los vagones contiguos las mismas filas de asientos burdeos ubicados a lo largo de pasillos impecables, amplias ventanas y la escasa publicidad en las esquinas superiores. Y sobretodo, esa soledad que no pasaba desapercibida en el aire.

No entendía cómo era real aquel desértico escenario.

Cerró sus ojos con fuerza para retener las lágrimas de pánico, en su mejor intento por disminuir la velocidad de sus pensamientos, para no convertir aquel sentimiento en histeria.

Lo más sensato que podía hacer era bajar en la siguiente parada y desde allí buscar a algún empleado del metro, un policía o un teléfono como última y predilecta alternativa; ansiaba más que nada oír la voz de Marek, precisando de esa tranquilidad que sabía transmitir a quienes le rodeaban cuando se lo proponía.

《Próxima estación: portálové dveře; en correspondencia con la Línea B》

La voz femenina a través de los altavoces la tomó desprevenida.

No le impresionó no reconocer el nombre de la estación, pero saber que continuaba en su línea significó un enorme alivio. Desde su llegada a la ciudad apenas había tenido el tiempo de frecuentar las únicas dos estaciones que la llevaban de las residencias hasta el hotel, y viceversa, y ese no era precisamente el mejor momento del día para iniciar un viaje de exploración y reconocimiento.

El metro se detuvo a los pocos segundos.

En cuanto el solitario vagón quedó tras ella y un universo de muros nacarados le dio la bienvenida a tierra firme, lo primero en lo que advirtió fue en la ausencia de señales que indicaran la posible presencia de algún otro ser. Sin importar el lugar al que se volviera era imposible percibir una presencia ajena a la suya; su mente quedó en blanco, y ella, por poco paralizada.

Debía ser cerca de la medianoche para no ver ni un alma por allí, pero sentía imposible que, en efecto, fuera tan tarde.

Esperó. Y nada cambió.

Lo último que oyó fue el más lejano estruendo de los neumáticos y, entonces, una nueva bienvenida al silencio mientras se desvanecía hasta el último rastro de su orientación.

Amanecer OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora