Prólogo

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Crepusculum

Por un eterno instante es imposible comprender nada de lo que sucede a mi alrededor. Tan ligera como una pluma siento que me muevo a través de la alta hierba, un tanto angustiada por la tormenta que se aproxima, con la corazonada de que pronto caeré en un vacío sombrío como consecuencia del temporal. Un hoyo infinito en medio de la nada.

Y entonces sucede.

Una fuerte punzada interrumpe el creciente temor que apenas tomaba forma en mi cabeza; o quizá sólo se trata de múltiples ideas conducidas por una misma sensación, como aquel insistente deseo de salir del agua y correr hasta no sentir las piernas. Quería asegurarme de que todavía tenía control sobre mí misma, pero el silencio pareció tener la capacidad de aplastar mi garganta, así como lo que quedaba de mi serenidad.

—Todavía recuerdo lo que dijiste, Frannie —afirma la mujer, llena de amor, marcando así el final de la dolorosa pausa de todo estrépito.

Se trataba de mi madre; siempre se trató de ella. En cada ocasión.

—Después de la tormenta quiero que seas valiente —con cada palabra pareció apartarse, poco a poco, ¿a quién pertenecía la mano a la que me aferraba, en ese caso?—. No toques la luz a pesar de lo que haya en la oscuridad.
—¿Mamá? —murmuro en respuesta, con el último vestigio de mi fuerza.
—Después de la tormenta quiero que aprendas a dejarlo ir.

La pesadez del entorno regresa junto a una falsa tranquilidad, con suma lentitud.

Y aquella mano sólo se desvanece.

Amanecer OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora