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Levantando el bolso sobre su hombro, salió a grandes pasos de la estación de bomberos, con su teléfono ya presionado sobre su oreja. Un sorprendente destello de decepción le golpeó cuando escuchó el buzón de voz de Gabriel contestar.

Después del bip, Renato dijo—: Gabi, soy Tato. Tuve un cambio en mi horario, así que estoy libre esta noche. Esperaba poder verte. Llámame.

Renato no se molestó en dejar su número. Gabriel ya lo tenía. Y a lo largo de las últimas semanas, lo había utilizado tan a menudo como Renato utilizó el de Gabriel.

Renato sonrió.

El sexo con Gabriel era asombroso y sencillo y sin estrés. Jodida y absolutamente fantástico, decidió Renato, subiéndose a su camioneta.

Merecía bien la pena los treinta minutos conduciendo hasta la granja de Gabriel. No tenía que preocuparse por rechazar los avances indeseados del hombre. Podía dejar su trago sin atención y no preocuparse por alguna droga para violarlo. Y lo mejor de todo -bueno, aparte de los espectaculares orgasmos- Renato nunca tenía que preocuparse sobre qué decirle al tipo a la mañana siguiente. No pude haberme quedado con un mejor sistema si lo hubiera intentado.

Lanzando su bolso al suelo en el lado del pasajero de la camioneta, Renato se ubicó tras el volante y la hizo partir. No podía borrar la sonrisa de su cara, y en realidad no se molestó en intentarlo, mientras apretaba el acelerador y marchaba a casa. Se duchó rápidamente, esperando no haberse perdido la llamada de Gabriel.

El pensamiento del hombre hacía endurecer su polla. Cada paso de la toalla sobre su sensible carne ponía a prueba su control. Renato realmente quería masturbarse, pero la esperanza de hacerlo con Gabriel y sumergirse en el dulce trasero del esbelto granjero, le hacía controlar su urgencia. Renato acababa de terminar de secarse cuando su teléfono sonó. Una mirada a la pantalla hizo que su sonrisa regresara.

— Hey, Gab. —Le saludó.

—Hola, Tato. —Respondió Gabriel—. Lo siento, perdí tu llamada antes. No escuché mi teléfono.

La sonrisa de Renato se desvaneció ante la fatiga que claramente llenaba el tono de Gabriel.

—No hay problema. Solo quería averiguar si querías que nos reuniéramos esta noche, pero suenas terriblemente cansado, bebé.

Gabriel dejó salir un sonoro suspiro, sonando como si estuviera sentándose sobre una silla o tal vez el sofá.

—Estoy exhausto. —Admitió—. He estado en pie desde las dos de la mañana. Desperté con el alboroto de varios terneros. Estaban atrapados en un alambre de púas.

Renato escuchó a Gabriel gruñir y volver a tomar de alguna bebida. Si conociera a Gabriel, seguramente sería una infusión de hierbas. El hombre amaba sus infusiones y tenía más sabores en una mano de lo que Renato nunca había visto fuera de una cafetería.

—¿Las vacas están bien? —preguntó Renato rápidamente, acomodándose en su cama.

Su erección sobresalía desde su ingle, incapaz de ablandarse después de oír la voz de su granjero. Renato la palmeó ligeramente y dejó salir un suave siseo ante el placentero hormigueo que el toque envió a sus bolas.

—Sí. —Replicó Gabriel—. Tomó un par de horas separar los cuatro terneros de sus madres, cortar todos los alambres y limpiarlos. Después pasamos todo el día montando cerca de la valla para ver si podíamos descubrir de dónde vino todo el alambre de púas. —Gabriel suspiró de nuevo—. Nada. —Se quejó—. Fue como si viniera del aire.

Renato frunció su ceño, su mano quieta.

—No crees que alguien pudo haberlo arrojado en tus prados, ¿verdad? —preguntó despacio, sin gustarle como sonaba ello, pero considerando que Gabriel le había dicho que estaba confirmado que el fuego había sido provocado, no estaba realmente fuera de las posibilidades. Alguien estaba metiéndose con el hombre.

LLÉVAME #2Where stories live. Discover now