iii - ángel

2 1 1
                                    

Héctor se sentó en el escritorio y sacó papel, del bueno. Hacía seis años le habían regalado un bolígrafo azul. Era del mismos estilo que muchos bolis de publicidad, pero totalmente blanco. Por alguna razón, al Héctor de 11 años aquello le había fascinado. Desde entonces, ese había sido su boli de la suerte y sólo lo había usado para cosas importantes como (). No necesitaba siquiera mirar para saber que estaba en la esquina derecha del primer cajón.
Como en un ritual, Héctor le quitó la capucha, la puso en el otro extremo del bolígrafo y comenzó a escribir.

Cosas que nunca te dije
En la ESO, cuando empezamos a salir, nadie entendía por qué no me liaba con ninguna chica. Cuando sólo salíamos a los parques y la mayoría del tiempo no había intimidad ni gente nueva podía ser medianamente comprensible, pero una vez que las salidas se trasladaron a bares y sitios de botellón la cosa fue distinta.

Puse un montón de excusas la verdad. No era que no quisiera decir que era gay, ni siquiera lo sabía yo muy bien por aquél entonces. La verdad era que creía (y aún creo) en el amor verdadero. No esa mierda que te venden en las películas y en los libros y en todas partes de ser la media naranja y de estar predestinados, sino el de verdad, el que hace que haya parejitas de ancianos que lleven casados 50 años, el que hace que aguantes mil y una tempestades -que elijas hacerlo- por lo que te da.

Yo creo en el amor que te hace sentir seguro cuando estás con alguien, que es como llegar a casa y ponerse la bata gruesa y el pijama viejo cuando te ha pillado la lluvia volviendo. El que te hace desear que fueras más gracioso, no para que a la otra persona le gustes más, sino para verla sonreír. El que te recuerda que hay cosas bonitas en el mundo.

Nunca sentí eso. Las chicas que me presentaban eran bonitas, simpáticas, agradables. Eran como amigas. Tú no fuiste eso.

Recuerdo cuando nos presentó Itziar, hace dos años. Llevabas un bañador naranja y pelo de fuckboy. Si hubiera sabido.

Ese fue el verano que me di cuenta (creo que siempre lo supe pero nunca lo admití) de por qué nunca me enamoraba de todas esas chicas.

A veces deseaba que me besaran. Creo que era para quitármelo de encima. Por alguna razón que no entendía nunca podía besarlas yo. Pensaba que era un cobarde. El día que fuimos al barranco por primera vez me hiciste querer ser valiente, Ángel. Y no sólo me haces querer ser valiente, me ayudas a serlo, aunque a veces no te des cuenta

Tengo mucho miedo, Ángel, te seré franco. Miedo de que sólo me des la mano tras columnas, de que me la des en la calle pero la sueltes cuando pasa alguien, de que nunca pueda besarte delante de todos. Aunque estas cosas no sean por tu culpa del todo, tengo miedo de que no las quieras como yo.

Ángel, tienes nombre de capullo. De gilipollas. Te pega. A veces me lo pareciste. A veces lo fuiste. A veces parecías distante y etéreo. Aún radias luz. No sé si algún día volveremos a vernos (de verdad, digo, no un mero registro de nuestros sentidos, sino conocernos). No sé si nos veremos diferente. Si algún día sabrás todo esto que he escrito. Si todo esto que escrito es real y no un proyecto de mi imaginación.

Ángel, lo siento.

Ángel, te quiero.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 15, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

florilegio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora